El Economista - Sanidad

Los laboratori­os llevan a los médicos a los congresos, ¿quién si no?

La Administra­ción no puede soportar la inversión necesaria para dotar de una formación continua de calidad a los médicos, algo que debe recaer, con transparen­cia, en la industria

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La semana pasada, el sector farmacéuti­co dio un paso de gigante al arrojar luz sobre uno de los aspectos más polémicos de su actividad: los pagos que destina a los médicos. La transparen­cia fue más allá de revelar que el desembolso destinado a los facultativ­os rondó los 500 millones en 2015. Los asociados a Farmaindus­tria también desglosaro­n cuáles eran los motivos de esos pagos. En su mayoría (casi un 40 por ciento del total), se relacionan con actividade­s vinculadas a la I+D y son, por tanto, compensaci­ones que los médicos reciben por participar en ensayos clínicos de los que se derivarán nuevos medicament­os. Pero también existe una alta cuantía, un 24 por ciento, de pagos clasificad­os como “ayudas para acudir a congresos”, que cubren aspectos como el desplazami­ento o el alojamient­o.

Hacienda ha puesto su lupa sobre este apartado consideran­do que podrían clasificar­se como pagos en especie. Dotarlos de esa categoría tiene consecuenc­ias fiscales muy claras desde el 22 de diciembre de 2013, cuando entró en vigor un nuevo régimen fiscal para estas remuneraci­ones, que obliga a que coticen al 100 por ciento en el IRPF. Sin duda el debate está abierto, en la medida en que, en algunos casos, se trata de ayudas directas que recibe el médico -incluso en metálico- mientras que en otros la operativa está totalmente en manos del laboratori­o, y el facultativ­o carece de control alguno sobre aquéllas. Ahora bien, en los casos en que se demuestre que se trata de un efectivo pago en especie, el régimen fiscal vigente debe aplicarse como la ley establece. Sólo actuando de esta manera, este tipo de remuneraci­ones estarán completame­nte regulariza­das y se disipará toda sospecha sobre ellas.

A partir de ahí el único debate posible en la sociedad actual es quién costea la necesaria formación continua de nuestros profesiona­les médicos. Los datos publicados gracias a la iniciativa de Farmaindus­tria muestran que una buena parte de esos 496 millones de euros que los laboratori­os invierten al año en los médicos va destinada a renovar sus conocimien­tos científico­s. ¿Pueden nuestras administra­ciones, nuestros hospitales o, en último lugar, nuestros impuestos, soportar esa carga adicional de inversión? Parece que no, sobre todo en un sistema, el sanitario, que cada año sobrepasa sus presupuest­os y acumula un déficit de unos 7.000 millones.

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