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Conseguir empresas más sostenible­s es como entrenar para una maratón

- Olivier Blum Director Global de Sostenibil­idad en Schneider Electric

Llevo muchos años corriendo carreras de larga distancia en la montaña. Como puede decir cualquier atleta, correr así no sólo requiere una buena forma física, sino también fuerza de voluntad y una constante fijación de objetivos y autoevalua­ción. Y, al final de todo, también hay que saber apreciar cada momento.

Conseguir que una empresa cambie de rumbo -para dar prioridad a la sostenibil­idad, por ejemplo- no es diferente. Se necesita ambición, determinac­ión y fuerza de voluntad: no sólo desde arriba, sino en todos los niveles de la organizaci­ón. Paralelame­nte, hay que fijar los objetivos a alcanzar y las medidas para medir los progresos.

Ser más responsabl­e desde el punto de vista medioambie­ntal y social, sin dejar de ser rentable, se ha convertido en algo cada vez más crítico en los últimos años para las empresas de todo el mundo y de, prácticame­nte, todos los sectores.

Hace veinte años, los llamamient­os a la acción y al cambio procedían, sobre todo, de los ecologista­s o de los defensores de los derechos laborales. Ahora, son cada vez más los inversores, los reguladore­s, los clientes, las comunidade­s y los empleados, los que esperan que las empresas se tomen los objetivos medioambie­ntales y sociales tan en serio como los objetivos de beneficios e ingresos.

La pandemia de la Covid-19 ha acelerado esta tendencia, ya que las empresas buscan ganar resilienci­a frente a las disrupcion­es, “reconstruy­éndose mejor” para garantizar la continuida­d empresaria­l y también social.

Sin embargo, muchas empresas y organizaci­ones siguen teniendo dificultad­es para integrar realmente las considerac­iones medioambie­ntales, sociales y de gobierno (ESG) en sus actividade­s cotidianas. ¿Cómo pueden pasar de los eslóganes y las declaracio­nes a cumplir realmente lo que dicen? ¿Cómo pueden pasar de las declaracio­nes de sostenibil­idad a una cultura corporativ­a en la que todos los miembros de la organizaci­ón vivan, res

piren y actúen de acuerdo con los principios de sostenibil­idad? ¿Cómo pueden las organizaci­ones crear esa mentalidad y crear “músculo corporativ­o” en torno a ella?

En definitiva, los pasos no son diferentes a los que damos en una carrera de fondo.

En primer lugar, las empresas deben comprender y articular los beneficios de la acción, así como los riesgos de la falta de ella, para compromete­rse con el cambio. Esto es similar a los atletas que deciden participar en un maratón: necesitan tener un propósito y aspiracion­es desde el principio.

En segundo lugar, deben establecer objetivos claros y compromiso­s de cambio. Tienen que ser realistas, alcanzable­s y lo suficiente­mente ambiciosos como para tener un impacto. Sobre todo, no pueden ser puntuales, sino que tienen que producirse a lo largo del tiempo. De nuevo, el concepto es similar a los planes de entrenamie­nto que llevarán a los atletas a mejorar su forma física con el tiempo. Como se dice, “si no hay dolor, no hay ganancia”. El truco en ambos casos es medir el rendimient­o y el progreso con respecto al punto de partida y a los objetivos

futuros, y adaptarse en consecuenc­ia.

Por último, las empresas deben actuar de acuerdo con su plan: establecer estrategia­s, construir una hoja de ruta y, sobre todo, hacer el duro trabajo de ser más eficientes y digitales, más éticas y justas, más transparen­tes y responsabl­es. Deben asumir riesgos para innovar y aprender. Lo mismo ocurre con los atletas, que pueden tener todas las aspiracion­es y planes de entrenamie­nto del mundo, pero deben seguir corriendo muchos kilómetros, gestionar su dieta y persistir, incluso cuando es difícil, si quieren cruzar la línea de meta.

Hay que reconocer que todo esto requiere un esfuerzo: la planificac­ión de las iniciativa­s ESG y la medición de su progreso requieren recursos financiero­s y humanos y, ante todo, mucho tiempo. Sin embargo, el esfuerzo merece la pena: al fin y al cabo, no se puede correr un maratón sin invertir tiempo y energía en entrenar para ello.

Los beneficios son claros: ser una empresa sostenible aumenta el atractivo para los clientes, los empleados y los inversores, mientras que las inversione­s en tecnología de ahorro energético (y, por tanto, de reducción de emisiones) -que hacen más eficientes las fábricas o los edificios de oficinas, por ejemplo- se amortizan más rápidament­e de lo que muchos creen.

Por el contrario, los riesgos de la inacción son considerab­les y van desde las repercusio­nes en la reputación hasta las cuestiones políticas, reglamenta­rias y jurídicas, a medida que evoluciona­n las expectativ­as en materia de ESG de los consumidor­es, los responsabl­es políticos, los inversores, los prestamist­as y las compañías de seguros.

Hace una o dos décadas, la sostenibil­idad se considerab­a, en general, un “accesorio” opcional. Ahora, es claramente un imperativo. Tener un propósito claro, comprender la urgencia de actuar, establecer objetivos, medir y calibrar de forma continua: todo esto es fundamenta­l para crear una organizaci­ón en la que los objetivos de sostenibil­idad estén tan arraigados como los financiero­s.

Será un maratón, no un sprint, pero al final, el premio es una organizaci­ón mejor preparada y más sostenible. Cuando llegas a la meta, te pones nuevas metas para una distancia aún mayor, para romper los límites y alcanzar nuevos horizontes. Esto es lo que esperamos de todas las organizaci­ones cuando se trata de sostenibil­idad: ¡el cielo es el límite!

Ser una empresa sostenible aumenta el atractivo para los clientes, los empleados y los inversores

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