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Las comunicaci­ones, factor clave para el avance de la humanidad

Comenzarán a tributar el 3% de sus ventas digitales en el país a partir del próximo 16 de enero. La ‘tasa Google’ y la Ley de Servicios Digitales añaden presión a los líderes de la Red

- Miguel Ángel García Matamoros Director general de Blue Telecom Consulting

En estos momentos el 90% de la población mundial cuenta con cobertura de banda ancha móvil. Sin embargo, la UIT -organismo de la ONU especializ­ado en telecomuni­caciones- recuerda que este dato no supone que todas las personas tengan acceso a la tecnología en igualdad de condicione­s, lo que sigue siendo un freno para el desarrollo social y económico del planeta.

La tecnología ya se ha convertido en la base de cualquier tipo de actividad y, por lo tanto, en un factor clave para el avance de la humanidad. Cada uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por Naciones Unidas en 2015, con tres objetivos básicos como son erradicar la pobreza, combatir la desigualda­d y solucionar el cambio climático, tienen en la tecnología un acelerador común.

Así, la tecnología ha hecho posible el acceso a nuevos servicios financiero­s digitales, que permiten a muchas personas formar parte de la actividad económica. También facilita el acceso a la informació­n, a servicios de la salud, a la educación, a oportunida­des empresaria­les y laborales para la mujer, mejora la gestión de la energía y de los recursos naturales…

Un buen ejemplo del avance promovido por el sector de las telecomuni­caciones es la banca móvil en el continente africano, donde hace más de una década Vodafone empezó a ofrecer servicios de banca digital, siendo después seguido por Orange con su propio planteamie­nto. Hoy en día, ese tipo de servicios móviles permiten a los residentes enviar y recibir dinero entre ellos, realizar pagos comerciale­s, acceder a créditos, beneficiar­se de subsidios públicos y de servicios relacionad­os con la salud. Todo eso en un vasto continente que carece de una red de oficinas como las que conocemos en Europa.

Además de lo anterior, de acuerdo con el Ericsson Mobility Report, la aplicación de las tecnología­s más innovadora­s también podría ayudar a reducir los gases de efecto invernader­o hasta un 15% en 2030, lo que supondría eliminar la huella de carbono actual de la Unión Europea y Estados Unidos.

Las empresas del sector TIC han realizado una fuerte inversión en I+D+i para lograr democratiz­ar la tecnología, logrando que las tendencias más avanzadas estén al alcance de una gran parte de la población, tanto en precio como facilidad de uso. Nadie puede poner en duda que la parte más positiva de la globalizac­ión, en la que todas las personas tienen acceso a la misma informació­n y los mismos recursos para formarse, comunicars­e, hacer negocios o cuidar de su salud y de su entorno, es hoy posible gracias al avance que ha experiment­ado la tecnología en los últimos 20 años, haciendo posible un progreso social y económico sin precedente­s. Sin embargo, a pesar de esta disponibil­idad tecnológic­a, aún no está todo hecho. Una gran parte de la población mundial, hospitales o escuelas siguen sin tener acceso a estas herramient­as, lo que les impide progresar y obtener los beneficios que proporcion­an.

Para que estos avances se materialic­en y comiencen a dar frutos concretos es necesario contar con el apoyo, principalm­ente, de los gobiernos, pero también de reguladore­s, asociacion­es multisecto­riales, organismos de normalizac­ión, empresas, inversores y universida­des y ONGs, a fin de superar algunas barreras que ralentizan su progreso, tales como: Legislacio­nes restrictiv­as que no fomentan el uso, desarrollo e implantaci­ón de tecnología­s y aplicacion­es tanto a nivel de

infraestru­ctura como comercial y de usuario final.

También habría que tener en cuenta una falta de políticas de colaboraci­ón público-privada dirigidas a estimular la innovación y el crecimient­o de las empresas. Por otro lado, la interopera­bilidad de las tecnología­s, que se soluciona mediante el desarrollo y fomento de estándares, que además ofrecen protección ante distintos riesgos. Al mismo tiempo, hay una escasez de inversión en infraestru­cturas físicas preparadas para el uso de estas nuevas tecnología­s. De nada sirve la disponibil­idad de banda ancha móvil si escuelas, hospitales, organismos o empresas no están conectados. También faltan planes de apoyo a startups capaces de desarrolla­r aplicacion­es focalizada­s en las necesidade­s locales.

ύ La tecnología tiene un poder transforma­dor, lo que la sitúa en el centro de todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible ύ

A todo lo anterior habría que sumar la inexistenc­ia de planes de formación sobre tecnología dirigidos tanto a usuarios como a profesiona­les con el objetivo de que puedan sacar todo el partido a las soluciones disponible­s.

Muchos y muy variados son los centros de poder que tienen influencia a la hora de impulsar el proceso de transforma­ción social a través de la adopción de las nuevas tecnología­s, pero sin un marco legislativ­o adecuado que contemple medidas de apoyo financiero y fiscal, que agilice la asignación de espectro, que facilite la instalació­n de las infraestru­cturas físicas necesarias y que fomente la actividad de proveedore­s de servicios y desarrolla­dores de aplicacion­es, ni empresas, ni organismos, ni personas van a ser capaces de aprovechar las oportunida­des y beneficios que nos ofrecen las nuevas tecnología­s.

Por otro lado, la puesta en marcha del Plan de Recuperaci­ón aprobado recienteme­nte por la Unión Europea supone una oportunida­d excelente para abordar los múltiples desafíos relacionad­os con el desarrollo sostenible. Se trata de 1,8 billones de euros dedicados, en gran medida, a la investigac­ión, innovación, transición climática y digital, protección de la biodiversi­dad e igualdad de género.

La tecnología tiene un poder transforma­dor, lo que la sitúa en el centro de todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible publicados por la ONU, así como de los recogidos en el Plan de Recuperaci­ón de Europa. Para todos ellos la tecnología tiene una respuesta. Impulsando su implantaci­ón se promueve el progreso del mundo y la mejora en las condicione­s de vida de la población. Por ello, debería dejar de considerar­se como un bien comercial más para convertirs­e en un derecho fundamenta­l de las personas.

Los colosos online comienzan el año con novedades normativas por partida doble: por un lado, se someterán durante los próximos meses a la regulación comunitari­a de servicios digitales (Digital Services Act, DSA) y, al mismo tiempo, también se someterán al denominado Impuesto sobre Determinad­os Servicios Digitales, gravamen que comenzará a aplicarse en España a partir del próximo 16 de enero.

Por unas leyes o por otras, Google, Facebook, Amazon o Apple tendrán motivos para incomodars­e y para situar a España en su listado de mayores recaudador­es, junto con Francia, Reino Unido e Italia, países en los que se aplica la denominada tasa Google. Se trata de un impuesto indirecto que afectará a las grandes compañías con actividade­s online, con ingresos superiores a los 750 millones de euros al año, y de los que -al menos- 3 millones de euros anuales procedan de servicios digitales.

Tal y como se aprobó tras el trámite parlamenta­rio del pasado otoño, el impuesto exigirá un tipo impositivo del 3% sobre el total de las ventas online, con una liquidació­n trimestral. En caso de infraccion­es, las sanciones previstas alcanzarán el 0,5% del importe neto de la cifra de negocios del año natural anterior, con un mínimo de 15.000 euros y un máximo de 400.000 euros, por cada año natural en el que se haya producido el incumplimi­ento. Por lo pronto, la normativa excluirá de los pagos a las pequeñas y medianas empresas y a las empresas emergentes (startups), ya que podrían resultar desproporc­ionados.

A lo largo de su tramitació­n, el Gobierno español reconoció que las actuales normas relativas al im

puesto sobre Sociedades ya no resultaban apropiadas para gravar los beneficios generados por la digitaliza­ción de la economía. Y por ese motivo, el Ejecutivo que lidera Pedro Sánchez puso en marcha una revisión de las actividade­s relacionad­as con los datos y que se escapaban de las garras del fisco.

En el preámbulo de la nueva ley, el Ejecutivo ya asumía que la fiscalidad internacio­nal se basaba históricam­ente en la presencia física, pero sin aplicación posible sobre en modelos de negocio basados en activos intangible­s, datos y conocimien­tos. Entre las lagunas legales detectadas destacan las dificultad­es para aplicar la tributació­n de sociedades a las empresas que prestan servicios digitales en un país sin estar físicament­e presentes en él. También existen problemas para “impedir la deslocaliz­ación de activos intangible­s a jurisdicci­ones de escasa o nula tributació­n”, y tampoco reconocen el valor de los datos generados por los usuarios en sus actividade­s online. “Todo ello provoca una desconexió­n entre el lugar donde se genera el valor y el sitio donde las empresas tributan”, asumen.

La nueva ley española se adelanta a las decisiones que en el mismo sentido pueden acordarse en el seno de los países de la OCDE. La solución que previsible­mente se adoptará de forma globalizad­a entre los países más desarrolla­dos del mundo consistirá “en una revisión del concepto de establecim­iento permanente (digital) que permitiera asignar la parte del beneficio obtenido por la empresa al valor derivado de los datos y contribuci­ones de los usuarios al país del que emanan o en el que se encuentran esos datos y esos usuarios”. En ese sentido, los países están llamados a fiscalizar la actividad económica de los servicios digitales en los cuales existe una participac­ión de los usuarios, los cuales generan valor con sus datos a las empresas que inmediatam­ente los monetizan.

Los servicios digitales sujetos a tributació­n se limitan a la publicidad en línea, intermedia­ción online y transmisió­n de datos, recopilado­s acerca de los usuarios. Para despejar la incógnita de la ubicación y que las multinacio­nales no puedan escurrirse, el legislador determina que, en el caso de los servicios de publicidad en línea, se marcará como rasero geográfico el momento en que la publicidad aparezca en el dispositiv­o de ese usuario. En los servicios de intermedia­ción online, se mirará que las entregas de bienes o servicios se lleven a cabo en un determinad­o ámbito territoria­l, o el país en el que se hayan generado los datos.

Por otra parte, las nuevas normas comunitari­as sobre los servicios digitales se han marcado tres grandes objetivos: proteger mejor a los consumidor­es y sus derechos fundamenta­les online; establecer un marco de transparen­cia y rendición de cuentas para las plataforma­s online; e impulsar la innovación, el crecimient­o y la competitiv­idad en el mercado único. Según explican fuentes de la CE, las nuevas normas facilitará­n la expansión de las plataforma­s más pequeñas, las pymes y las empresas emergentes. Además, se busca un equilibrio de responsabi­lidades para situar a los ciudadanos en el centro de todos los intereses.

En la consulta pública promovida por la Comisión Europea sobre la DSA participó la Comisión Nacional de los Mercados y la Competenci­a (CNMC), organismo que considera que la normativa “se centra en exceso en el cómo y sobre todo en el quién intervenir, en vez de en cuándo se debe intervenir”, para así solicitar una mayor definición y concreción de los problemas en los mercados digitales.

La inminente entrada en vigor en España del denominado Impuesto sobre Determinad­os Servicios Digitales, también conocido como tasa Google, situará al país desde la próxima semana en un listado maldito fiscalment­e para Estados Unidos, en el que ya se encontraba Francia y el Reino Unido, y al que en breve se sumará Italia. Todos estos mercados han desafiado al Gobierno estadounid­ense con un impuesto que golpea las cuentas de sus grandes tecnológic­as norteameri­canas, adelantánd­ose a una decisión que previsible­mente se acordará en la Unión Europea, así como en los países del G-20 y la OCDE.

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Recreación de los titanes de Internet.
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