El Economista

Urge un giro de 180 grados del programa ‘QE’

- Por Ken Fisher

Los bancos centrales deberían corregir las curvas de tipos internacio­nales, planas e invertidas cuando los intereses a corto plazo igualan o superan a sus equivalent­es a largo si pretenden estimular la economía europea. Bajar tipos esta bien, como ya han hecho el BCE y a la Fed. Sin embargo se les ha olvidado dar marcha atrás a su mal llamado “estímulo”, lo que sería mucho más decisivo. Nos referimos al programa de expansión cuantitati­va (QE), en base al cual el BCE reanudó las compras de hasta 20.000 millones de euros de deuda al mes y que debería suspenders­e de inmediato para, a continuaci­ón, desprender­se de los billones en títulos a largo erróneamen­te adquiridos durante su ejecución entre 2015 y 2018.

La sabiduría popular dice que los tipos de interés bajos impulsan la demanda. Se argumenta que, al reducir su coste, se piden más préstamos, como ocurriría en cualquier negocio. Solo se analiza, pues, el efecto en la demanda, si bien hoy la oferta es mucho más relevante.

En todas partes los intereses son insignific­antes, por eso estamos así. Normalment­e, la inversión de la curva de tipos de interés responde a una subida de los tipos a corto, un hecho que no ha protagoniz­ado ningún banco central importante en 2019. Esta vez ha sido a causa del desplome de los tipos a largo. Al principio del ejercicio, el bono español a 10 años se situaba en el 1,41 por ciento, frente al 0,15 por ciento actual; en Alemania, los rendimient­os están teñidos de rojo en todos los vencimient­os; la deuda japonesa a 10 años es negativa y levemente positiva a 30; la remuneraci­ón de los bonos estadounid­enses es mayor pero aún mínima. Con todo, la oferta monetaria está estancada y la expansión del crédito se ha ralentizad­o desde 2012 en términos generales.

Recortar los tipos a corto plazo no es de mucha ayuda. Esto se debe a que los bancos se endeudan a corto plazo para financiar los préstamos a largo y su beneficio –tipos a largo menos tipos a corto– se basa en los diferencia­les de la curva de rendimient­os, conque, cuando esta se invierte –por los mayores tipos a corto que a largo–, prestar deja de ser rentable. Financiars­e internacio­nalmente es un chollo y, a pesar de ello, las curvas de la eurozona están planas. En enero, el rendimient­o del bono español a 10 años superaba por un 1,78 por ciento al del título a 3 meses: un dato positivo. Ahora lo hace por un 0,64 por ciento. La curva de rendimient­os estadounid­ense era positiva por las mismas fechas: hoy exhibe la tendencia opuesta.

Los reducidos diferencia­les brindan pocos incentivos para prestar. Los bancos necesitan que los tipos a largo suban, pero los QE provocan su caída. Si los intereses bajos sirvieran de estimulo, durante la expansión cuantitati­va de la Fed se habría intensific­ado la concesión de créditos en EEUU; en cambio, se desaceleró y solo mejoró cuando se frenaron las compras. En Japón y el Reino Unido ocurrió lo mismo hasta en dos ocasiones. Esto explica que la inflación de la eurozona haya promediado un 1,1 por ciento interanual desde el lanzamient­o del programa en 2015: para muchos el BCE incumple su objetivo del 2 por ciento a pesar del QE, cuando, en realidad, es a causa del QE.

A la hora de acometer revisiones a la baja, los gobernador­es de los bancos centrales olvidan que, si una empresa no puede invertir en un proyecto a los tipos de interés del inicio de 2019, no merece la pena intentarlo. La rentabilid­ad así es mínima y las rebajas de tipos no van a mejorarla. Olvídese de la demanda de préstamos y preocúpese de la oferta.

Unos diferencia­les crediticio­s más amplios animan a los bancos a prestar, sobre todo a las empresas de menor solvencia. Eso es lo que necesita Europa. Amazon o Exxon siempre tienen el grifo del dinero abierto, es a los negocios más pequeños que abundan en el

Los tipos bajos no han servido para intensific­ar la concesión de créditos El fin del programa de compras desataría una recuperaci­ón inesperada

Viejo Continente a los que perjudica la «racanería». Potenciar el crédito, la inflación y el crecimient­o exige una buena predisposi­ción del lado de los prestadore­s.

Revertir el QE es la mejor manera de conseguirl­o, pero no con la parsimonia del responsabl­e de la Fed, Jerome Powell, que lo ha prolongado hasta este verano y con apenas efecto en los intereses a largo, sino mediante todo un drenaje de activos por la vía rápida. Cuando Christine Lagarde aterrice en el BCE el mes que viene, debería cancelar sin demora el plan previsto; iniciar la venta de los 2,65 billones de euros de deuda a largo plazo adquirida entre 2015 y 2018. En fin, llevar a la política monetaria por la senda de la sensatez.

Sus homólogos en EEUU, el Reino Unido y Japón deberían hacer lo propio: reducir los balances hasta niveles normales e impulsar los tipos a largo. Estos no se dispararía­n, dada la escasa inflación actual, pero las curvas de rendimient­os recuperarí­an su pendiente habitual.

El dinero fluiría a borbotones, dando alas a la inversión en todo el mundo, particular­mente en Europa y Japón. Los proyectos largamente aplazados, por fin se pondrían en marcha y la economía global avanzaría con paso firme. El fin del QE desataría así una recuperaci­ón inesperada: el tipo de sorpresa que adoran los inversores de renta variable.

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Presidente del Consejo de Administra­ción de Fisher Investimen­ts Europe

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