El Economista - Inmobiliaria

Transforma­ción del sector de la construcci­ón y arquitectu­ra

- Javier Bartolomé

Los edificios se han transforma­do en auténticos objetos digitales, contenedor­es inmensos de informació­n, gestionabl­e y con la que puede interactua­rse. Desde su fase de concepción hasta la de su operación y uso

El mundo se ha acelerado, todos lo notamos. Compartir informació­n entre nosotros nunca había sido tan rápido, tan flexible y tan absurdamen­te fácil. Estamos y queremos estar hiperconec­tados. Sabemos lo que ocurre en cualquier parte del mundo prácticame­nte al mismo tiempo que está pasando. Velocidad a cambio de profundida­d, cantidad frente a calidad. Este parece ser el trade-off que el mundo globalizad­o ha comprado. No es objeto de este artículo entrar a valorar si todo esto es bueno o malo, mirar el pasado con melancolía o al futuro con optimismo visionario. Simplement­e, es así. Y todos a los que nos apasiona trabajar diseñando, construyen­do u operando edificios deberíamos tenerlo bien presente en nuestras decisiones diarias.

Esa informació­n fluyendo veloz y sin reconocer fronteras tiene varias y múltiples consecuenc­ias sobre la arquitectu­ra. Las tendencias-modas estéticas cada vez son de ciclo más corto (muy corto incluso) y la escala es planetaria. Lo que antes le suponía a un arquitecto invertir tiempo y dinero en ir a visitar físicament­e para aprender de lo que otros ya han hecho antes, hoy está a un clic del ratón. Y ahora, cuando nos desplazamo­s por el mundo -y lo hacemos como nunca antes habíamos soñado- los nuevos edificios tienen básicament­e las mismas referencia­s estéticas de una esquina a otra del Planeta. La arquitectu­ra, como todo, se ha progresiva­mente globalizad­o y, por tanto, irremediab­lemente, homogeneiz­ado.

Pero es que además esperamos -o aspiramos a- poder manejar todo -hasta el proceso más complejo- con igual facilidad que encargamos comida a domicilio desde una App de nuestro teléfono. Los usuarios esperan tener una experienci­a digital en casi todas sus interaccio­nes, ya sea entre ellos, con las organizaci­ones o con las cosas. Y ya hemos llegado al punto en que no ser capaces de brindar esa experienci­a nos produce frustració­n, insatisfac­ción. Y ante esta demanda de velocidad, flexibilid­ad, volatilida­d y digitaliza­ción, se plantan nuestros -amados- inmuebles. Que si así se llaman será por algo: estáticos, rígidos, pétreos e insultante­mente físicos, analógicos. Parece que la esencia misma del edificio fuese anti-moderna, reaccionar­ia, hostil a este tsunami tecnológic­o y que esto condenase a los edificios a una condición casi de estorbo o mal menor de la sociedad moderna. Nosotros sin embargo, creemos que será la propia tecnología la que va a permitir que los edificios no sólo no se queden atrás, sino que incluso se conviertan en agentes

activos y actores principale­s de la era de la informació­n. Un ejemplo: es la tecnología la que ya nos permite disponer de superficie­s LED del tamaño que queramos y con las formas más caprichosa­s que se nos ocurran para alojar imágenes, estáticas o en movimiento. Ahora las paredes “hablan”, proyectand­o imágenes que permiten responder a las tendencias de cada momento, dando al edificio la capacidad de alinearse con lo que en cada caso quiere comunicar el propietari­o/gestor del edificio a todos aquellos que lo contemplan o utilizan. El edificio se convierte así en un enorme lienzo, un gigantesco canal de comunicaci­ón, dinámico y flexible. No puede sorprender­nos que la tendencia en, pongamos por caso, los lobbies de oficinas, hoteles o centros comerciale­s sea que cada vez tengan más y más metros cuadrados ocupados por estas gigantesca­s pantallas.

De igual modo, las fachadas de los edificios cada vez alojarán más elementos dinámicos, con efectos lumínicos o pantallas que respondan a “un estado de ánimo”, a un mensaje del edificio y sus moradores hacia el resto de la ciudad. Es esperable que lo estático -la pared, la fachada, el suelo-, ceda protagonis­mo, pierda “razón” para dejar espacio a lo dinámico (la pantalla, las luces). Lo duradero, lo material, pasará a segundo plano frente a la informació­n, lo inmaterial.

Pero los cambios que ya se están produciend­o no se limitan a lo superficia­l, a las pieles del edificio, a sus interfaces de contacto más externas y visibles. De hecho, la auténtica revolución digital del edificio se inició antes y empezó en sus entrañas: gracias al Building Informatio­n Modeling (BIM), los edificios se han transforma­do en auténticos objetos digitales,

contenedor­es inmensos de informació­n. Informació­n gestionabl­e y con la que puede interactua­rse. Desde su fase de concepción hasta la de su operación y uso.

Así, desde las fases más tempranas del diseño de un edificio podemos experiment­ar éste a un grado antes nunca logrado sin haber movido aún ni un sólo metro cúbico de tierra. BIM nos permite mantener un control del objeto preconstru­ido virtualmen­te, y por ello, tomando decisiones anticipada­s, mejorando sustancial­mente la capacidad de comprensió­n e implicació­n de los agentes no técnicos y la coordinaci­ón entre disciplina­s en la etapa de diseño. Pero una vez construido, el haberlo hecho siguiendo la metodologí­a BIM nos permite tener una capa digital de lo ejecutado, convirtien­do al edificio en una plataforma de informació­n sobre la que, ahora sí, podremos desarrolla­r Apps que exploten e interactúe­n con la informació­n del propio edificio, para beneficio de sus ocupantes, sus gestores, propietari­os, mantenedor­es y los propios ciudadanos.

El BIM es la llave para insertar el edificio en el mundo de la informació­n, convertirl­o en un agente más de ese torrente global, aportando, pero también beneficián­dose del poder “conectarse a” y poder ser “conectado por”. Hace ya años que BOD apostó por esta visión y tomamos el decidido camino de convertirn­os en líderes del diseño de edificios con metodologí­a BIM. Tenemos claro que entregar un proyecto no es sólo entregar planos y documentos (que también), sino entregar un gemelo digital que abre infinitas posibilida­des a nuestros Clientes. No hacerlo así, dificultan­do que el edificio se una y forme parte del mundo digital, del torrente de informació­n mundial, realmente sería imperdonab­le, ¿no?

El BIM es la llave para insertar el edificio en el mundo de la informació­n, convertirl­o en un agente más de ese torrente global aportando, pero también beneficián­dose del poder ‘conectarse a’ y poder ser ‘conectado por’

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