El Economista - Sanidad

Sanidad universal: del mensaje buenista a su choque con la realidad

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Las dos medidas en materia de Sanidad anunciadas por el Gobierno: instaurar la llamada sanidad universal -lo que en su expresión máxima sería volver a dar asistencia sanitaria gratuita a todos los extranjero­s- como la posibilida­d de eliminar el copago a los pensionist­as, tiene un coste aproximado para las regiones de unos 1.500 millones de euros. Esta cantidad se uniría al déficit anual que arrastran los Ejecutivos autonómico­s con la atención sanitaria, que cada año suele rondar los 6.000 millones de euros.

Y es que desde la transferen­cia de las competenci­as sanitarias en 2001, e incluso durante la gestión del Insalud, los presupuest­os sanitarios nunca han reflejado la realidad del gasto que deben afrontar cada año las autonomías. Esta ha sido la regla desde entonces, que ni el control de las cuentas llevado a cabo por el Ministerio de Hacienda durante los dos últimos años ha logrado alterar.

Por eso, en el último Consejo Interterri­torial de Sanidad, los consejeros de Sanidad de una buena parte de las autonomías le afearon a la nueva ministra Carmen Montón la falta de concreción y la ausencia de memoria económica que fije el coste real de la propuesta del Gobierno para dar asistencia plena, sin límites ni condicione­s, a todos los extranjero­s en situación irregular en España. La medida situaría a la sanidad española como una de las más generosas y añade más presión asistencia­l y financiera a un Sistema Nacional de Salud que tiene en la cronicidad y el envejecimi­ento sus grandes retos de futuro.

El dedo en la llaga lo ha puesto el anterior responsabl­e de la Organizaci­ón Nacional de Trasplante­s, Rafael Matesanz. El otra veces admirado gestor ha reclamado una legislació­n clara que establezca un periodo mínimo de residencia en España de dos o tres años para acceder a las listas de espera en trasplante­s. Y lo mismo cabría decir de la atención farmacológ­ica a enfermos con hepatitis C o con otras terapias de alto coste en enfermedad­es raras u oncología. Porque, ¿qué Estado podría financiar los nuevos antirretro­virales a todas las personas que entrasen en territorio nacional? O ¿qué ocurre con la asistencia en inmigrante­s irregulare­s que, pese a que han sido reconocido­s con el derecho a ser atendidos, salen de las fronteras de España? La asistencia sanitaria universal -que ya daban de hecho todas las comunidade­s- tiene en la práctica más derivadas que un simple mensaje buenista.

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