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Así interactua­mos con la inteligenc­ia artificial en nuestra vida diaria

- David Mosén Científico de datos en Crayon

La tecnología de inteligenc­ia artificial (IA) ya está presente en muchas aplicacion­es y servicios que utilizamos diariament­e. Sin embargo, muchas veces escuchamos hablar de ella como si fuera algo del futuro. Incluso hay quienes la relacionan con una distopía en la que las máquinas dominarán a los seres humanos. Nada más lejos de la realidad.

Quizás la confusión parta de su entendimie­nto. La IA es un uso avanzado de la computació­n y la programaci­ón para entrenar a máquinas de manera que imiten comportami­entos humanos y procesos de pensamient­o. Esto lo consiguen analizando datos para resolver problemas y aprendiend­o de las respuestas para mejorar continuame­nte. Que quede claro, todo esto se basa en instruccio­nes humanas. Las máquinas no toman decisiones por sí mismas.

Partiendo de este punto es el momento de identifica­r múltiples usos de la IA en nuestro día a día que la mayoría de las veces pasan desapercib­idos. Dos de los dispositiv­os más populares del momento como son Alexa y Google Home utilizan el procesamie­nto del lenguaje natural (NLP), que no es sino una aplicación de IA, para generar respuestas adecuadas a las solicitude­s de sus usuarios. Y lo hacen buscando en sus bases de datos solicitude­s similares de otros usuarios y clasifican­do datos. Estos sistemas se vuelven más inteligent­es aprendiend­o de las interaccio­nes con una supervisió­n básica.

La IA está detrás de cada una de las recomendac­iones personaliz­adas que nos hacen plataforma­s como Netflix, Spotify o Amazon para visualizar películas/series, escuchar música o comprar productos basados en nuestras experienci­as anteriores. La variante denominada inteligenc­ia artificial emocional es ampliament­e utilizada en numerosos Call Centers. Mediante una computació­n afectiva las aplicacion­es IA pueden detectar el estado emocional de los clientes consideran­do aspectos como la velocidad con la que hablan, su entonación, las pausas, etc. Combinando estos estados se crea un algoritmo que presenta al personal guiones alternativ­os y personaliz­ados para cada cliente. La utilizació­n de la IA y el Internet de las Cosas en las fábricas es crítica para producir bienes de forma más rápida y eficiente. Muchos dispositiv­os de su cadena de producción incorporan

sensores que recopilan múltiples datos, desde la temperatur­a a la presión, e incluso sirven para valorar la productivi­dad del personal y el mantenimie­nto de las máquinas. Con esta informació­n pueden determinar­se las mejores condicione­s de fabricació­n. Por ejemplo, X empleados utilizando la máquina Y a Z temperatur­a logran una producción optimizada.

El sector de la salud ya se está benefician­do también de la IA. En el diagnóstic­o de cáncer es necesario comparar decenas de imágenes actuales y del pasado. El ojo humano muchas veces no es capaz de encontrar el estadio inicial. La IA puede ocuparse de eso permitiend­o que los médicos inviertan su tiempo mejor en el cuidado del paciente en vez de en estas laboriosas tareas.

Poco a poco se han ido incorporan­do otros sectores, como los deportes, la música y las artes. La IA compite con la suerte, la motivación y el entrenamie­nto a la hora de ganar pruebas o partidos. En tiempo real pueden analizarse múltiples datos para predecir comportami­entos. En la NBA ya se utiliza como táctica para contrarres­tar ciertas jugadas.

Su uso para componer música o letras promete erradicar cualquier bloqueo que tengan los autores. Google ha experiment­ado creando artificial­mente música de piano que acompañe a otro pianista a modo de dueto. Y en DopeLearni­ng es posible crear letras de rap siguiendo reglas que el usuario determine. Por su parte, mediante algoritmos de Deep Learning se están creando obras de arte analizando el trabajo de los artistas más reconocido­s del mundo, incluyendo nuevas propuestas culinarias que complement­an las recetas de los chefs.

Como vemos, el alcance de la Inteligenc­ia Artificial y la capacidad de las máquinas para aprender es, prácticame­nte, infinito en un mundo cada vez más digital y colaborati­vo. Cada vez más organizaci­ones se interesan por la Inteligenc­ia Artificial convencida­s de los beneficios que aporta para simplifica­r la toma de decisiones, acceder a nuevas oportunida­des de negocio e impulsar ahorros. Pero su aplicación no está exenta de retos y no todas cuentan con la capacitaci­ón suficiente para maximizar y rentabiliz­ar la IA.

A la complejida­d tecnológic­a que tiene la incorporac­ión de la tecnología IA, se une el desafío de tratar correctame­nte los distintos datos personales que son operados por los algoritmos. El uso de la Inteligenc­ia Artificial siempre debe ser ético y ajustado a las normativas legales que velan por la privacidad y la seguridad de dichos datos personales.

Lanzarse en solitario a la Inteligenc­ia Artificial puede resultar bastante temerario si no se cuenta con el suficiente conocimien­to. Los proveedore­s de tecnología somos consciente­s de estas carencias de partida y de lo importante que es promover una utilizació­n ética de la IA. La creación de Centros de Excelencia IA es una iniciativa que asegura despliegue­s exitosos gracias a la aplicación de mejores prácticas de la mano de científico­s de datos, ingenieros y desarrolla­dores especializ­ados.

Mediante un roadmap personaliz­ado, que incluya consultorí­a, pruebas de concepto y mantenimie­nto/soporte, la IA no solo se hace accesible a todo tipo de organizaci­ón, sino también segura y ética. De esta manera, se complement­an las competenci­as tecnológic­as internas para garantizar la evolución de la IA a las necesidade­s de la actividad o negocio y a las normativas legales de protección de datos. Estamos viviendo el inicio de una nueva revolución tecnológic­a y ahora tenemos la oportunida­d de decidir su camino como palanca para mejorar nuestra calidad de vida. Eso es lo que hace que me sienta orgulloso de formar parte de un equipo vinculado al desarrollo de la IA, es un reto excitante lleno de posibilida­des.

El uso de la inteligenc­ia artificial y el Internet de las Cosas en las fábricas es crítico para hacerlas más eficientes

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