Dolor y gloria
Las películas que más nominaciones acaparan para los Goya dan a nuestro cine un gran nivel. En Dolor y gloria, Almodóvar, ornamenta su vida metiéndose en el cuerpo de un Antonio Banderas extraordinario, quizás en el mejor papel de su carrera, escoltado por un Asier Etxeandía inmenso, y sobre todo por la irrepetible Julieta Serrano, que raya la perfección interpretativa. Incluso la revista Time corona la autobiografía del manchego como el mejor largometraje del año. Pero es que La trinchera infinita es también una creación descomunal. Antonio de la Torre se sale a pesar de la limitación inicial de la propuesta: la historia de un topo que se pasa la vida encerrado en un agujero para que no le maten. Transmite todas las emociones y experimenta una evolución cronológica admirable. Amenábar también ha acertado esta vez. Después de Tesis, le vimos brillar en Los Otros y Mar Adentro pero al hispano-chileno le hacía falta un triunfo como Mientras dure la guerra, una ventana al pasado desde donde asomarnos a los últimos días de un Miguel de Unamuno llamado Karra Elejalde. Son solo tres buenas muestras de la estratosférica calidad a la que llega nuestro cine. Y no debemos desdeñar algunos magníficos trabajos televisivos, como la memorable Fariña o La Casa de Papel, por poner dos ejemplos. En esta etapa de decadencia, sacar la cabeza así es un soplo de esperanza para la cultura audiovisual. Lástima que en este contexto, la televisión generalista vaya en sentido contrario. El presentador estrella en España se llama Jorge Javier Vázquez, muy bueno haciendo su trabajo; el problema es que su trabajo es conducir espacios que son una maravilla técnicamente hablando, pero en los que pasan cosas tan terribles como una violación, a la vez que baten récord de audiencia.