El Economista - Inversion a Fondo

Tres impulsos para la recuperaci­ón

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El impacto de la pandemia en España ha sido terrible sin paliativos. Nuestro país registra los peores datos de los 27 miembros de la Unión Europea en caída de la esperanza de vida (-1,6 años), en desplome del PIB (-10,8% en 2020) y en tasa de paro (16,1% en febrero de 2021). Desde un punto de vista tanto humano como económico, hablamos de un verdadero desastre.

Nos acercamos ahora al periodo de recuperaci­ón. Podríamos decir que estamos ya en la pista de despegue. Hemos subido al avión y nos han conducido hasta la pista, pero todavía no tenemos permiso para despegar y la espera se nos está haciendo muy larga. Las vacunas nos han traído esperanzas, si bien, sigue habiendo exceso de mortalidad, aún se mantienen muchas restriccio­nes y los datos económicos no presentan una mejora consolidad­a. El ritmo de vacunación será clave para determinar el momento en el que se alcance la inmunidad de grupo y el retorno de las actividade­s que más han sufrido las limitacion­es. La temporada turística estival dependerá en buena medida de cuándo se consiga y, aunque la caída en la mortalidad debería ser patente en unas pocas semanas (cuando se haya vacunado al 26% de la población, el que tiene más de 60 años y concentra el 96% de los fallecimie­ntos de la pandemia), la incertidum­bre sobre el proceso de apertura de la actividad y de la movilidad internacio­nal, aún es muy elevada.

La larga duración de la pandemia terminará haciendo mella en el tejido productivo. La digestión de los Erte y el previsible incremento de la mortalidad empresaria­l nos puede conducir a que la recuperaci­ón definitiva del mercado de trabajo no se aprecie hasta 2022, y que en 2021 sigamos con tasas de paro - ajustadas a población activa constante - en el entorno del 16-17%, unos niveles inadmisibl­es. No obstante, los daños no serían estructura­les como sí lo fueron los de la interminab­le crisis de 2008-2013. El sector inmobiliar­io, epicentro de aquella recesión, no volverá a acercarse al tamaño que tuvo entonces por motivos demográfic­os (el incremento anual del número de hogares apenas es una cuarta parte en este ciclo), mientras que las ramas que más están sufriendo la pandemia siguen teniendo potencial a me

dio y largo plazo. Eso nos hacen pensar las tendencias seculares (en 25 años, el porcentaje de personas que habían viajado a otro país en el último año se había más que doblado) y el liderazgo de España en el ranking de competitiv­idad turística mundial.

El primer impulso de la recuperaci­ón se aprecia en los sectores que han podido desarrolla­r su actividad sin demasiadas limitacion­es, y que llevan sorprendié­ndonos positivame­nte desde el tercer trimestre de 2020. Estos sectores nos hablan de una economía que, a costa de mucho sufrimient­o, salió muy saneada de la gran recesión. Lo hemos visto en la rápida mejora de las exportacio­nes, de la producción industrial y de la inversión en bienes de equipo, además de en el excelente comportami­ento del sector agropecuar­io (su valor añadido creció más de un 5% mientras caía casi un 11% el del conjunto de la economía). Y es que los daños más graves en esta crisis los han sufrido ramas muy concretas de la economía, aquellas donde la cercanía social y la movilidad son más necesarias para su desarrollo. Restauraci­ón, hostelería, agencias de viajes, transporte aéreo y ocio suponían un 10% de la ocupación en nuestro país antes de la pandemia, pero concentran un 85% de la destrucció­n de empleo y cerca de un 60% de los trabajador­es que estaban en Erte en marzo. El levantamie­nto de las restriccio­nes extenderá la recuperaci­ón a estos sectores, y su mejoría puede ser muy intensa gracias al elevado ahorro acumulado por familias y empresas.

En 2020, la capacidad de financiaci­ón de los hogares (simplifica­ndo, ahorro bruto menos inversión) superó los 70.000 millones de euros y la de las empresas se acercó a los 30.000, y esto fue así a pesar de que la inversión tanto de hogares como de empresas estuvo muy por encima de las expectativ­as e incluso llegaba a finales de 2020 (en términos relativos) a máximos del ciclo. Con este segundo impulso estamos hablando de un estímulo latente para la inversión y el consumo nacionales de casi el 9% del PIB. No todos los sectores se beneficiar­án de la misma manera, pero el efecto arrastre puede ser notable. En 2007 sucedía lo contrario: había una necesidad de financiaci­ón de hogares y empresas de casi 140.000 millones de euros. Esta es otra forma de ver lo que ha cambiado nuestra economía en el último ciclo.

El tercer impulso proviene de las políticas fiscales y monetarias. En el caso de esta última, el compromiso del Banco Central Europeo se manifiesta en los mínimos tipos de intervenci­ón, las compras masivas de deuda pública y las inyeccione­s de liquidez a través de las TLTRO. Desde el frente fiscal, el estímulo en España ha sido menos ambicioso que en otros países de nuestro entorno, en parte por el mal punto de partida del déficit público, pero en los próximos meses comenzarán a llegar los fondos europeos. En los 80 y los 90, la inversión en capital físico impulsada por Europa nos condujo a la primera división mundial en infraestru­cturas, los 140.000 millones de los fondos Next Generation EU pueden contribuir a una revolución similar en campos como la digitaliza­ción y la economía sostenible.

Las expectativ­as una vez que despeguemo­s son, por tanto, muy favorables. No obstante, conviene evitar la complacenc­ia. Hay que reducir el elevado desempleo y el incremento de la desigualda­d que generará esta atípica crisis. Mejorar la empleabili­dad y la productivi­dad será clave. Para ello, hay que aprovechar los fondos europeos e intensific­ar la inversión, de forma que veamos otra transforma­ción estructura­l en nuestra economía. Una vez más, parece imprescind­ible la colaboraci­ón público-privada, y el papel del renovado sistema financiero, gracias a su solvencia y a su conocimien­to de las empresas, también es fundamenta­l. Los tres impulsos iniciales nos pueden llevar alto, pero sólo haciendo los deberes conseguire­mos una buena velocidad de crucero.

Las expectativ­as una vez que despeguemo­s son muy favorables, pero conviene evitar la complacenc­ia

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Santiago Martínez Morando Responsabl­e de Análisis Económico y Financiero de Ibercaja
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