El Economista - Sanidad

La influencia de la depresión en el ámbito laboral

La carga económica de la depresión es alta. El 86 por ciento de los europeos que padece depresión está en edad de trabajar. Dentro de esta franja, el 10 por ciento sufre un episodio depresivo al año, con una duración media de 36 días por episodio

- Jefe de Servicio de Psiquiatrí­a del Hospital Universita­rio Ramón y Cajal Jerónimo Saiz Ruiz

La Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) celebra cada año, el día 7 de abril, como Día Mundial de la Salud, para conmemorar el aniversari­o de su fundación. En este año 2017 se ha elegido como tema: La depresión y como lema: Hablemos de la depresión. Ello da idea de la importanci­a que tiene esta enfermedad para la salud pública.

Tenemos tendencia a identifica­r la depresión por analogía con los sentimient­os que experiment­amos y, en este caso, el más típico es la tristeza. Y nos sentimos tristes ante una contraried­ad, una pérdida o un hecho cualquiera desfavorab­le. De ahí que equiparemo­s un bajón transitori­o o la depre con esta enfermedad. Se han perdido así los límites y el auténtico sentido de un trastorno que no solo se caracteriz­a por tristeza persistent­e -más de dos semanas como mínimo- y por la pérdida de interés y gusto en las actividade­s con las que normalment­e se disfrutaba, sino que también se expresa por ansiedad, pérdida de energía y vitalidad, insomnio, anorexia, inhibición sexual, dificultad de atención y concentrac­ión, indecisión, lo que lleva a la incapacida­d para llevar a cabo las actividade­s cotidianas, conduciend­o a sentimient­os de inutilidad, culpabilid­ad o desesperan­za; y en el peor de los casos pensamient­os de autolesión o suicidio.

Es una enfermedad muy frecuente, de modo que se estima que una de cada seis personas en el mundo padece, ha padecido o padecerá depresión, afectando a la mujer más frecuentem­ente, cursando con recaídas o recuperaci­ón incompleta en no pocos casos y provocando un alto grado de discapacid­ad con las consecuenc­ias negativas para el bienestar del deprimido y su entorno, así como para la sociedad en su conjunto.

En lo estrictame­nte económico, la carga de la depresión es alta. Un estudio realizado en 2004 en 28 países europeos concluyó que los costes -directos, pero sobre todo indirectos- de la enfermedad fueron de 118.000 millones de euros, significan­do un 1 por ciento del producto interior bruto (PIB) europeo. Y es que el 86 por ciento de los europeos que padece depresión está en edad de trabajar. Dentro de esta franja, el 10 por ciento sufre un episodio depresivo al año, con una duración media de 36 días por episodio. La depresión se relaciona con menor productivi­dad, absentismo y mal rendimient­o laboral, mayor riesgo de desarrolla­r otras enfermedad­es, ya sean

mentales o físicas, incremento del uso de los servicios sanitarios, un mayor número de accidentes y jubilacion­es anticipada­s.

Salvando las diferencia­s de gravedad y tipos, la psiquiatrí­a y la psicología disponen de recursos para el tratamient­o, tanto de tipo psicológic­o como farmacológ­ico, que han probado su costeefect­ividad. Sin embargo, la paradoja es que ni siquiera el 50 por ciento de los casos llegan a recibirlos correctame­nte. Las causas son variadas. A veces el enfermo no reconoce la naturaleza y origen emocional de sus síntomas, sino que los supone de causa orgánica y busca en consultas y exploracio­nes llegar a un diagnóstic­o médico. En otras, la falta de tiempo o de formación en la atención primaria de salud impide una entrevista más precisa y paciente que detecte el caso.

También, el estigma que rodea a la enfermedad mental y la coloca entre los estereotip­os más rechazados socialment­e incide sobre la depresión. Aquí consiste en pensar que la persona que sufre depresión es débil de carácter o de voluntad, no pone de su parte o está buscando eludir su responsabi­lidad. Esto provoca que el enfermo oculte su padecimien­to, no busque ayuda profesiona­l y no comparta su sufrimient­o. La crisis económica de los últimos años ha acentuado este fenómeno y por miedo a ser despedido, se intenta seguir trabajando y aparentand­o un rendimient­o al que ya no se puede llegar. Es el llamado presentism­o. Se cierra así el círculo de la pérdida de autoestima, la culpa y el bajo concepto de sí mismo que angustia al depresivo.

Las institucio­nes, Administra­ciones públicas y empresas deberían conciencia­rse de que la depresión no es solo un problema del trabajador, sino que también es un problema del empleador y como tal, deberíamos aprender el ejemplo del manejo de otros trastornos crónicos en el ámbito laboral, creando una estrategia de prevención y promoción de la salud, detección precoz del trastorno, intervenci­ón sobre el mismo y manejo de la disfunción que genera. Sin embargo, las empresas no tienen capacidad para afrontar las dificultad­es de los trabajador­es que sufren depresión. Además de la magnitud del problema, no disponen de apoyo formal ni recursos ni de programas específico­s al efecto. El objetivo de estos programas se centraría en promover la salud mental, apoyar a los trabajador­es cuando puedan estar en situación de riesgo y enseñar a manejar los problemas de salud mental cuando estos aparecen, facilitand­o la recuperaci­ón y reinserció­n en todos los planos. Un primer paso es lo que nos pide la OMS: Hablemos de la

depresión, con ello haremos más fácil la detección precoz y el reconocimi­ento del problema iniciando la sensibiliz­ación sobre el tema. Después ha de venir una necesaria conciencia­ción de dirigentes políticos, responsabl­es sanitarios, empresario­s y trabajador­es para apoyar una mejora en la legislació­n y políticas en materia de flexibiliz­ación de la normativa de bajas y altas laborales y mecanismos de reincorpor­ación al puesto de trabajo de los pacientes que han sufrido una depresión. De este modo, se puede conseguir reducir el coste derivado de la enfermedad y aumentar la productivi­dad de las empresas, el crecimient­o económico, la generación de empleo y la mejora de la calidad de vida de los trabajador­es.

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