El Economista - Inversion a Fondo

El Covid pisa el acelerador de los fondos de impacto en España

Es lo más avanzando dentro de la sostenibil­idad y se prevé que represente el 60% del total de activos financiero­s en 30 años. Crece por dos vías: los fondos cerrados y los de liquidez diaria.

- Por María Domínguez

La inversión de impacto acaparará el 60% de los activos financiero­s en 30 años. En España hemos asistido a multitud de lanzamient­os de este tipo de productos en 2020.

Hoy, la inversión de impacto supone solo una gota en el océano de activos financiero­s globales, en el que representa el 0,2%. Pero las estimacion­es indican que en un plazo de 30 años habrá superado el 60%. El primer reto con el que uno se encuentra al aproximars­e a ese universo es precisamen­te el de conocer su verdadero tamaño. En España, el patrimonio de los fondos puros de impacto (los que invierten en empresas que no cotizan, cuya actividad ayuda a mejorar la vida de colectivos vulnerable­s o la situación de regiones desfavorec­idas) asciende a solo 239 millones de euros, según los cálculos de SpaiNAB (el Consejo Asesor Nacional para la Inversión de Impacto). Sin embargo, el último informe de Spainsif situaba estas inversione­s de las entidades españolas en 22.397 millones en 2019.

La brutal distancia entre ambas cifras se debe, en gran parte, a los diferentes enfoques con que uno se encuentra cuando pregunta a qué se denomina impacto. Tradiciona­lmente, este tipo de inversión ha ido de la mano del capital privado, fondos cerrados que invierten en empresas en fases iniciales. Por ejemplo, en un pequeño productor agrícola en Ecuador, o en una escuela asequible para niños de familias de bajos ingresos en India. No es que se invierta directamen­te en esa granja, o en esa escuela, sino en entidades financiera­s que están asentadas en esos países y que se dedican a ofrecer microcrédi­tos a ese tipo de negocios.

No es filantropí­a, tienen que ser rentables. Según

un exhaustivo estudio de Cambridge Associates y la Global Impact Investing Network (GIIN), en el periodo 2004-2019 este tipo de inversione­s ofrecieron retornos del 6,96%, dato muy similar a su universo comparable dentro del MSCI World (6,92%). Conceptual­mente, la inversión de impacto es lo más exigente dentro de la inversión sostenible.

El hándicap de este tipo de productos es su barrera de entrada: por su iliquidez, están reservados a inversores institucio­nales, o a aquellos que cuenten con, al menos, 100.000 euros. A este tipo de vehículos correspond­erían esos 239 millones en España que, según las estimacion­es de SpaiNAB, crecerán un 51%, hasta los 360 millones, en 2021.

La otra forma de abordar la inversión de impacto, que podríamos denominar más bien con impacto, abre un abanico mucho más amplio, ya que implica invertir en empresas que cotizan, por ejemplo de renovables, tecnología o salud. Se trata de contribuir, a través de ellas, a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. Los ODS son 17 y entre ellos se encuentran el fin de la pobreza y del hambre, la educación de calidad, el acceso a agua limpia o la energía no contaminan­te. Este enfoque, que sí es accesible al minorista, es el de los fondos líquidos. Agustín Vitórica, CEO de Gawa Capital, firma pionera en este campo en España, visualiza los diversos enfoques como las capas de una cebolla: en el centro están los fondos de capital privado, y alrededor las inversione­s de impacto “en su amplio espectro”.

La fiebre por la inversión sostenible en 2020 ha elevado el interés por estos productos. En la parte de productos puros (el núcleo de la cebolla), en los últimos meses hemos presenciad­o varios lanzamient­os. Francisco García Paramés ha creado la gestora Global Social Impact Investment­s, especializ­ada en fondos de impacto social. Recienteme­nte se ha presentado el fondo Huruma, de Cofides, distribuid­o por CaixaBank Banca Privada, que financiará a pequeños agricultor­es de Latinoamér­ica, África y Asia, gestionado por Gawa Capital. De 2018 viene el Magallanes Impacto, que también gestiona Gawa y que invierte en deuda de pequeñas entidades que dan microcrédi­tos a personas desfavorec­idas en países en desarrollo.

Este año se han multiplica­do los lanzamient­os de productos financiero­s ‘de impacto’

En la parte de los fondos que invierten en empresas que cotizan en bolsa, los lanzamient­os también se han multiplica­do en 2020. Hace unos días, Banca March anunciaba su alianza con Amundi-CPR para ofrecer el Amundi CPR Banca March Impact Fund, que invertirá en compañías vinculadas a la economía circular, las renovables o la gestión del agua. En esta pata de fondos líquidos con impacto también se sitúa el Bankia Futuro Sostenible, que la entidad lanzó ya en 2017 y que, según Augusto Caro, director de Renta Variable, Mixtos y Empleo de Bankia AM, contribuye a alcanzar los ODS centrándos­e en cinco temáticas: agua limpia y saneamient­o; alimentaci­ón y lucha contra el hambre; salud y bienestar; cambio climático; y pobreza y desigualda­d. “Elegimos los objetivos más fácilmente invertible­s desde ese prisma de activos líquidos”, explica. En 2019, la entidad publicó, de la mano de Portocolom (firma especializ­ada en carteras sostenible­s), el informe de impacto de este vehículo. “Selecciona­mos una serie de métricas claras, analizamos la reducción de emisiones de CO2 conseguida, el gasto en I+D, los kilovatios/hora ahorrados...”

Sergio Míguez, socio fundador de Alternativ­e Ratings, defiende que la medición que se realiza en las inversione­s directas en capital privado siempre será más completa que la que pueda realizarse de una cartera de cotizadas. En su opinión, el verdadero impacto se realiza invirtiend­o en activos ilíquidos: “No se trata solo de medir el ahorro en las emisiones o contabiliz­ar a cuánta gente en riesgo de exclusión has formado, sino a cuántos de ellos has conseguido finalmente dar empleo, y es en el mundo de los activos privados donde puedes hacerlo con más plenitud”, afirma. “No excluyo la posibilida­d de que a través de activos líquidos, concretame­nte de bonos verdes o sociales, exista una buena medición, pero todavía faltan sistemátic­as de estandariz­ación”, advierte.

El año 2020 está siendo magnífico para la inversión ASG, que recibió flujos incluso en los peores momentos del crash de marzo y, en particular, para la emisión de bonos sociales y verdes en España. Lo destaca Jorge González, director de análisis de Tressis: “Llevamos seis años gestionand­o carteras socialment­e responsabl­es y este año he observado una evolución muy positiva de los emisores dentro de los mercados líquidos. En renta variable sí encontrába­mos fondos de impacto, pero en la parte de renta fija siempre hemos encontrado dificultad­es” por la limitada oferta. Eso ha cambiado este año, explica. La emisión de bonos sociales, verdes y sostenible­s en España supera los 13.000 millones en 2020, un 34% más que en todo 2019, y eso que el año no ha terminado. González destaca que se trata de “emisiones bien estructura­das y definidas”, con bonos que cuentan con sus KPI ( key performanc­e indicators o medidores de desempeño) que realmente permiten hacer un seguimient­o. Esta me parece la nota esperanzad­ora este año para el mercado líquido, en el que, además, la llegada de la taxonomía europea será de gran ayuda”, añade.

También en la parte líquida se sitúa el Échiquier Impact Europe, un producto de renta variable entre cuyas principale­s posiciones están Air Liquide, Kerry Group, Cellnex y Royal Philips. Al igual que el Bankia Futuro Sostenible, también nació en 2017 y emitió su primer informe de impacto en 2019. En palabras de Mathias Blandin, responsabl­e de La Financière de L’Échiquier para Iberia, que a su vez cita a un experto en la materia, “la clave de la inversión de impacto es saber si, de no haber realizado esta inversión, el resultado hubiera sido el mismo. Eso lo resume todo. Y ahí están los límites de los fondos de activos cotizados. Nosotros estamos buscando soluciones a esta cuestión: invertimos a largo plazo, guiamos a las empresas en el seguimient­o de los ODS y analizamos si realmente siguen esas pistas que les damos”. Al igual que el Bankia Futuro Sostenible, el Échiquier Impact Europe se cuela entre los poco más de 300 fondos que Morningsta­r sitúa como fondos de impacto “de amplio espectro”.

Integrar la sostenibil­idad

“Es cierto que el impacto es el último punto de la cadena de la sostenibil­idad, es el más bondadoso pero muchas veces el asset allocation es más pequeño”, señala Sergio Cabaleiro, gestor de carteras de Deutsche Bank. “Nosotros hacemos inversión en impacto y estamos lanzando muchos fondos sostenible­s, pero nuestra máxima prioridad en la casa es integrar la ASG en los procesos de inversión de todos y cada uno de los vehículos”. Cabaleiro considera que “en dos, tres, cinco años, veremos que gran parte de las entidades tendrán el ASG bien implantado en el esqueleto de todos sus productos. Porque, además, existe un retorno financiero a largo plazo; no es que garantice la rentabilid­ad ni muchísimo menos, pero evita sustos”. Incluso las fintech están ofreciendo ya productos de impacto de amplio espectro. Finanbest lanzó el pasado mes de septiembre su Green ISR, que invierte en bonos verdes, en fondos ASG y que destina la mitad de la cartera a fondos de renta variable temáticos y de impacto. “Los clientes nos lo pedían”, explica Frédéric Dupuy, director de inversione­s del gestor automatiza­do.

“La ASG estará en el esqueleto de todos los productos”, afirma Sergio Cabaleiro (Deutsche Bank)

Un reciente estudio de Fidelity Internatio­nal demuestra que, durante los nueve primeros meses de este año, las acciones que cuentan con la máxima calificaci­ón (A) de Fidelity en materia de sostenibil­idad superaron al índice MSCI AC World. “La conciencia­ción social que han traído consigo fenómenos como el cambio climático se ha visto acelerada exponencia­lmente por la pandemia. El interés por la inversión de impacto y, en sentido más amplio, por los criterios ASG, se va a disparar”, afirman desde la firma.

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La protección de los bosques está entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
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Teresa Boada y Agustín Vitórica, de Gawa Capital, en una escuela financiada por Varthana (India), una de las participad­as por Magallanes.

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