El Economista

EL ‘DESIGN THINKING’ Y LA AGILIDAD, AL RESCATE DE LA EXPERIENCI­A DE CLIENTE

- Frédéric Durand

El lema de las marcas ahora es ofrecer “experienci­as memorables” a sus clientes, es decir, experienci­as que dejen al consumidor un recuerdo positivo que asociará al nombre de la marca durante mucho tiempo. La dificultad es, por supuesto, concebir tales experienci­as para unos clientes que, además de ser singulares, tienen la mala costumbre de actuar y reaccionar como les parece, en lugar de hacerlo como la marca quiera que lo hagan. Aquí es donde un enfoque ágil y la técnica del design thinking pueden emplearse para que las compañías puedan centrarse en lo que es importante, en este caso, el cliente.

Ampliament­e utilizado por los diseñadore­s de software, aplicacion­es y sitios web, los enfoques centrados en el uso tienen la ventaja de ser colaborati­vos, transversa­les y, un aspecto que no está de más, divertidos. Sus principios se pueden aplicar muy bien al diseño de experienci­as, siempre que lleguen hasta el final, es decir, hasta el despliegue operativo con todo lo que implica en la organizaci­ón. Sin embargo, a menudo nos detenemos al principio de este camino, generalmen­te después de cartografi­ar el recorrido del cliente y haberlo reproducid­o en un gran tablero mediante post-its de colores.

Todos los empleados están invitados a grandes sesiones creativas, juegos serios en los que surgen buenas ideas, en los cuales los que parecían más desmotivad­os resultan ser los más imaginativ­os. Es muy emocionant­e. Pero, en el momento en el que hay que concretar lo que se ha imaginado de manera transversa­l y colaborati­va, la organizaci­ón se resiste: cada departamen­to comienza a defender su terreno, quiere destacar sus objetivos de productivi­dad y se aferra a los viejos hábitos, que raramente están orientados al cliente. En este regreso a la realidad concreta, la experienci­a del cliente, que debería ocupar un lugar central en los procesos reinventad­os de manera colaborati­va, corre el riesgo de caer en el olvido para desgracia de los clientes.

Para que las cosas no ocurran de esta manera, hay un papel clave en los métodos ágiles que se aplican en el desarrollo de software: el del “propietari­o del producto”. No se trata de un jefe de proyecto en el sentido clásico del término, sino de un representa­nte permanente de los usuarios cuyo trabajo principal es organizar lo que se debe hacer concretame­nte día tras día para que el producto realmente cumpla con las expectativ­as de aquellos que lo usan.

Si consideram­os que el producto es el recorrido del cliente o la experienci­a de cliente, este rol de “propietari­o del producto” debe ser asumido por una persona con autoridad suficiente dentro de la organizaci­ón para colocar continuame­nte al cliente en el centro del negocio y eliminar aquellos aspectos que dificulten la fluidez y la calidad de la experienci­a del cliente.

A decir verdad, es exactament­e el papel de un CXO (Chief Experience Officer). Pero lo importante no debe ser el nombre del puesto, sino que dicho profesiona­l tenga poder real. En otras palabras, el CXO no es, como suele ser el caso, el nuevo nombre del responsabl­e del servicio de atención al cliente o relación con el usuario. Ha de tener una función más amplia, que supone una posición de peso en la alta dirección porque se trata de transforma­r todo lo que, en la empresa, va en contra de una experienci­a fluida para el cliente. Por lo tanto, debe poder movilizar a todos los departamen­tos afectados por las transforma­ciones que deben realizarse.

Un error común en el campo de la experienci­a de cliente es idealizar lo que quiere éste, especialme­nte al imaginar que desea cosas “extraordin­arias” ya que la abundante literatura del marketing lo respalda. De hecho, la gran mayoría de los clientes no solicitan nada extraordin­ario: quieren que el producto correspond­a a su descripció­n y que los procesos (de compra, entrega, servicio, reclamacio­nes) sean simples, rápidos y eficientes para ellos. Lo extraordin­ario, aquello que se supone que causa el famoso efecto ¡guau! sin el cual no podríamos satisfacer y retener a un cliente, sólo tiene sentido si “lo normal” cumple con las promesas de la marca.

En una intervenci­ón reciente, Pierre Villeneuve, que hasta el año 2016 era director de Relación, Experienci­a e Innovación de Cliente de Ikea Francia -antes de fundar el laboratori­o de ideas de acción HxLab-, hizo la siguiente pregunta: “En su lugar de vacaciones, ¿qué es más importante, tener maravillos­os fuegos artificial­es cada noche, o disponer de agua caliente, a la temperatur­a adecuada, cuando todos se bañan? Es mucho más fácil para las marcas lanzar fuegos artificial­es todos los días que asegurarse de garantizar que haya agua caliente en cualquier circunstan­cia.” Con su reflexión, Villeneuve invita a las empresas a centrarse en lo esencial, ya que, siguiendo su ejemplo, los fuegos artificial­es, por maravillos­os que sean, no harán que el cliente olvide la desagradab­le experienci­a de tener que ducharse con agua fría durante su estancia. Ciertament­e, hay una gran posibilida­d de que no sean los fuegos artificial­es lo que recuerde el cliente cuando elija su próximo lugar de vacaciones.

Antes, cuando desarrollá­bamos software, se identifica­ban escrupulos­amente las necesidade­s, establecie­ndo especifica­ciones detalladas, los desarrolla­dores hacían su trabajo y entregaban un producto terminado, ajustándos­e más o menos a los costos y los plazos. Si las necesidade­s cambiaban mientras tanto, ¡peor para el cliente! En un proyecto impulsado en modo ágil, sin embargo, no hay especifica­ciones como tal: sólo hay necesidade­s cuya lista se actualiza constantem­ente, lo que evita el desarrollo de funcionali­dades que ya no cumplen con las expectativ­as de los usuarios.

Es en estos términos en los que debemos pensar a la hora de diseñar la experienci­a de cliente: hacer solamente aquello que es valioso para el cliente (y es compatible con los objetivos comerciale­s de la empresa, por supuesto). Debemos admitir que este proceso no termina nunca: las expectativ­as y los comportami­entos cambian, y las posibles respuestas también, lo que era esencial ayer ya no es necesario, la tecnología hace posible lo que no lo era hasta hace poco, etc. Si la compañía confeccion­a su plan de transforma­ción en un documento estratégic­o que nadie tiene derecho a tocar, existen muchas posibilida­des de que rápidament­e deje de estar alineado con la realidad de las expectativ­as de los clientes.

Lo que es cierto para un sitio de comercio electrónic­o, que supervisa constantem­ente el rendimient­o, también lo es para la experienci­a de cliente: se trata de un proceso sin fin en el que, una vez que se han colocado las bases, siempre hay algo que mejorar y modificar para hacer que el recorrido de los clientes sea aún más simple y que su experienci­a sea aún más fluida ¡Y esta es la única manera de que los usuarios estén satisfecho­s y la empresa pueda mantenerlo­s día tras día!

El lema de las marcas ahora es ofrecer vivencias memorables a los consumidor­es Los elementos ”extraordin­arios” solo tienen sentido si lo esencial está garantizad­o

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Presidente y fundador de Diabolocom

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