La Corona, un activo económico
La asociación interesada de Monarquía con anacronismo y atraso se ve refutada por la realidad española y exterior
La actual legislatura presencia los intentos más evidentes hasta el momento de desprestigiar la Monarquía española. La semana pasada resultó pródiga en ejemplos. En cuestión de días, Felipe VI no solo fue objeto de un escandaloso relegamiento, al impedirle el Gobierno asistir a la entrega de los despachos a los jueces en Barcelona. Además, dos altos cargos de ese mismo Ejecutivo (el vicepresidente Pablo Iglesias y el ministro Alberto Garzón) se permitieron convertirlo en blanco de ataques directos, con una acusación (tan infundada como grave) de partidismo. Hechos como los relatados dañan en primer lugar al sistema institucional sobre el que se asienta el Estado de Derecho español, pero sus efectos van mucho más allá. La economía también saldrá damnificada. Podemos y otras fuerzas afines se complacen en asociaciones simplistas que relacionan la Monarquía con un modelo en extinción y con el atraso económico y político. La realidad los desmiente solo apelando al hecho de que países como Reino Unido, Holanda o Suecia continúan siendo referentes mundiales de desarrollo. Con todo, basta el ejemplo de la labor que Felipe VI desempeña, desde que era Príncipe de Asturias, para valorar su rol en la internacionalización de nuestras empresas. Ya como heredero al Trono, encabezó todas las delegaciones españolas de empresarios, políticos y personalidades de la cultura para abrir nuevos mercados. Fue en 2014 cuando tomó el testigo de su padre y desde entonces destaca como primer embajador económico, y así lo reconocen unánimemente las patronales y las principales empresas. Negar esta importante función a la Monarquía equivale a ignorar intencionadamente cómo fue posible el desarrollo de nuestro país en las últimas décadas.