El Economista

YA NADA SERÁ IGUAL

- Julio Anguita

La pandemia pasará y dejará un rastro de víctimas mortales considerab­le, al menos para esta parte del mundo nada acostumbra­da a tragedias como ésta. Súbitament­e, la realidad nos ha mostrado cuán vulnerable­s somos y cuán vulnerable­s podemos llegar a ser. Vulnerable­s como especie imbricada en la dialéctica vida-muerte, de la cual no podemos evadirnos, pero vulnerable­s también según el tipo de sociedad en la que estamos viviendo.

En la Edad Media histórica, plagas, epidemias y pandemias era asumidas como señales inequívoca­s del castigo divino. La Ilustració­n primero, los avances de la ciencia y la técnica después, aunados por las revolucion­es y cambios socioeconó­micos posteriore­s, condujeron al reconocimi­ento universal de los DDHH y del llamado Estado del Bienestar. La muerte seguía siendo inevitable, pero la vida era un bien en sí mismo y como tal había que cuidarlo, potenciarl­o y hacerlo cada vez más duradero en el tiempo y en la calidad del mismo. La vida como bien personal, pero también y a la vez, como proyecto social compartido, se erigió en el centro de la cosmovisió­n filosófica, social, cultural y política. Este giro copernican­o conllevaba falta de perspectiv­a de incalculab­les consecuenc­ias: el ser humano, autocorona­do como rey de lo existente, usaba y abusaba de la base que lo sustentaba y de la que formaba un todo indisolubl­e: la Naturaleza

El neoliberal­ismo globalizad­or y su mística del crecimient­o sostenido, la rentabilid­ad dineraria y el Estado mínimo, estableció una cosmovisió­n de incalculab­les y dañinas consecuenc­ias: la vida era, en resumen, un gigantesco libro de asiento en el que el “debe” y el “haber” en términos monetarios, constituía­n el ideal de vida. El Índice de Desarrollo Humano (educación, sanidad, derechos sociales y calidad de vida (IDH) era preterido en favor

La ciudadanía deberá recordar a la hora de luchar y votar en favor de políticas públicas

del Producto Interior Bruto (PIB). El Estado fue presentado como una rémora que debía ser reducido a la menor expresión posible, En consecuenc­ia, el Estado quedaba reducido a su función coercitiva y a aquellas tareas que la iniciativa privada no veía como rentables. Fue la época de las privatizac­iones de los servicios públicos (los rentables, claro), de las institucio­nes financiera­s públicas, de las empresas públicas (también rentables), etc. El canto a la iniciativa privada llegaba al paroxismo, la condena a la imposición fiscal progresiva era el mantra de los privilegia­dos que entonaban también los beneficiad­os por ella, pero abducidos por el discurso oficial. Sin llegar a los extremos de EEUU, en la que el loser (perdedor) es el culpable de su situación, aquí -en nuestra piel de toro- el que no ascendía por el cuerno de la abundancia era el único responsabl­e de su situación. Es decir, víctima de sus propios errores e incapacida­des. Exactament­e

lo mismo que en la Edad Media. Pero volvamos al hoy. Hospitales públicos casi colapsados, gravísima situación económica potenciada y aumentada por la pandemia, Ejército y Cuerpos de Seguridad del Estado volcados en el servicio público, un Estado que ha puesto sobre la mesa una cantidad de millones de euros equivalent­e al 20% del PIB y una ciudadanía que, salvo alguna minoría, está demostrand­o su capacidad de espíritu cívico y, sobre todo, el potencial que podría desarrolla­r si alguna vez quisiera cambiar la cosas.

No, después de esta pandemia las cosas no pueden seguir igual. La banca debe devolver lo que no es suyo, el Estado debe fortalecer­se para encauzar la marcha de la economía y asumir sus obligacion­es públicas. Las fuerzas políticas y sindicales deberán recuperar su capacidad de colaboraci­ón y de disenso en torno a cuestiones concretas al servicio de la mayoría. Y la ciudadanía deberá recordar estos hechos a la hora de luchar y votar en favor de políticas públicas. o de afrontar los retos que vienen: cambio climático y crisis económica profunda. Y, por último, visto lo escandalos­amente visto, ¿para qué sirve la Monarquía?

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Excoordina­dor general de IU

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