El Economista - Sanidad

La sanidad no da votos en unas elecciones, pero sí los quita

Parafrasea­ndo un tópico del periodismo se podría decir: no dejes que una sentencia del Tribunal Constituci­onal te estropee un buen eslogan o tu propia campaña electoral

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Parafrasea­ndo un tópico del periodismo se podría decir: no dejes que una sentencia del Tribunal Constituci­onal te estropee un buen eslogan o tu propia campaña electoral. Es lo que ha ocurrido con la reciente sentencia del Tribunal Constituci­onal, que tendría que servir para cerrar de una vez por todas el falso debate en torno a la supuesta privatizac­ión de la sanidad pero que, al contrario, no está consiguien­do mover ni un milímetro la posición ideológica de los partidos que defienden solo, y de forma excluyente, la gestión pública de la sanidad.

Dice el Alto Tribunal que la “posible apertura a formas de gestión y responsabi­lidad privada se lleva a cabo preservand­o, en todo caso, la titularida­d pública del servicio” y añade que la Constituci­ón “no exige que el mantenimie­nto de un régimen público de Seguridad Social requiera necesariam­ente y en todo caso un sistema de gestión pública directa”, además de recordar el carácter público de su financiaci­ón o la “igualdad de acceso” de los ciudadanos al sistema público.

El fallo, que desestima la mayor parte del recurso de inconstitu­cionalidad presentado hace un par de años por 50 senadores socialista­s contra la privatizac­ión de la gestión sanitaria de seis hospitales y 27 centros de salud, llega lógicament­e tarde, cuando el Gobierno de la Comunidad de Madrid decidió suspender el proceso ante la presión política y social ejercida con las llamadas mareas blancas y en un momento en que la privada se ha convertido en el pimpampum de la próxima campaña electoral.

Todos los partidos, sin excepción, han renegado de las fórmulas de colaboraci­ón público privada. Incluso la candidata del Partido Popular a la Comunidad de Madrid se ha comprometi­do a no externaliz­ar la gestión de ningún centro más, aparte de abrir un confuso debate sobre la revisión de las actuales concesione­s que se vio obligada más tarde a rectificar.

La presión política, unida a la mala comunicaci­ón de los objetivos de una medida que persigue una mayor eficiencia, ha conducido a que la ciudadanía sienta resquemor y reaccione contra cualquier proyecto de gestión privada en sanidad. Los partidos lo saben y, por eso, a falta de un debate real y necesario sobre reformas del modelo, están utilizando la privada como el blanco fácil de sus dardos, conocedore­s de que la sanidad no gana votos, pero sí los quita.

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