Hay más opciones antitabaco
En España fuma hoy el 34 por ciento de la población, una cifra superior a la de 2005. Es decir, que pese al esfuerzo hecho por todos y a la implantación de la conocida como Ley Antitabaco, en 15 años no se ha reducido el porcentaje de españoles víctimas del tabaquismo. Efectivamente, los fumadores son víctimas de una enfermedad adictiva, crónica y recurrente. Una enfermedad que es la principal causa de mortalidad prematura y evitable en los países desarrollados. Para ser conscientes de sus efectos, en España el tabaco mata a 55.000 personas al año. 137 muertos al día. Seis vidas que desaparecen cada hora.
Soy cirujano oncológico y conozco en primera persona los estragos que fumar produce en la salud, por lo que mi empeño y el de todos mis colegas médicos es el mismo: aspiramos a una sociedad sin tabaco. Sin embargo, precisamente por mi experiencia en la consulta, también soy consciente de la enorme dificultad de abandonar este hábito y de los múltiples condicionantes que lo hacen tan complejo.
Dejar de fumar no es sólo cuestión de voluntad. Hay mucha gente que para lograrlo necesita tratamientos de apoyo, tanto farmacológicos como de otro tipo. Lamentablemente, la realidad nos muestra que pese a todos estos tratamientos muchos fumadores -la mayoría- no consiguen dejar de fumar. ¿Qué hacemos con ellos? ¿abandonarlos a su suerte y que continúen fumando pese al daño que sabemos sufrirá su salud? Como médico, y como ciudadano, quiero erradicar el consumo de tabaco. Pero también como médico tengo el deber de ayudar a todos mis pacientes, incluidos aquellos que, aunque lo intentan, no logran dejar de fumar y se ven envueltos en un bucle sin fin
que aumenta diariamente el riesgo para sus vidas. Para todos estos fumadores, la reducción de daños es una alternativa viable, que debemos explorar y ofrecer como una herramienta más contra el tabaquismo.
Si existen herramientas que pueden ayudar a esos pacientes que no consiguen dejar de fumar ni con fuerza de voluntad ni con ayuda farmacológica, ¿por qué no utilizarlas? Tenemos ejemplos cercanos que demuestran su utilidad para reducir el daño causado por el tabaquismo, y que además están impulsando descensos récord en la prevalencia tabáquica en los países que apuestan por ellos. Por ejemplo, desde 2012 -a raíz de la incorporación de medidas de reducción del daño- el modelo británico de abordaje del tabaquismo está demostrando unos resultados muy satisfactorios. La prevalencia tabáquica entre los británicos está en mínimos históricos, incluyendo la franja de población menor de edad. Las cifras hablan por sí solas: en una década ha descendido desde el 33 por ciento hasta el 15 por ciento. En este mismo periodo, España ha aumentado la prevalencia tabáquica del 33 por ciento hasta el 34 por ciento.
España no es el Reino Unido. Pero de todas las buenas prácticas se puede y se debe aprender. España debe apostar por la introducción de medidas de reducción del daño como un complemento en la lucha contra el tabaquismo, una tercera vía que refuerce la aplicación de las existentes medidas de prevención -principalmente- y cesación -como la financiación pública de fármacos para la cesación-. Mientras parte de la población no pueda abandonar el tabaco por sí mismo ni con ayuda farmacológica, ¿por qué negarle la posibilidad de reducir el daño para su salud?