Río de Janeiro, más allá de Copacabana
Del Cristo Redentor a las playas de Ipanema y Leblón, pasando por las favelas más famosas como Rocinha. Por Noelia García
Cuna de la bossa nova, Río de Janeiro es uno de los destinos más turísticos de todo el mundo, no sólo por sus playas de aguas cristalinas, su semana de esplendor debido a la celebración del Año Nuevo o su Carnaval, en el que participan más de una decena de escuelas de samba (con más de 5.000 integrantes) que atraen a más de un millón de turistas.
En sus playas podemos ver a gente jugando al fútbol o al vóley, siempre haciendo deporte, puesto que el culto al cuerpo es importantísimo. En Copacabana, con cuatro kilómetros de arena, podemos ver hoteles de las principales cadenas hoteleras a nivel internacional, elegantes restaurantes y mercadillos que venden artesanía, productos típicos brasileños y chanclas havaianas, de lo más comprado por los turistas, junto con los minibikinis que sorprenden a las españolas.
En Ipanema, tanto el barrio como su playa está frecuentado por la jetset carioca. Otras playas son Arpoador (500 metros) desde donde se puede ver uno de los mejores amaneceres en Río; Leblon, para los amantes de las actividades acuáticas; Botafogo, para conciertos y espectáculos por su gran ubicación lleno de centros comerciales, centros empresariales y viejas mansiones.
Vermelha, a los pies del Pan de Azúcar, es de las playas más tranquilas. Barra de Tijuca es la más extensa con 18 kilómetros de arena e ideal para prácticar deportes como kitesurf y windsurf.
A 40 minutos de Copacabana se encuentra el que fue el estadio más grande del mundo, el Maracaná, una de las paradas obligatorias para los forofos del fútbol. Se puede visitar entre las nueve y las cinco de la tarde, exceptuando los días de partido.
El Pan de Azúcar y su teleférico son otro de los símbolos de esta ciudad. Un gran peñón de casi 340 metros de altura que se encuentra en la bahía Guanabara y al cual se puede subir caminando o en el teleférico que une los morros Babilonia y Urca. Recorre 1.400 metros. El viaje no dura mucho, pero merece la pena por las fotos tan bonitas que se pueden hacer. Además, cabe destacar que estos picos atraen a escaladores de todo el mundo.
El Cristo Redentor, de 30 metros de altura, ofrece una postal de toda la ciudad de Río sobre la montaña del Corcovado. Se puede subir en coche hasta la puerta principal o en un trenecito que atraviese toda la montaña y que sale cada media hora entre las 8:30 y las 18:30. Desde sus pies se puede ver la Laguna Rodrigo de Freitas, las playas de Ipanema y Leblón, el Jardín Botánico, el Jockey Club y gran parte del Parque de Tijuca.
Otra de las zonas más características es el barrio de Santa Teresa, famoso por su atmósfera bohemia y artística, y por conservar el último tranvía de Brasil. Está lleno de bares, minirestaurantes, cantinas y tiendas de diseño donde la vida nocturna es muy rica. Es un barrio especial, con calles empedradas muy empinadas y con casas antiguas dignas de admirar.
También, en Río de Janeiro podemos tener un turismo más social: visitar las favelas. Es una experiencia educativa si se busca una perspectiva más profunda de la sociedad brasileña. Existen diferentes empresas que hacer tours alrededor de las favelas más conocidas, como las de la ciudad de Rocinha (una de las de mayor tamaño) y Santa Marta) en la zona sur, y Cidade de Deus en la zona oeste. En Río hay 950 favelas y su mayoría están en áreas públicas en la cuesta de los
Visitar una favela: contrastes que ponen cara a más de 12 millones de brasileños pobres
cerros. Visitar una favela (por unos 35 euros) puede ser una experiencia muy enriquecedora. Atrás han quedado las creencias de que estos barrios son peligrosos, aunque sí es recomendable visitarlas con alguien conocido de la propia favela o con una agencia local. En sus calles se puede ver la vida desde otra perspectiva, escuchar samba por jovenes locales, moverse por sus callejuelas sin riesgo alguno, conocer su cultura y ver cómo los clichés que se han dicho sobre el narcotráfico y las armas van desapareciendo, debido a que han sido pacificadas.