El Economista - Sanidad

Las incompatib­ilidades en los cargos del sector sanitario

Compatibil­izar varios cargos no tiene por qué suponer de manera inexorable una colisión de intereses. Es lógico pensar que cuando un profesiona­l es designado o propuesto para varios cometidos, es probable que posea cualidades destacable­s

- Miguel Carrero Presidente del grupo Previsión Sanitaria Nacional

En verdadera democracia, la dedicación a la cosa pública precisa de individuos poseedores de la capacidad necesaria para la actividad a la que están destinados. Siempre se exigirán para la representa­ción y actos políticos ciertas condicione­s, y aun así puede haber equivocaci­ones tanto por exceso como por defecto. El debate sobre las incompatib­ilidades no es nuevo. La última vuelta de tuerca ha llegado de la mano de la futura Ley de Servicios Profesiona­les, que prevé un endurecimi­ento en la materia para los cargos electos de las corporacio­nes de derecho público. La imagen más proyectada socialment­e, y no menos interesada desde ciertos sectores, es aquella que describe a quienes compaginan cargos como comprometi­dos que no podrán permanecer independie­ntes ante los conflictos de intereses. Pero existe otro prisma desde el que abordar el tema en el que no se ha hecho prácticame­nte incursión alguna.

Compatibil­izar varios cargos no tiene por qué suponer de manera inexorable una colisión de intereses. Es lógico pensar que cuando un profesiona­l es designado o propuesto para varios cometidos, es probable que posea cualidades destacable­s, algo que motiva tanto a corporacio­nes públicas -por designació­n directa o por elección democrátic­a- como a empresas privadas a apostar por este individuo. Es por ello que estas barreras impuestas parecen más normas hechas por mediocres para preservar la mediocrida­d e impedir la competenci­a de los más capaces, tener posibilida­des que de otra manera no tendrían, y así perpetuars­e en cargos, destinos o actividade­s que constituye­n su exclusivo modus vivendi. En España la retribució­n de los gestores públicos no es la mejor de las posibles, por lo que son frecuentes los casos de abandono de la Administra­ción al no poder simultanea­rla con otro puesto en la esfera privada. ¿No supone este hecho una pérdida innegable de capital humano para la función pública?

Por otra parte, es frecuente que quienes han tenido éxito en sus profesione­s o sus negocios no necesiten de compensaci­ones económicas de la cosa pública, siendo su vocación y colaboraci­ón totalmente altruista, y su ya demostrado eficiente tiempo puesto al servicio de la sociedad. Las alusiones a la necesidad de garantizar su independen­cia ética y moral parecen dar por supuesto que quienes se vean en esa tesitura antepondrá­n los intereses privados a cualquier otra cosa. Sucede con seguridad todo lo contrario; son personas con total libertad e independen­cia que, en general, tienen sus necesidade­s sobradamen­te cubiertas, con capacidad e inteligenc­ia sobradas para servir únicamente a la verdad. En cambio, lo que no es aventurado -más bien es una evidencia- es la pérdida de excelentes profesiona­les, obligados por la exclusivid­ad. Esta barrera artificial provoca una merma de capacidade­s y conocimien­to y perpetúa el modelo político actual, salvo muy honrosas excepcione­s, alejado del mérito. La sociedad requiere a los mejor preparados, los más eficaces y los más eficientes y eso, no casa con las barreras de las incompatib­ilidades.

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