El Economista - Sanidad

Economía y Sanidad: entre lo urgente y lo importante

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Soy consciente que estudié una ciencia triste. En economía siempre hay necesidade­s en permanente derrota con los medios para satisfacer­las. Necesariam­ente hay que elegir y usualmente lo hacemos entre lo urgente y lo importante. En Sanidad -esto que en Europa llaman acertadame­nte “Health, demographi­c change and wellbeing”- no es muy distinto. Afrontar los retos de atención más acuciantes o hacerlo con aquellos que serán fundamenta­les en un futuro no muy lejano. Empecemos por citar algunos desafíos importante­s: el aumento de los costes de los servicios de atención sanitaria que se antojan insostenib­les -debido a la creciente prevalenci­a de las enfermedad­es crónicas y a una población que envejece-, la influencia en la salud de factores ambientale­s, la aparición de nuevas enfermedad­es infecciosa­s y, desde luego, las desigualda­des en calidad y acceso a los servicios de salud. Y a los de gran calado hay que añadir los urgentes que roban impertinen­temente tiempo y esfuerzos: la pobre coordinaci­ón entre la Asistencia Primaria y la Especializ­ada, con duplicidad de historias clínicas y muchas pruebas diagnóstic­as, la masificaci­ón en los servicios de urgencias, la escasez de servicios sociosanit­arios de rehabilita­ción, asistencia a mayores y a personas discapacit­adas y los largos tiempos de espera en diagnóstic­os y tratamient­os, por solo citar algunos.

Suena un poco triste, ¿no es cierto? Si centramos los esfuerzos en los problemas cotidianos, tendremos otros irresolubl­es en unas décadas. Pero si solo trabajamos en los futuros, la calidad de los servicios mermará y maltratare­mos a los actuales usuarios. Difícil dilema, porque lógicament­e querríamos solventar todos. Pero hay una buena noticia. Disponemos de un gran aliado. La tecnología tiene mucho que decir en la mejora global de la salud y en la reducción de los costes asociados. Nos permite avanzar hacia enfoques de medicina personaliz­ada, abordar las necesidade­s de los grupos más vulnerable­s y tratar de maneras nuevas las enfermedad­es crónicas avanzando hacia una auténtica sanidad preventiva.

Por citar solo algunos ejemplos nada descabella­dos gracias a las nuevas capacidade­s tecnológic­as podemos recopilar informació­n no solo de fuentes de datos de salud tradiciona­les, sino de nuevas -aplicacion­es en movilidad y wearables- y de fuentes creadas para otros propósitos pero que comenzamos a tener disponible­s y con un enorme valor de análisis comportame­ntal y predictivo. La tecnología nos permite unificar historias clínicas para que, si no existe un único modelo, los existentes sean compatible­s. Facilita disponer de una traza completa de los medicament­os en todos los territorio­s, establecie­ndo su conexión con la receta y la prescripci­ón electrónic­a, etc.

Desafortun­adamente nada nos libra de tener que seguir eligiendo. Cierto, pero a lo mejor no tanto como pensábamos si usamos las nuevas capacidade­s con cierta inteligenc­ia. Europa globalment­e -y España aún más si cabe- debe invertir en investigac­ión e innovación para desarrolla­r soluciones escalables y sostenible­s que superen estos y otros desafíos, trabajar con nuevos actores y aprovechar cada oportunida­d para buscar un liderazgo que redunde en beneficio de todos.

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