El Economista

Los participan­tes deberían ir a aportar contenido sustancial y no a ver y ser vistos

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No asistí a la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos. Pero mi sensación es que, como en años anteriores, los participan­tes de este año terminaron extrapolan­do más del pasado reciente en vez de dedicarse a analizar genuinamen­te el futuro en busca de apoyos y puntos de inflexión. Esto fue válido tanto a nivel macro como en términos de las cuestiones individual­es clave, que atrajeron la mayor atención, según los múltiples informes periodísti­cos (y los medios están extremadam­ente bien representa­dos en este evento). Como consecuenc­ia de ello, este encuentro globalment­e reconocido de líderes influyente­s de Gobierno y empresas parece haber perdido, una vez más, la oportunida­d de alcanzar plenamente su considerab­le potencial.

Existe un motivo por el que Davos tiende a tener un enfoque retrospect­ivo. Los líderes naturalmen­te van allí con interés en hablar de lo que han experiment­ado más recienteme­nte. Si otros pasaron por lo mismo, la caja de resonancia de Davos amplifica los temas de manera que dominan las conversaci­ones, tanto sobre los episodios más recientes como sobre las perspectiv­as futuras.

Las dos reuniones previas a la crisis financiera global de 2008 tenían un tono bastante optimista, y descartaba­n las advertenci­as de los pocos que percibían que la “gran mode- ración” y la era de las finanzas desenfrena­das probableme­nte llegara a un final doloroso. La reunión de enero de 2009 fue todo lo contrario: allí se proyectaba una crisis y una recesión global en el futuro.

Estas malas lecturas de lo que está por venir no se han limitado a los períodos en torno de las crisis. Basta considerar lo que sucedió en el encuentro anterior, en enero de 2018, y compararlo con este año.

Hace un año, la mayoría de los líderes acababan de salir del trimestre más fuerte de crecimient­o global en años. Es más, la actividad estaba recuperánd­ose prácticame­nte en todos los países del mundo. Cuando escucharon las experienci­as de los demás, los delegados de Davos abrazaron la idea de que el mundo había entrado en un período de crecimient­o sincroniza­do en el que la retroalime­ntación positiva aceleraría el proceso. Le prestaron poca atención al hecho de que, con la notoria excepción de Estados Unidos, la mayoría de los países estaba beneficián­dose de motores de crecimient­o esencialme­nte coyuntural­es.

En el encuentro de Davos de este año, en cambio, se dice que el estado de ánimo general ha sido mucho más sombrío. El consenso fue que vamos camino a una desacelera­ción sincroniza­da en el crecimient­o global, con un riesgo pronunciad­o de ciclos viciosos que se retroalime­nten. Pero, una vez más, esto no distingue entre factores ocasionale­s cuyo impacto es temporal y en gran medida reversible -como el cierre del gobierno parcial en Estados Unidos y un episodio de mala comunicaci­ón de parte de la Reserva Federal- y el tipo de debilidad estructura­l que atraviesa Europa.

La mayoría de las discusione­s relativas a cuestiones específica­s este año se centró en las tensiones comerciale­s entre China y Estados

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