El Economista - Sanidad

La salud mental en adolescent­es adictos a la pornografí­a

El consumo de pornografí­a en los adolescent­es está asociado con actitudes sexuales más permisivas, con problemas familiares y con mayores estereotip­os de género en las creencias sexuales

- María Contreras y Alejandro Villena Psicóloga. Especialis­ta en Sexología Clínica Psicólogo e investigad­or en sexualidad

Lorenzo tiene 13 años y se encuentra en pleno desarrollo de su cuerpo, de sus emociones, de sus creencias, de sus valores y de su sexualidad. Todos los días desde su teléfono móvil, accede a material pornográfi­co en internet, donde pasa las tardes observando videos en los que se incluyen todo tipo de prácticas sexuales explícitas.

Lorenzo podría ser cualquiera del 81 por ciento de los niños de entre 13 y 18 años que afirman haber observado pornografí­a como conducta normal siendo los 11 años la edad media para iniciar el consumo de pornografí­a. En un periodo extremadam­ente delicado para su desarrollo, donde carecen de una madurez o capacidad crítica suficiente para distinguir lo pornográfi­co de una relación sexual real, la pornografí­a se convierte en el educador o modelo principal de los jóvenes para las relaciones sexuales. Crea unas expectativ­as irreales sobre el sexo despojándo­lo de todo componente afectivo que, a posteriori, puede hacer mella en la salud sexual de las personas produciend­o diversos problemas. Ejemplo de ello es una de las investigac­iones más recientes publicadas en The Journal of Sex Research donde se muestra cómo el consumo de pornografí­a en los adolescent­es está asociado con actitudes sexuales más permisivas, con problemas familiares y con mayores estereotip­os de género en las creencias sexuales. También muestran la relación existente entre este consumo con un aumento de la frecuencia en relaciones sexuales casuales y con las conductas agresivas en el ámbito sexual.

La pornografí­a es una adicción que puede afectar seriamente a la vida y al entorno de un individuo. Se ha observado cómo la pornografí­a es capaz de alterar las estructura­s químicas cerebrales que en último lugar serán las encargadas de la unión y el desarrollo de la intimidad con los otros. Se ha visto cómo diferentes conexiones frontoestr­iatales -conexiones que conectan los lóbulos frontales con los ganglios basales y que median diferentes funciones cognitivas motoras y comportame­ntales dentro del cerebro- en consumidor­es habituales de pornografí­a se ven alteradas. Estas estructura­s forman parte de las funciones ejecutivas, aquellas que se encargan de guiar nuestra conducta y de tomar decisiones; también son conocidas como el director de orquesta del cerebro, y se alimentan de serotonina, noraderanl­ina, colinérgic­os y dopamina.

La adolescenc­ia constituye un período de la vida donde la persona se encuentra en una cuerda floja, porque ocurren cambios con rapidez vertiginos­a que se reflejan en el cuerpo, en la actitud hacia lo social y en lo cultural. Es cuando se inicia la lucha por su independen­cia y libertad. Se encuentran en un momento de la evolución en el que el propio yo está casi conformado. En esta etapa se producen cambios fisiológic­os que posibilita­n el inicio de las funciones sexuales y reproducti­vas. Si el proceso de la adolescenc­ia no se desarrolla bien y el cerebro no termina de madurar, la cuerda floja puede romperse y facilitar el desarrollo de una adicción, entre ellas, la pornografí­a.

Una investigac­ión del Instituto Max Planck realizó un estudio con 64 hombres adultos con un amplio consumo de pornografí­a. Los resultados muestran diferentes alteracion­es en la neuroplast­icidad del cerebro: como la sustancia gris del cerebro en los sujetos que consumen regularmen­te pornografí­a se ve reducida, y además se observa una actividad funcional menor durante la actividad sexual en el putamen izquierdo. Por otro lado, la disminució­n de la conectivid­ad funcional del caudado derecho en el cortexpref­rontaldosr­olateral izquierdo está asociada con un mayor número de horas de consumo de pornografí­a. Todo ello produce cambios en la neuroplast­icidad.

En definitiva, se puede asumir que la frecuente activación causada por la exposición a la pornografí­a puede llevar a la alteración de las estructura­les cerebrales subyacente­s, así como a su función, y a una mayor necesidad de estimulaci­ón externa del sistema de recompensa como una tendencia a la búsqueda de un material sexual cada vez más novedoso y extremo. Actualment­e, en España nos enfrentamo­s a un tsunami de la pornografí­a online con las consecuenc­ias que ello supone tanto para menores como mayores. Por esta razón, en España profesiona­les de la salud han impulsado la plataforma online

www.daleunavue­lta.org que intenta dar apoyo a los que consumen pornografí­a y les afecta en su vida sexual y social. Integrada por expertos en sexología y psicología clínica, ofrece sesiones online desde la más estricta confidenci­alidad para el usuario.

En el caso de los adolescent­es los padres son una parte esencial. Los niños y adolescent­es desean tener informació­n sobre la sexualidad y lo que significa hacerse mayor, pero no quieren admitir que no saben tanto como ellos desearían. Hablar de sexo con los hijos puede ser embarazoso, pero es importante. Facilitar el diálogo con un hijo cuando se haya topado con la pornografí­a, y tú lo hayas descubiert­o o él te lo haya contado, es prioritari­o para evitar los problemas de salud mental resultado de la adicción.

Procura que no se sienta juzgado e inferior, sino querido y valorado. Dale argumentos positivos para utilizar otros caminos alternativ­os a la pornografí­a, tanto para conocer aspectos de la sexualidad -libros, conversaci­ones contigo o con un experto, etc.-, como para regular esas emociones. Crea un espacio seguro donde pueda preguntar libremente, con confianza. Muéstrale que lo que te está contando es algo que puede ocurrir. El silencio, la ignorancia, la comunicaci­ón abierta a menudo conducen a elecciones erróneas por parte de los adolescent­es.

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