La madre muerta
Tuve la suerte de conocer a Pilar Miró, gran profesional, mujer luchadora, inteligente, adelantada a su tiempo. Denunció acoso sexual en TVE en 1981, pero no estaba de moda hacer caso a esas cosas. Fue valiente, como algunas de sus películas, pero de corazón frágil. Durante su gloriosa etapa al frente de RTVE, vimos la modernidad, mucho más allá que con La bola de cristal o Viaje con nosotros, donde el cantante de la Orquesta Mondragón interpretaba magistralmente el papel de la periodista Victoria Prego, entrevistando a un enano que era igual que Felipe González. Días después, el entonces presidente del Gobierno envió una carta. “Bien lo de la Prego y estupendo lo del enano”. Con Pilar Miró reflexionamos viendo la tele y, sobre todo, tomamos apuntes de lo que puede y debe ser una cadena pública. Innovadora, tenaz, creativa y honesta, fue literalmente sometida a consejo de guerra primero por narrar verdades que dolían a los uniformados de entonces y más tarde sus camaradas de la izquierda la ultrajaron y la emparedaron entre las facciones del PSOE. De todo lo que hizo, quedan su obra, su ejemplo, y su hijo Gonzalo, un adolescente que tuvo la desgracia de encontrarla muerta, tendida en el suelo junto a una de las escaleras del chalé en el que vivían los dos. Tenía 57 años. Este 19 de octubre se cumplieron 22 años de aquello y el domingo vi a Gonzalo Miró en televisión y pensé en ella. No tengo el gusto de conocerle, pero he seguido en cierta medida su trayectoria mediática. Es evidente que heredó amigos de su madre, o enemigos con mala conciencia. Entre unos y otros han apadrinado su carrera, le han enchufado sin parar y escuchando lo que dice solo encuentro esa explicación para que siga ganándose la vida como contertulio. Ojalá le vaya bien, pero algo me dice, y es comprensible, que Gonzalo Miró nunca ha dejado de buscar a su madre.