El Economista - Seguros Magazine
LA REALIDAD ES UN MAL CHISTE DE MURPHY
Todo lo que puede fallar, fallará. Incluso aquello que estaba seguro que no pasaría
Seguro que esto le suena conocido: la suma de pequeñas meteduras de pata genera, normalmente, una crisis estrambótica. Y, mirando hacia atrás no fue culpa de un solo fallo lo que provocó el gran desastre empresarial, sino la suma de diminutas acciones que en sí mismas no son causa directa del problema, sino pequeños caldos de cultivo de algo bastante más gordo.
¿Acaso nunca ha estado en un proyecto en donde cada uno de los implicados hace bien su trabajo, tal vez algún despiste mínimo -somos humanos- que no impacta negativamente en nada, casi ni se nota, pero, de repente, el tiro sale por la culata y se convierte en un desastre?
Y es que la vida, en sí, es una secuencia de Leyes de Murphy cumplidas y otras que, si aún no han sucedido, pasarán irremediablemente. Como aquella que afirma que todo lo que pueda fallar, fallará. Paradójicamente, esto no fue exactamente lo que dijo Murphy, sino: “Si hay varias maneras de hacer una tarea, y uno de estos caminos conduce al desastre, entonces alguien utilizará ese camino”. Pero “su” (no) ley estaba a punto de clavarse a fuego en la sociedad gracias a los libros escritos por Arthur Bloch. Y por más que Murphy se empecinó en afirmar que esa interpretación de su frase era un error, el resultado obtenido reafirmaba el sentido del enunciado.
Un proyecto llevado a cabo por varias personas puede fallar. ¿Cuáles son los puntos más débiles? En realidad, todos. Por ejemplo, el incumplimiento de fechas que desencadena una secuencia de pequeñas acciones a ajustar, aunque la falta de tiempo hace que sean incorregibles. Ahí es cuando la Ley de Finagle se hace más patente: “Algo que pueda ir mal, irá mal en el peor momento posible”, por ejemplo, cuando ya no haya más tiempo para remediarlo.
Mejor aún “Cuando varias cosas pueden fallar, siempre lo hará la que cause un mayor perjuicio”. ¡Bingo! La sabiduría del negativismo realista toma la palabra.
Pero ¡ay!, ojalá que, ante la realidad, pudiéramos tener un poquito del Síndrome de Pollyanna, la protagonista de la novela de Eleanor H. Porter, que lo idealizaba todo en extremo y solo veía el lado bueno de las cosas. ¡Reclamo mi unicornio y arco iris!
Así que si está perplejo ante una de esas crisis estrambóticas que ni sabe cómo se ha desencadenado, respire. Como dice la Ley de las consecuencias imprevistas del sociólogo Robert K. Merton: “Los resultados que no están contemplados en la intención de un acto son los que suceden”.
Menos mal que llega la Ley de Sturgeon que asegura que “No existe la absoluta verdad”. Así que, es posible que ni siquiera Murphy tenga razón.