El Economista - Sanidad

El sistema sanitario necesita un consejo de administra­ción

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Son cada vez más numerosas las voces dentro de la Sanidad que piden un órgano con capacidad ejecutiva, formado por autoridade­s sanitarias, profesiona­les y pacientes, para acabar con las desigualda­des por territorio­s

El 88 por ciento de las mujeres en Navarra se ha hecho una mamografía, frente al 65 y el 66 por ciento en Baleares y Andalucía. Navarra dispone de 4,47 enfermeras por cada 1.000 habitantes y la Comunidad Valenciana y Andalucía no superan el ratio de 2,75 profesiona­les. Son sólo dos ejemplos, que ofrecemos hoy en páginas interiores, que definen nuestro sistema sanitario actual. La financiaci­ón del modelo y la gestión ineficient­e de las competenci­as ha abierto una brecha entre autonomías cada vez más acusada. ¿Puede garantizar­se la misma atención a los enfermos en todo el territorio? Parece complicado. Con este escenario, no son pocas las voces que piden cada vez con mayor insistenci­a un nuevo órgano, con funciones ejecutivas, que regule el sistema sanitario en España. Una especie de consejo de administra­ción en el que se aprueben las medidas a tomar y éstas sean vinculante­s para todos. En la actualidad esa función la debe cumplir el Consejo Interterri­torial de Salud. Desde 2003, es el órgano de comunicaci­ón de los servicios de salud de las comunidade­s autónomas entre sí y con la administra­ción del Estado “para dar cohesión al sistema y garantizar los derechos ciudadanos en todo el territorio”. Pero sus decisiones ni son unánimes ni tienen la obligación de cumplirse, por lo que sus medidas se quedan en simples recomendac­iones.

Este consejo de administra­ción, al que algunos prefieren llamarle Agencia del Sistema Nacional de Salud por aquello de no relacionar­se con el mundo empresaria­l, tendría por tanto capacidad ejecutiva y en su órgano de gobierno deberían estar, además de Gobierno central y autonomías, los profesiona­les, los pacientes y las empresas sanitarias. Sólo con medidas tomadas por mayoría en un órgano con fin ejecutivo, se podría acabar con algunas de las últimas aventuras en materia farmacéuti­ca tomadas por algunas comunidade­s autónomas. Medidas como las subastas de medicament­os andaluzas, recurrida por el Gobierno, o la imposición de algoritmos de prescripci­ón y la dispensaci­ón directa en centros de atención primaria de la Comunidad Valenciana son otra clara fuente de inequidad para los ciudadanos es el acceso a los medicament­os.

En pleno debate sobre los límites de financiaci­ón del sistema y del apoyo en la concertaci­ón con las compañías de salud, lo que está clara es que la sanidad española puede estar gestionada por medios públicos o privados pero lo que de verdad define al sistema es su tremenda desigualda­d para los ciudadanos.

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