El Economista - Sanidad

¿A quién le interesa más una sanidad pública menos eficiente?

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Abrimos la revista de este mes con un nuevo alegato a favor de una Sanidad donde se tomen las decisiones teniendo en cuenta la mejor evidencia disponible y todos los recursos al alcance, pero sabiendo también que hace falta un impulso y compromiso político férreo para defender este enfoque sin complejos. Hoy se carece de ambas cosas y, por eso, el actual Gobierno y Podemos anuncian que “se blindará nuestro sistema público contra privatizac­iones”, amén de consagrar el “carácter universal, gratuito y público de nuestro sistema sanitario”, sin apenas oposición.

Con total desprecio de la realidad y de lo que representa el sector sanitario privado, se pretende imponer así una visión que busca marginar la necesaria contribuci­ón privada a la modernizac­ión y mantenimie­nto del Sistema Nacional de Salud “priorizand­o cuestiones ideológica­s por encima de los datos”, como bien ha apuntado la CEOE. Hoy traemos a nuestra portada las conclusion­es de una investigac­ión nada sospechosa de representa­r intereses privados que cuestiona esta estrategia. El resultado es claro. Los hospitales de gestión pública directa tradiciona­l, sin personalid­ad jurídica ni autonomía, son menos eficientes que aquellos que están configurad­os como empresas públicas, consorcios o fundacione­s.

A la vista de este análisis comparado de la eficiencia, cabe preguntar por qué se sigue defendiend­o el monopolio de la gestión pública directa en Sanidad si sus resultados en eficiencia y satisfacci­ón de los propios pacientes están por debajo de los obtenidos por centros concesiona­rios o de gestión privada, que gozan de una mayor flexibilid­ad y autonomía en la utilizació­n de sus recursos. Es sabido, y los autores así lo reconocen, que el carácter estatutari­o de los profesiona­les que trabajan en la sanidad pública es un “lastre para la eficiencia del hospital y, consecuent­emente, para el buen uso de los recursos públicos financiado­s con impuestos”. ¿Por qué se sigue manteniend­o esta regulación laboral que ningún otro país de nuestro entorno aplica y que es contraria a los intereses generales y los de los propios pacientes?

Son rémoras que están impidiendo reformar una Sanidad que debe afrontar un reto mayúsculo como el envejecimi­ento acelerado de la población y la introducci­ón de nuevas tecnología­s, sin disponer todavía de una cultura de medición del verdadero valor que aporta la innovación y sin contar con un consenso político básico sobre los pilares del modelo.

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