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ARTE Y REVOLUCIÓN DIGITAL
Las expresiones artísticas evolucionan de la mano de la tecnología y se nutren de ella para explorar los nuevos límites de una sociedad cada vez más marcada por lo digital
Benjamin Francis Laposky usó allá por 1952 un osciloscopio -instrumento de visualización electrónico para la representación gráfica de señales eléctricas- para crear una representación visual de señales eléctricas. ¿El resultado? unas ondas espectrales en blanco y negro. Poco después incorporó filtros rotatorios para colorearlas. Laposky las llamó Electronic Abstractions y se convirtieron en el primer experimento artístico digital exhibido en un museo mucho antes de que la tecnología copase todos los aspectos de la vida.
Aún faltaba medio siglo para la expansión de internet, los teléfonos móviles y los ordenadores personales. Hoy, el Sanford Museum de Cherokee (Iowa, EEUU) conserva la exhibición original de los Oscillons, además de varios trabajos y libros en los que Laposky fue mencionado. No sé si el pionero del arte digital llegó a imaginar el abanico de posibilidades artísticas que iba brindar la tecnología. Pero lo cierto es que más de siete décadas después, los artistas han cambiado su forma de crear.
La revolución digital ha acelerado un proceso que dio sus primeros pasos en la década de los 80 en las universidades de Bellas Artes. Fue por aquella época, en 1984, cuando el Centro Pompidou de París difundió la primera performance vía satélite simultánea y participativa. Good Mornig Mr. Orwell surgió de la mente de Nam June Paik y en ella participaron artistas como John Cage, Philip Glass, Joseph Beuys o Laurie Anderson.
Claro que entonces las posibilidades de los ordenadores y de la red eran bastante limitadas si las comparamos con los medios actuales. Impresoras 3D y tabletas gráficas facilitan la aplicación de técnicas como el video mapping, la realidad virtual y aumentada, el diseño web o programas de modelado en 3D. Los formatos artísticos se multiplican, se vuelven más accesibles y poco a poco se van situando al nivel de las disciplinas tradicionales: pintura, escultura, etc.
La manera de imaginar, la mirada del artista, cómo elige crear están indefectiblemente influidos por el alud de datos e información que plantean nuevas formas de afrontar e interpretar la realidad social, política o cultural. Y sí, es abrumadora la hemorragia de estímulos que recibimos de manera constante, a diario. Es una sangría sobre la que los nuevos creadores tienden a investigar. Tratan de racionalizarla o no, de interiorizarla o de repelerla, de retratar el exceso, de vomitar en forma de arte el hastío que provoca esa sobredosis de comunicación.
En cuanto a la materia, no sólo el software está ampliando las expectativas creativas o las corrientes artísticas del siglo XXI. Los elementos de desecho, la tecnología obsoleta -viejos CD, pantallas gigantescas, disquetes y otros residuos informáticos o procedentes de la telefonía móvil- sirven igualmente de soporte expresivo para la nueva creatividad.
Buen ejemplo de ello son las obras de Daniel Canogar. La memoria y su pérdida, el cine, el pasado, la tecnología, la identidad y la fugacidad de lo
Las nuevas -y viejastecnologías también han llegado al arte para ofrecer nuevas sensaciones