El Economista - Inversion a Fondo

El reto de crear una taxonomía social para los activos financiero­s

A finales de año se conocerá el primer informe de la Comisión Europea sobre esta clasificac­ión de actividade­s, que arrojará luz sobre la ‘S’ del acrónimo ASG. No será ley, pero explicará cómo funcionará esta nueva taxonomía. Medir este tipo de cuestiones

- María Domínguez. Fotos: iStock

La Comisión Europea trabaja en la taxonomía social, que sentará las bases de qué activos financiero­s son elegibles y cuáles no desde el punto de vista de la inversión con fines sociales (la S del acrónimo ASG, que alude a los aspectos ambientale­s, sociales y de buen gobierno). Se trata de la segunda taxonomía en la que trabaja la institució­n, que sacó adelante la verde en junio de 2020. Y será, previsible­mente, antes del final de 2021 cuando publicará el primer informe sobre ella, según señalaron fuentes de la Comisión Europea en un reciente webinar. Cuando hablamos de taxonomía, nos referimos a una lista de actividade­s económicas y criterios que permite saber en qué medida un activo financiero responde a esos criterios sociales.

Ese documento que se conocerá a final de año no será un reglamento, sino un informe que explicará cómo se estructura­rá esta taxonomía, elaborado por el Grupo Técnico de Expertos (TEG) de la Comisión; y en él se basará la propuesta que realicen esos expertos a la institució­n, igual que se hizo antes con

La medición de la ‘A’ de ASG se basa en la ciencia; la de la ‘S’ no, advierte Verónica Sanz (Spainsif)

su homóloga verde. Previament­e, se someterá a consulta pública (la Comisión suele tomar muy en cuenta las aportacion­es recabadas en estas consultas).

Contar con una taxonomía social es algo relativame­nte urgente, para que pueda aplicarse el llamado nivel 2 del Reglamento de Divulgació­n de Finanzas Sostenible­s de la Comisión (el nivel 1 ya entró en vigor el pasado 10 de marzo). Ese nivel 2 -que debería estar vigente en enero de 2022- definirá al detalle la informació­n que es obligatori­o reportar, y para ello es preciso que esta pata social, así como la de gobernanza, estén definidas. Pero es cierto que el calendario inicial de la UE en su Plan de Acción sobre Finanzas Sostenible­s ha ido retrasándo­se de forma reiterada. En el caso de la taxonomía social, se añade el problema de que estas cuestiones no

siempre son fáciles de medir. Lo resumió Verónica Sanz, responsabl­e de Análisis de Spainsif (plataforma que promueve la inversión responsabl­e en España), en un evento sobre la S de ASG celebrado el 16 de marzo: “La taxonomía social presenta un problema que la verde no tenía; la verde se basa en ciencia, algo que no ocurre en aspectos sociales”. Por ahora, la UE se está centrando, para ir acotando esa taxonomía, en cuestiones como los derechos humanos, el acceso a la salud, el empleo decente, la igualdad y la no discrimina­ción.

Lluís Peralta, gestor de fondos en GVC Gaesco, explica a Inversión a Fondo que “los indicadore­s sociales son, por definición, más complejos que los ambientale­s. Por ejemplo, solo en lo relativo a las prácticas laborales, GRI [la Global Reporting Initiative, organizaci­ón que impulsa la elaboració­n de memorias de sostenibil­idad] identifica 15 indicadore­s. Algunos son medibles, como la ratio de accidentes en el trabajo, pero otros requieren un esfuerzo significat­ivo para ser identifica­dos y medidos de forma homogénea (por ejemplo, identifica­r los proveedore­s en los que se haya violado el ejercicio de libertad de asociación y negociació­n colectiva)”, señala. La tarea se complica para las pequeñas empresas, por los recursos necesarios para calcularlo­s.

Las ratios más “medibles”, serían, según Peralta, “el CEO pay ratio [relación entre el sueldo del consejero delegado y el del empleado medio], las ratios de accidentes laborales, o los porcentaje­s de mujeres en el consejo. Además, los indicadore­s tipo checklist permiten cuantifica­r si una empresa realiza auditorías a sus proveedore­s, si tiene auditor de sostenibil­idad, si cuenta con un protocolo anticorrup­ción...

Uno de los principale­s problemas es precisamen­te la falta de un estándar o unas ratios concretas aceptadas por todos los actores. Se han producido avances recientes en ratios puntuales, como ese CEO Pay ratio, que es de obligada publicació­n en EEUU o Reino Unido desde 2019. La mencionada iniciativa GRI ofrece, quizá, la mayor aproximaci­ón a un reporting homogeniza­do en temas sociales (al igual que CDP y SBTi se estarían convirtien­do en los estándares en cuestiones climáticas), “pero no todas las empresas siguen sus estándares y menos aún todos sus aspectos”, advierte el gestor de GVC Gaesco. De ahí la “efervescen­cia” de los proveedore­s como

Algunos aspectos sí son fáciles de medir: número de mujeres en el consejo, de accidentes laborales...

Sustainaly­tics, Vigeo, Clarity,“precisamen­te por la dificultad de agregar y medir estos datos y por la creciente demanda del regulador y los inversores para tenerlos en cuenta”, añade.

Pablo Esteban, del Grupo de investigac­ión Finres de la Uned, coincide en que la labor de crear una taxonomía social “incluye retos de muchísima complejida­d; ¿qué medir?, ¿quién debe medirlo?, ¿cómo divulgarlo?, ¿de forma voluntaria u obligatori­a?, ¿por parte de empresas grandes, o también medianas y pequeñas?, ¿qué métricas utilizar? Me parece importante consensuar una batería de métricas alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU y con el Acuerdo de París”, reflexiona.

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