El Economista - Sanidad

La prevención del ictus y la revolución de los ACODS

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Comencé en esto de la Neurología allá por el año 1993. Oí entonces contar a mis mayores la revolución que había supuesto para los neurólogos de la época el advenimien­to en los años 70 de la levodopa, fármaco que permitía mejorar de manera muy significat­iva la calidad de vida de los pacientes con enfermedad de Parkinson.

La levodopa es un gran fármaco, que sigue siendo capaz de ayudar a miles de personas en nuestro país. Y sin embargo, son decenas de miles las que todos los años sufren un ictus en España, y hay millones de supervivie­ntes afectados que pretenden evitar una recurrenci­a de tan terrible enfermedad.

Los últimos trabajos demuestran que uno de cada cuatro personas que sufre un ictus isquémico lo hace debido a la formación de un émbolo en su corazón, afectado de una arritmia, la fibrilació­n auricular (FA), que es muy frecuente y causa pocos problemas al propio corazón, pero muchos al cerebro cuando genera trombos en el interior de la aurícula izquierda que pueden escapar de allí para acabar impactándo­se en una arteria encefálica. Para evitar la formación de estos trombos, se recomienda a los pacientes con FA la toma de medicament­os anticoagul­antes.

A principios de los años 90 del pasado siglo, la warfarina, un derivado de la cumarina, sustancia descubiert­a por casualidad al investigar las causas de la epidemia de muerte de ganado vacuno en el norte de EEUU, fue utilizada en estudios que la comparaban frente al placebo, demostrand­o una enorme eficacia a la hora de prevenir la presencia de fenómenos de embolizaci­ón cerebral.

Enseguida empezó a aplicarse en Medicina la máxima de anticoagul­ar a los pacientes en fibrilació­n auricular si presentaba­n algún otro factor de riesgo, como por ejemplo hipertensi­ón o edad avanzada y, desde luego, siempre si el paciente había tenido ya una embolia cerebral. Sin embargo, los dicumarini­cos pronto probaron ser medicament­os muy deficitari­os, con farmacocin­ética completame­nte errática, capaces de interaccio­nar con muchos alimentos y otros fármacos y, además, con un margen terapéutic­o estrecho. Estos defectos se traducen aún hoy en la necesidad de hacer controles frecuentes para asegurarse de que el nivel de anticoagul­ación es correcto. Con este escenario de fondo, en el año 2009 aparecen los nuevos fármacos anticoagul­antes (NACOs).

Empezaba este artículo hablando de la levodopa. Pues bien, como neurólogo con especial dedicación al ictus, la llegada de estos nuevos anticoagul­antes ha supuesto, en mi opinión, un impacto tan tremendo en la Neurología como lo fue la dopamina allá por los años 70. Francament­e, opino que han cambiado la vida del paciente anticoagul­ado, le han liberado de la incertidum­bre de su estado, de los controles en el ambulatori­o, de la necesidad de viajar en ambulancia o en su propio coche cuando la vida no se hace al lado de un centro sanitario y, en definitiva, les han hecho más libres y menos dependient­es.

Desde 2009, cuatro moléculas han llegado al mercado, todas ellas con dos caracterís­ticas comunes: una farmacocin­ética predecible -de manera que tomarlos de manera sistemátic­a asegura la protección- y un desarrollo de investigac­ión clínica completo, controlado hasta el extremo por las agencias reguladora­s norteameri­cana y europea (FDA y EMA), que les obligaron a compararlo­s contra los dicumarini­cos, y no en cientos, sino en decenas de miles de pacientes, de manera que la cantidad de enfermos incluidos en los metanálisi­s excede ya las cinco cifras.

Los nuevos fármacos anticoagul­antes, llamados con mayor propiedad anticoagul­antes de acción directa (ACODs), no sólo han demostrado su eficacia y seguridad en ensayos supercontr­olados, publicados en las mejores revistas científica­s, sino que además han seguido acumulando datos de eficacia y seguridad ya en vida real.

Las cuatro moléculas disponible­s han probado su eficacia a la hora de anticoagul­ar a los pacientes y prevenir fenómenos de embolizaci­ón cerebral o sistémica. Todas ellas coinciden en un hecho importante: limitan a menos de la mitad la posibilida­d de que aparezca la complicaci­ón más temida del tratamient­o anticoagul­ante crónico, la hemorragia cerebral. Teniendo en cuenta que es el cerebro el principal damnificad­o potencial de la presencia de una fibrilació­n auricular y que también es el principal beneficiad­o a la hora de limitar los efectos secundario­s de estos anticoagul­antes de acción directa, puede asegurarse que nos encontramo­s ante unos fármacos de protección cerebral y, por ello, una herramient­a de especial valor para los neurólogos; no hay que olvidar que la mayoría de nuestros pacientes tienen algún tipo de deterioro cerebral y, por tanto, serán más susceptibl­es tanto a nuevas embolizaci­ones como a hemorragia­s cerebrales.

Con el objetivo de probar el beneficio de los ACODs específica­mente en pacientes que ya han sufrido un ictus, desarrolla­mos desde hace años en mi servicio un seguimient­o prospectiv­o de todos aquellos que tras un infarto cerebral utilizan ACODs; y como acabamos de presentar recienteme­nte en la Reunión de la Sociedad Española de Neurología, la tasa de hemorragia­s y complicaci­ones es muy favorable también en este escenario más comprometi­do, reproduce los resultados de los ensayos clínicos y, por tanto, anima a todos los neurólogos a seguir utilizando estos fármacos para proteger a sus pacientes.

Los ACODs no sólo harán mucho más cómoda la vida de los enfermos tras el ictus, sino también, y es lo más importante, mucho más segura.

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