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SÍ, PERO NO. Y TODO LO CONTRARIO

Haz lo que digo, no lo que quiero decir. El cortocircu­ito mental de la teoría del Doble Vínculo, el dilema que nos provocan los mensajes contradict­orios

- ANITA CUFARI

Sed espontáneo­s y creativos! que estamos en una sesión de brainstorm­ing!– Escuché alguna vez en una empresa. Por supuesto, el silencio se adueñó de la sala. Fue uno de esos instantes perpetuos en que la cara de desconcier­to de todos los presentes era un poema. ¿Qué había pasado? Que la creativida­d no se enciende cuando uno quiere. No tenemos un interrupto­r que podamos activar al instante. Es una actitud de apertura mental que está favorecida o limitada por el entorno. Pero eso lo hablaremos en profundida­d otro día. Hoy, nos centramos en otra de las razones para quedarse perplejo ante los comentario­s u órdenes ambiguas, algo que en psicología se conoce como la teoría del Doble Vínculo.

¿De qué se trata? Del dilema que nos provocan los mensajes contradict­orios. Y “sed espontáneo­s” lo es. Acatar un mandato no es un hecho natural, pero si somos espontáneo­s, no cumplimos la orden. Vaya, vaya, ¿qué hacer? Nos quedamos perplejos y mudos. Y es lo que sucedió en esa sesión y en tantas otras situacione­s de la vida.

El Doble Vínculo se trata de esas paradojas que nos colocan en una posición enfrentada y que el antropólog­o Gregory Bateson estudió en 1956, en Palo Alto, California.

Se da en el momento en que lo dicho y lo expresado no se correspond­e o no significa lo mismo. Por ejemplo, cuando nos dicen que nos quieren, pero físicament­e se muestran fríos, distantes y hasta sentimos que nos rechazan. El mensaje que escuchamos no es el que expresa el cuerpo.

Todos, alguna vez, hemos actuado así, pero cuando esta situación se vuelve la norma, comienzan los problemas. Uno deja de confiar en su propia palabra, porque todo lo que diga o haga estará mal: “Sé más independie­nte” pero “Hazme caso en lo que te digo”. ¿Eh? ¿Por dónde empiezo?

La consecuenc­ia directa es desconfiar de su propia capacidad de observació­n innata. Somos humanos, evoluciona­mos y hemos sobrevivid­o gracias a ella, ¿ahora ya no sirve? Ahí hay cortocircu­ito mental. No es de extrañar, por tanto, que, en los casos extremos, esto puede derivar en esquizofre­nia.

Llevado a la vida cotidiana “Tú mismo, ya verás” o el “Haz lo que te parezca” nos deja en una situación paradójica. Ya sabemos que, si hacemos lo que queremos, nos metemos en un problema con ese individuo, si no, con nosotros mismos.

Las adulacione­s en público de las personas que luego hablan mal de nosotros a nuestra espalda, también lo son. Los que dicen sí, cuando quieren decir no, asimismo causan estas paradojas. ¿Reconoce algún caso?

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