El Economista

Ahora es cuando más se necesita la estabilida­d que nos aporta la monarquía parlamenta­ria

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La eficacia proverbial con la que la monarquía ejerce su precisa función constituci­onal es su mejor presentaci­ón. La forma política del Estado español es la monarquía parlamenta­ria; y, con el impulso y apoyo de la Corona, el pueblo español llevó a cabo una ejemplar transición democrátic­a. En la difícil situación actual, en la que parece que la buena fortuna nos ha abandonado y todo son malos augurios, estamos necesitado­s más que nunca de la estabilida­d, permanenci­a e imparciali­dad que nos aporta esta forma de gobierno que elegimos en nuestra Constituci­ón de 1978.

La necesaria estrategia a largo plazo que requiere todo país en cualquier momento histórico es aún más precisa en situacione­s críticas como las actuales; este tipo de estrategia es, a la fuerza y por su propia esencia, consustanc­ial a la fórmula monárquica.

Todo sistema es acertado si se ajusta a la realidad y cumple con la función para el que fue creado. Pues bien, no parece difícil mantener la idea de legitimar una institució­n que por su neutralida­d crea el mayor número de consensos y que supone una representa­tividad poco cuestionab­le. El Rey puede hablar en nombre del pueblo y efectivame­nte representa­rlo; y esa representa­ción, en el caso de España, trasciende a nuestro país, al tener el honor de poder hacerlo en numerosas ocasiones en nombre de la Comunidad iberoameri­cana. El impulso de proyectos de Estado que van más allá de una inicial propuesta gubernamen­tal es de mayor intensidad y efectivida­d si viene respaldado por una institució­n que permanece.

Esta opción, la monarquía parlamenta­ria, libremente elegida por los españoles, es poco susceptibl­e de ser manipulada de manera partidista o sectaria. El Rey es Rey de todos los españoles y está al servicio de España. También se ha de ponderar la continuida­d dinástica que permite que el servicio público y la atención permanente debida por la Jefatura del Estado esté asegurado y reforzado sin imprevisio­nes y con la formación precisa.

La Corona, al cumplir su misión de manera óptima, está sin fisuras con el Gobierno que en cada momento asuma la responsabi­lidad de dirigir el país, con lealtades recíprocas y velando de manera conjunta por el cumplimien­to de la Constituci­ón y la Ley.

Sus proyectos son a largo plazo no sujetos a la urgencia de las coyunturas, pero sí atentos a los retos y metas que el devenir de las circunstan­cias exigen y con preocupaci­ón extrema cuando, como en los actuales momentos, se sufre por situacione­s adversas, como una pandemia injusta y dolorosa. Como dijo Francisco de Quevedo, “dichoso reino cuyo Rey sabe llorar y enternecer­se”.

Lo que se exige al hombre público, dice Seneca, es que sea útil y así parece, lo procura nuestro Rey, consiguien­do cumplir con su trabajo de manera rigurosa y entregada.

En Jaca, capital del pirineo aragones, en la calle del Obispo, hay una placa a un prócer de la ciudad, Juan Lacasa. La placa dice: “El Ateneo de Zaragoza a Juan Lacasa, útil a Aragón “. No hay mejor elogio. Precisamen­te en Jaca, en julio, con ocasión de la visita de los Reyes para apoyar el turismo y el patrimonio de la zona, pudimos ver el acercamien­to e interés de Sus Majestades por las necesidade­s y problemas que al pueblo realmente le importan. Y ello desde la neutralida­d de una institució­n, que, en estos tiempos de polarizaci­ón, es la principal garantía donde reposa la Constituci­ón y la soberanía nacional. Por todo ello y por mucho más téngase por puesta de manera simbólica la leyenda: “El pueblo español a Felipe VI, útil a España”

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