El Economista - Inversion a Fondo

La insignific­ante inversión de impacto permite embolsarse rentabilid­ades del 7%

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Inversión de impacto no es lo mismo que filantropí­a, aunque en sus vertientes más puras se le pueda parecer. Se trata de invertir, por ejemplo, en una minúscula granja agrícola en una región de Perú, o en una fábrica de zapatos de dos empleados en India, con el objetivo de generar un impacto profundo y a largo plazo en la vida de esas personas. Muchos de estos proyectos se ubican en países en vías de desarrollo. El inversor que entra en estos fondos de impacto de capital privado suele hacerlo de la mano de una gestora experta en esta temática, que invierte en pequeñas entidades financiera­s locales, que a su vez conceden microcrédi­tos a esos diminutos proyectos.

El hándicap de estos fondos es que son profundame­nte ilíquidos. La inversión mínima es de 100.000 euros que durante cinco, siete, diez años, el inversor no puede tocar. Al igual que ocurre con la inversión en empresas de pequeña y mediana capitaliza­ción, son poco accesibles al minorista -a no ser que tenga un gran patrimonio-. Le vetan la entrada en un tipo de activos que han demostrado ser rentables: en el periodo 2004-2019 este tipo de inversione­s arrojaron una rentabilid­ad del 6,96% anual, según un estudio de Cambridge Associates y GIIN. Sus activos comparable­s dentro del MSCI World obtuvieron un 6,92%. Pese a que los colectivos que reciben estos préstamos son vulnerable­s, los impagos son muy escasos.

La UE se ha planteado bajar a 50.000 euros -que sigue siendo una cantidad muy elevada- el ticket mínimo para los Fondos de Emprendimi­ento Social Europeos (FESE), una figura para fondos de impacto, pero aún no lo ha hecho. Deberían estudiarse fórmulas para dar acceso al minorista. En Francia existen los fondos de ahorro solidario, que invierten un 90%-95% en activos líquidos y un 5%-10% en fondos de impacto. Dado que la mayoría del fondo es líquido, es posible entrar sin una inversión mínima -y, aunque el porcentaje del impacto es muy pequeño, estos vehículos han facilitado que fluya mucho capital a estos proyectos-.

La otra puerta de entrada al impacto es la de los activos líquidos, es decir, la inversión en empresas cotizadas cuya actividad contribuye, de un modo u otro, a alcanzar los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Esta visión es mucho más amplia y acoge a cualquier inversor, sea cual sea su patrimonio. Los expertos más puristas ponen de relieve que el verdadero impacto se hace a través de capital privado, que ofrece muchos más indicadore­s para medir cómo ha cambiado una inversión la vida de personas en situacione­s desfavorec­idas. La inversión de impacto en cotizadas aún cojea en lo relativo a la medición de dicho impacto (¿es suficiente con medir el ahorro en emisiones de gases contaminan­tes, o los kilovatios renovables generados?). Sin embargo, la implicació­n de la gran empresa y la creación de ese círculo virtuoso es fundamenta­l si se aspira a movilizar los 60 billones de euros necesarios para cumplir con la Agenda 2030.

Francia cuenta con los vehículos de ‘ahorro solidario’, líquidos, que destinan un 5%-10% a fondos de impacto

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