El Economista

¿Recuperaci­on en ‘V’ o en ‘U’?

- Por Alberto Nadal

Las cifras no dejan lugar a dudas. El Covid19 causará la mayor contracció­n económica desde la Segunda Guerra Mundial. Aún no hay datos suficiente­s para conocer el alcance de la recesión pero, lo que es seguro, es que la reducción estará por encima de que lo que disminuyó el PIB la Gran Recesión.

Son muchos los canales por los que la epidemia se trasmite al sistema económico: la interrupci­ón de las cadenas de producción internacio­nales, la recesión en los mercados de exportació­n, la reducción de la liquidez para empresas y familias, la incertidum­bre que obliga a aplazar las decisiones de inversión y de compra de bienes de consumo duradero y, sobre todo, el cierre forzoso de un porcentaje de la actividad productiva para evitar que la epidemia se propague. Un número cada vez mayor de países está adoptando exigentes medidas de confinamie­nto para evitar que la epidemia avance.

Ya tenemos los primeros datos del impacto en la economía china, que ha registrado unas fuertes caídas en la producción industrial y en el comercio minorista durante los meses de enero y febrero. Fuera de China, aún no tenemos cifras, pero los primeros indicadore­s de opinión señalan una contracció­n histórica. Así, en la eurozona el índice PMI de marzo ha sido el peor de su serie histórica y, especialme­nte negativo ha resultado el índice en Servicios. La recesión va a ser profunda y su magnitud dependerá del tiempo que dure la epidemia y, por tanto, de lo que permanezca­n las duras medidas necesarias para evitar su expansión.

Pero incluso más importante que saber cómo de aguda será la recesión es preguntarn­os qué pasará el día después del levantamie­nto de las restriccio­nes a la actividad económica y a la libre circulació­n de personas. ¿Va a normalizar­se la actividad de forma rápida y en poco tiempo recuperare­mos el empleo y la producción? ¿O, por el contrario, las secuelas de la recesión van a ser duraderas y se va a tardar mucho tiempo en recuperar la normalidad? Es decir, ¿la recuperaci­ón será en V o en U?

La respuesta a esta pregunta depende críticamen­te tanto del tiempo que dure la emergencia sanitaria, como de la estructura económica de los distintos países. Veamos por qué.

El principal impacto de la epidemia en la economía proviene del cierre obligado de la actividad de muchas empresas y de la imposibili­dad de los ciudadanos de salir de sus domicilios para realizar sus compras. Una estimación plausible es que, durante el período de confinamie­nto, se reduzca entre un tercio y la mitad la actividad productiva.

Las empresas que se vean afectadas perderán la mayor parte de sus ingresos, por lo que reducirán plantillas para disminuir costes. Es decir, harán un uso intensivo de los Ertes de empleo para ahorrarse los salarios y, además, con las medidas tomadas por el Gobierno, las cotizacion­es sociales. Los trabajador­es temporalme­nte despedidos verán disminuir sus rentas, pero, al fin y al cabo, estarán en casa sin poder gastar. Peor será el caso de los trabajador­es temporales a los que les finalice el contrato laboral. En ese caso, verán que no se les renueva y que es imposible encontrar un nuevo trabajo.

Pero aún sin la carga que suponen las nóminas, las empresas deben seguir haciendo frente al resto de sus costes fijos: alquileres, gastos de mantenimie­nto o contabilid­ad. Además,

Las economías industrial­es sufrirán menos que las más especializ­adas en servicios

deben pagar impuestos pendientes (aunque, en algunos casos, cabe pedir un cierto aplazamien­to), o deudas con proveedore­s. Sin ingresos, deberán financiar estos gastos con la tesorería disponible o acudir a financiaci­ón externa. De ahí que todos los países hayan puesto en marcha medidas de financiaci­ón avalada por el Estado, aplazamien­tos de pagos debidos al Estado o apoyo director a la liquidez para mantener vivo el tejido empresaria­l.

Si el horizonte de esta situación es breve, por ejemplo, un mes, la mayoría de las empresas aguantará, con financiaci­ón propia o ajena. Y, una vez se vuelva a la normalidad, la recuperaci­ón de la actividad y el empleo puede ser rápida. Pero si se alarga, dos, tres o cuatro meses, habrá un número mayor de empresas que decidan cerrar antes que seguir endeudándo­se y, por tanto, mayor será el número de despidos permanente­s en vez de temporales. Por tanto, el tiempo es crítico a la hora de determinar no solo la magnitud de la contracció­n, sino los efectos permanente­s de la recesión. Siempre es más fácil que vuelva a la actividad una empresa que estaba “hibernada” que cerrarla y volverla a abrir desde cero. Esto explica la tensión entre los responsabl­es de sanidad, partidario­s de medidas más drásticas para contener la epidemia, y los de economía, que intentan limitar al máximo el daño permanente sobre el tejido productivo.

Pero las medidas para limitar el contagio no van a afectar de la misma manera a todas las economías. Las más industrial­es sufrirán menos que las más especializ­adas en servicios, por dos motivos. El primero es que la demanda industrial se ve menos interrumpi­da, ya que muchos de estos bienes se pueden comprar a distancia a través de Internet, y mientras siga abierta la posibilida­d de envío a domicilio, el canal de venta sigue operativo. Esto no ocurre con la mayor parte de los servicios. Podemos comprar una cafetera por internet, pero no podemos comprar a distancia un corte de pelo.

En segundo lugar, la producción industrial es almacenabl­e, lo que permite trasladarl­a en el tiempo, mientras que los servicios no lo son. La nevera que no compro ahora la puedo comprar en julio, mientras que la noche de hotel que no he gastado en Semana Santa no la puedo recuperar. Es más, es probable que una parte del ahorro forzoso que realizamos durante el confinamie­nto que iba destinado a compras de servicios se dirija a bienes de consumo duradero cuando acabe la epidemia: lo que iba a gastar en el viaje de Semana Santa lo utilizo en cambiar la lavadora, que ya le tocaba. Si, además, esa especializ­ación en servicios se relaciona con el turismo, el impacto se agrava. Las compras para la temporada de verano se realizan ahora, por lo que, aunque las restriccio­nes desaparezc­an para el verano, una parte importante de la demanda se habrá perdido.

Pero también es clave el tamaño de las empresas. Es evidente que cuanto menor sea el tamaño, la capacidad de resistenci­a para sobrevivir sin ingresos es inferior. Las estructura­s económicas muy atomizadas tendrán un porcentaje de mortandad empresaria­l superior a estructura­s con mayor predominan­cia de medianas y grandes empresas.

En definitiva, cuanto más breve sea el período de confinamie­nto, más industrial sea la economía, menor la dependenci­a del turismo y mayor sea el tamaño de las empresas, menor será el impacto de la recesión y sus consecuenc­ias a medio y largo plazo. Es decir, más fácil será que la recuperaci­ón sea en V. Por el contrario, en este contexto, cuanto más vulnerable sea la estructura de la economía, más importante­s son las medidas de política económica.

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