Johnson quiere volver a votar hoy para que haya Brexit el 31 de octubre
Podría suavizar las condiciones de salida
Boris Johnson inicia hoy la ofensiva definitiva para garantizar su promesa de Brexit el 31 de octubre. El primer ministro británico pretende convocar hoy la votación frustrada este fin de semana, si bien sus anhelos dependen del presidente de la Cámara de los Comunes, John Bercow, quien podría no permitir la maniobra.
Boris Johnson inicia esta jornada la ofensiva definitiva para garantizar su promesa de Brexit el 31 de octubre con un arriesgado envite que aspira a recabar para su plan de divorcio el aval que la fallida sesión parlamentaria del sábado le había negado. El primer ministro británico pretende convocar hoy la votación frustrada este fin de semana, si bien sus anhelos dependen del presidente de la Cámara de los Comunes, John Bercow, quien podría no permitir la maniobra, en base a que el Gobierno había tenido la oportunidad tan solo 48 horas antes y la había desperdiciado.
Una negativa por parte del speaker, sin embargo, supondría un revés para el Número 10, pero no un veto, ya que su estrategia está centrada ya en el espacio de mañana, cuando prevé presentar el acuerdo con Bruselas en forma de proyecto de ley. El Ejecutivo considera que, aunque extremadamente ajustados, los números están a su favor, por lo que su propósito pasa por acelerar la tramitación al máximo, con el viernes como fecha límite para dejarla zanjada en la cámara baja del Parlamento.
A partir de ahí, y siempre según los cálculos del círculo más próximo a Johnson, la idea sería proceder a una apertura extraordinaria de la Cámara de los Lores durante el fin de semana para que esta asuma su cometido institucional y garantice la consecución de la legislación a tiempo para una potencial cumbre de la Unión Europea el lunes 28 de octubre.
Boris Johnson afronta la acometida con dos muescas que comprimen su estrategia, sin llegar a desbaratarla: el freno del Parlamento a su plan para el Brexit el sábado y la solicitud que esa misma noche tuvo que cursar a Bruselas para requerir una nueva prórroga. Las promesas de “morir en una zanja” antes de aceptar una ampliación de la permanencia han demostrado formar parte del apostolado propagandístico del divorcio, pero, en la práctica, la realidad para el primer ministro británico sigue siendo la misma que imperaba tras su aparentemente triunfal regreso del Consejo Europeo, que no es otra que la necesidad de promover una gran coalición en Westminster para lograr la aprobación de su acuerdo.
De hecho, la cadena de acontecimientos del fin de semana podría contribuir a centrar las mentes de un fracturado Parlamento que, tras rechazar fundamentalmente todo lo que se le ha presentado, está tan obligado como el Gobierno a decidir qué puede aceptar. Johnson ha apostado por jugársela con su absoluta entrega a la propuesta sellada el jueves con los Veintisiete y no está dispuesto que la claudicación con la petición de una demora afecte a sus posibilidades de desafiar expectativas en materia de Brexit y, sobre todo, a su magnetismo cuando le toque enfrentarse a las urnas.
Las tres cartas remitidas a Bruselas antes de la medianoche del sábado suponen, indudablemente, un golpe para el premier, independientemente de que hubiese dejado sin firmar, a propósito, la que demandaba un retraso de la ruptura. Las otras dos supusieron un ejercicio de funambulismo político, tanto la que llevaba la rúbrica de Johnson para informar al continente de que, en realidad, considera la idea un error, como la escrita por el representante permanente del Reino Unido ante la UE, Tim Barrow, para explicar burocráticamente el origen de la duplicidad de cartas, como si en Bruselas lo ignorasen. Lo sorprendente es que, de alguna manera, el Número 10 se las ha arreglado para desviar la atención del detalle no menor de que el primer ministro ha hecho lo que había prometido nunca hacer. Su mérito está en construir una narrativa desafiante que mantiene que habrán abandonado la UE el 31 de octubre. Igualmente singular resulta que dos realidades que parecen excluyentes, en términos prácticos no lo son, puesto que demandar una extensión no implica, necesariamente, que esta vaya a ser finalmente necesaria y este es, precisamente, el aspecto clave de la iniciativa promovida el sábado en Westmisnter para dejar el proceso en suspenso.
La denominada enmienda Letwin (nombrada por su principal promotor) obtuvo 322 votos, frente a 306 en contra, una victoria cuya primera repercusión implica congelar el respaldo al acuerdo hasta que se complete la tramitación parlamentaria de la ley que lo incorporará al marco legal del Reino Unido. Su autor insiste en que la intención no es desmantelar el plan de divorcio, es más, Oliver Letwin ha anunciado ya que apoyará la propuesta, sino garantizar que, si la tramitación parlamentaria halla algún obstáculo, el aparato institucional británico tendría margen para solucionarlo, gracias a la continuidad táctica en la UE.
John Bercow, presidente de la Cámara de los Comunes, decidirá si se vota
Espera en la UE
Las autoridades comunitarias, de hecho, han reaccionado con la máxima precaución, puesto que, como receptoras de tres cartas contradictorias, han sido arrastradas contra su voluntad a territorio vedado, el de una crisis doméstica de un Estado miembro. De ahí que su intención sea aguardar antes de anunciar ninguna decisión, consciente de la conveniencia de aguardar acontecimientos en Londres.
No en vano, Downing Street está resuelto a explorar los límites de la mecánica parlamentaria para sal
vaguardar el compromiso reiterado ad nauseam por su inquilino durante la carrera por el liderazgo del Partido Conservador y, consecuentemente, por las llaves de la residencia oficial. Con el aplazamiento como anatema, la maquinaria gubernamental ha puesto en marcha todos los mecanismos para refrendar la ley de retirada a tiempo, trabajando paralelamente por asegurarse los apoyos necesarios para sacarla adelante.
La misión es ambiciosa, pero, a juzgar por el balance arrojado por la votación de la enmienda Letwin, no imposible, puesto que el saldo revela un potencial flanco para reunir la cifra mágica de 320 diputados a favor del acuerdo. El primer paso se promoverá hoy mismo con la votación del plan que, el pasado sábado, había decidido sabotear en respuesta a la derrota parlamentaria. De esta manera, aunque ajustado, el calendario anhelado por Downing Street sería viable, si bien los asesores del premier harían bien en tener en mente que muchas de las asunciones con las que habían abordado la intrincada saga del Brexit no terminaron por materializarse como habían calculado inicialmente.
Uno de los más graves errores tácticos que han cometido es analizar la situación desde una perspectiva unilateral, la suya propia, cuando hay en juego incontables factores que escapan a su control. En este caso, aunque Bruselas se tome su tiempo para pronunciarse sobre la solicitud de una demora, se considera prácticamente imposible que, de acabar siendo necesaria, los Veintisiete vayan a negarse. Como consecuencia, ante la falta de urgencia que impondría un límite temporal cuya alternativa sería el caos de una salida no pactada, el Parlamento tendría, indudablemente, más margen para ampliar el escrutinio de la propuesta sellada el jueves, lo que, para frustración del Gobierno, amenaza con alargar el proceso e impedir la salida cuando estaba prevista.
Ante tal desenlace, el único consuelo al alcance de Boris Johnson sería confiar en que los votantes otorguen una importancia menor a la fecha concreta en que el Reino Unido se vea fuera del bloque comunitario. Tras más de tres años de laborioso debate, la ciudadanía semeja tan hastiada como Europa y, en última instancia, lo verdaderamente trascendental para el electorado que había apostado por el Brexit en el referéndum de 2016 es que el divorcio tenga lugar.
La enmienda Latwin muestra un potencial flanco a favor del acuerdo de salida