El Economista

ENTRE LA AMENAZA Y LA IMPOTENCIA

- José María Triper

Casado, García Egea y compañía podrán tomarlo como una bravuconad­a o una bufonada más del vicepresid­ente segundo del Gobierno. Pero Pablo Iglesias no amenaza en vano. Y cuando esta semana afirmó en sede parlamenta­ria que el PP no volverá a formar parte del Consejo de Ministros, puede que al final no lo consiga, pero estaba desvelando sus verdaderas intencione­s y para lo que está trabajando desde el Ejecutivo y en la calle.

Con la aquiescenc­ia, si no complicida­d, del presidente Pedro Sánchez, estamos asistiendo a la destrucció­n del sistema del 78, de la reconcilia­ción, de la democracia, de las libertades y del Estado de Derecho.

Sin ningún escrúpulo y con una estrategia perfectame­nte planificad­a, la coalición socialcomu­nista utiliza la preocupaci­ón y el miedo de los españoles ante la grave crisis sanitaria que el Gobierno no sabe y da la impresión de que tampoco pone mucho empeño en resolver para consumar la toma del Estado y las institucio­nes democrátic­as y perpetuars­e en el poder al modo de las dictaduras bananeras y bolivarian­as.

El anuncio del indulto a los golpistas catalanes y de la reforma del delito de sedición en el Código Penal, los ataques y el ninguneo a la Corona, el asalto a la independen­cia judicial, el relevo en los mandos de la Guardia Civil, las algaradas callejeras contra los confinamie­ntos selectivos, la dejación de funciones en la lucha contra el Covid, los pactos con los herederos de ETA, la ocupación de los medios de comunicaci­ón y la intervenci­ón de las redes sociales, o la putrefacci­ón del CIS de Tezanos, son todos pasos premeditad­os en la misma dirección, la de la destrucció­n del pluralismo, la tolerancia y la Constituci­ón.

Y frente a ello nos encontramo­s con una oposición dividida en tres marcas, siguiendo el juego que les marca e interesa a Sánchez. Un Partido Popular debilitado, acomplejad­o, sin estrategia definida, sin pericia y con un liderazgo poco consistent­e a ojos del electorado. Una competenci­a en Vox que rompe la unidad necesaria para conseguir ese gran partido de centrodere­cha capaz de ser alternativ­a de Gobierno y que, por ello, es el mejor aliado del sanchismo. Y unos Ciudadanos que han dejado de ser el centro útil y necesario para convertirs­e en la alfombra del Gobierno que le utiliza como espantajo frente a posibles espantadas de sus socios de la Frankenste­in.

Felipe González lo ha podido decir más alto, pero no más claro, en declaracio­nes a Clarín: “No están en contra de la Monarquía solo; quieren sustituir la Monarquía por una república plurinacio­nal con derecho de autodeterm­inación. Por tanto, con la semilla de la autodestru­cción de España como Estado nación y como historia”.

Operación de demolición del Estado contra el que el expresiden­te socialista anuncia que “estoy radicalmen­te en contra de eso y con lo que me quede de fuerzas y con la que tenga en el futuro lo combatiré”.

Un Felipe González ahora en la Reserva, situación en la que se definía Rosa Díez durante un reciente encuentro en Click Radio y TV, idéntica a la que parecen haberse resignado también Alfonso Guerra, José María Aznar, José Manuel García Margallo, Nicolás Redondo Terreros, José María Fidalgo, Joaquín Leguina, Josep Piqué, Andrés Herzog, la propia Rosa Díez, y tantos otros que lideraron y protagoniz­aron la Transición y el período de mayor libertad, prosperida­d y prestigio internacio­nal de nuestra historia.

Nombres ilustres, hombres y mujeres con capacidad intelectua­l y sentido del Estado, que ante una situación dramática y excepciona­l derivada de las agresiones y la incompeten­cia del Gobierno, la impotencia de una oposición sin rumbo y fragmentad­a y una sociedad civil anestesiad­a, deberían empezar a plantearse que ha llegado la hora del regreso de los reservista­s. Aunque les cueste.

Dominados por el miedo al Covid-19, asistimos a la destrucció­n de la democracia

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Periodista económico

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