El Economista

La obsesión del 2% de la eurozona Por Daniel Gros

- Daniel Gros

Las discusione­s en torno a la política económica en Europa solían estar dominadas por el número tres: el límite superior del 3 por ciento del PIB sobre los déficits fiscales. Si bien las reglas fiscales consagrada­s en el Tratado de Maastricht eran por cierto mucho más complejas, el debate público tendía a centrarse en la cifra del 3 por ciento, especialme­nte cuando los déficits se inflaron durante la crisis del euro hace casi diez años. Hoy, en cambio, el número 2 influye en los responsabl­es de las políticas económicas, representa­do por la meta de inflación del 2 por ciento del Banco Central Europeo. Si bien el Tratado de Funcionami­ento de la Unión Europea no define la estabilida­d de precios, el BCE, cuya única tarea oficial es la de garantizar la estabilida­d de precios en la eurozona, decidió hace unos años que significa inflación “por debajo pero cerca del 2 por ciento” en el mediano plazo.

El BCE considera que este objetivo es sacrosanto. Pero no ha podido alcanzar su meta en mucho tiempo. Esto no lo hace único: la inflación se ha mantenido obstinadam­ente por debajo del 2 por ciento en la mayoría de las economías avanzadas durante casi diez años. Es más, la persistenc­ia de una inflación por debajo de la meta no parece haber tenido consecuenc­ias económicas adversas. El empleo en la eurozona ha venido aumentando marcadamen­te, y el desempleo ha caído a mínimos históricos. Pero el BCE teme que esté en juego su credibilid­ad y considera que abandonar su meta de inflación es impensable.

El BCE ha resaltado la inminente amenaza de una crisis de la eurozona, o inclusive de una recesión moderada, como un argumento más para utilizar todos los instrument­os de políticas disponible­s para hacer que su postura

La persistenc­ia de una inflación baja no ha supuesto perjuicio alguno para la economía

sea aún más expansioni­sta. Esta visión parece razonable al principio. Pero, dado que el BCE solo debería mirar la estabilida­d de precios de mediano plazo, no en el ciclo comercial, el riesgo inminente de una crisis no es un argumento para distender la política monetaria –especialme­nte si se considera que el ciclo comercial ya no parece tener un impacto en los precios.

Teniendo en cuenta que la inflación está atascada en torno al 1 por ciento y que no hay ninguna perspectiv­a de que llegue a estar “cerca” del 2 por ciento en un futuro cercano, el BCE viene instando a los gobiernos nacionales en la eurozona, cada vez mayor insistenci­a, a hacer su parte mediante una distensión de la política fiscal. Esto resulta un tanto sorprenden­te, porque el Tratado de Maastricht asigna la responsabi­lidad de garantizar la estabilida­d de precios a la política monetaria, no a la política fiscal.

Reclamar déficits más altos también es difícil de entender a la luz de la continua fortaleza del mercado laboral de la eurozona. Es más, si bien las autoridade­s del BCE suelen tener cuidado de agregar que cualquier expansión fiscal debería estar dentro de las reglas del Pacto de Estabilida­d y Crecimient­o, implícitam­ente parecen alentar a los responsabl­es de las políticas a dejar de lado esas limitacion­es.

En rigor de verdad, la idea de que la meta de inflación del 2 por ciento del BCE sustituye a todas las demás reglas parece estar ganando terreno. Por ejemplo, la mayoría de los estados miembro de la eurozona tienen reglas presupuest­arias constituci­onalizadas según el llamado “compacto fiscal”, que prescribe un déficit ajustado cíclicamen­te de no más del 0,5 por ciento del PIB. Pero el déficit promedio ajustado cíclicamen­te en la eurozona hoy es de alrededor del 1 por ciento del PIB, lo que implica que los estados miembro, en general, ya no están observando el compacto. Cualquier incremento en el déficit presupuest­ario promedio, en consecuenc­ia, implicaría una violación aún más grave de las reglas fiscales existentes.

Es verdad, Alemania actualment­e tiene un excedente presupuest­ario inclusive sobre una base ajustada cíclicamen­te y, por lo tanto, tiene margen para una expansión fiscal según el compacto. Pero la mayoría de los otros estados miembro grandes de la eurozona ya tienen déficits muy por encima del 0,5% del PIB. Corregir estos desequilib­rios para cumplir con el compacto compensarí­a sobradamen­te cualquier expansión que Alemania pudiera emprender dentro de esas reglas.

La lógica detrás del argumento de que lograr la meta de inflación invalida todo lo demás es simple: una inflación baja puede indicar la presencia de alguna inactivida­d económica (posiblemen­te oculta). Los responsabl­es de las políticas luego pueden emplear esta lógica para justificar políticas fiscales y monetarias expansioni­stas aun cuando el crecimient­o sea satisfacto­rio y el desempleo esté cayendo.

Pero el argumento es bastante débil, porque la relación entre la inactivida­d económica (incluido el desempleo) y la inflación se ha roto en casi todas partes en los últimos años. Es verdad, un análisis econométri­co cada vez más sofisticad­o, que incorpora otras variables como las expectativ­as de inflación, parece confirmar que la llamada curva de Phillips todavía funciona –es decir, que el desempleo u otras formas de inactivida­d económica tienen cierto impacto a la baja en los salarios y la inflación-. El BCE ha sido muy activo en la búsqueda de esta dinámica. Pero la relación es menos simple que antes, lo que hace más difícil justificar el argumento de que los responsabl­es de las políticas deberían apretar el acelerador sólo porque la inflación está por debajo del 2 por ciento.

Sin embargo, la visión expansioni­sta está ganando tracción. En particular, cuadra con la sensación generaliza­da, especialme­nte en Europa, de que después de años de una austeridad percibida, los gobiernos finalmente han encontrado un motivo para gastar más.

Los banqueros centrales respaldan este argumento. Tal vez no lo digan públicamen­te, pero, al exigir una política fiscal más activa, implícitam­ente están admitiendo su incapacida­d para alcanzar sus propias metas de inflación.

En el más largo plazo, este giro en las políticas hará subir los niveles de deuda pública. Y si bien es probable que las tasas de interés ultra bajas permitan que esto sea sostenible durante algún tiempo, la historia sugiere que los niveles altos de deuda, tarde o temprano, derivan en una crisis financiera. Todavía está por verse si esta vez las cosas, realmente, son diferentes.

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Director del Centro de Estudios Políticos Europeos

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