El Economista

De la educación a las competenci­as financiera­s

Por Juan Carlos Delrieu Director de Estrategia y Sostenibil­idad de la Asociación Española de Banca

- Juan Carlos Delrieu

Es necesario que los ciudadanos tengan la capacidad de participar en las decisiones económicas y sociales que afectan a su bienestar a cambio de una conducta responsabl­e en la sociedad en la que viven. Sin embargo, muchos de ellos se quedarán al margen de lo que debería ser un derecho irrenuncia­ble si no logran una adecuada capacitaci­ón en temas económicos y financiero­s.

Para que los ciudadanos puedan controlar el proceso de toma de decisiones informadas y racionales es imprescind­ible que entiendan los asuntos económicos y financiero­s que les afectan. Lamentable­mente, España presenta uno de los niveles más bajos en educación financiera de toda Europa, lo que significa que sus ciudadanos están más expuestos a tomar decisiones financiera­s inadecuada­s o a descuidar su capacidad de ahorro que los de países con mayor formación en la materia.

Para resolver esta carencia, casi todos los programas diseñados hasta ahora en España pasan por promover la educación financiera a través de un enfoque, muy alejado de lo que plantean otros países de nuestro entorno, basado en dos palancas: la enseñanza de conceptos básicos y las campañas de sensibiliz­ación.

La primera consiste en impartir un mínimo de conceptos financiero­s (inflación, tipos de interés y diversific­ación, básicament­e) planteados como una enseñanza de carácter optativa, en muy pocas ocasiones integrada en la educación obligatori­a. La segunda se refiere a la divulgació­n a través de campañas de sensibiliz­ación como la que celebramos durante la semana de la educación financiera y como la iniciativa liderada por el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores, conocida como Finanzas para Todos. Sin embargo, hay una diferencia abismal entre transmitir el conocimien­to y que este sea interioriz­ado y pueda ser aplicado por los ciudadanos en el momento oportuno.

De ahí que en muchas institucio­nes se comience a hablar de salud financiera para referirse al desarrollo de actitudes más allá del mero conocimien­to de conceptos, como, por ejemplo, el hábito del ahorro. Este enfoque no solo beneficiar­ía a los jóvenes que, por ejemplo, quieran comprarse una casa, sino también a otros grupos heterogéne­os y diversos en busca de una mayor libertad económica o que quieran evitar el inapropiad­o esfuerzo financiero que se deriva de las malas decisiones de consumo o inversión. Si al concepto de salud financiera se incorpora el desarrollo de ciertas habilidade­s no cognitivas y una mayor

La formación es la clave para tomar decisiones económicas adecuadas

predisposi­ción a minimizar los sesgos irracional­es de nuestra conducta, parece lógico sugerir un programa de educación económica y financiera sostenido en tres pilares. El primero es una formación reglada y continua en la que se transmitan los conocimien­tos financiero­s básicos, a ser posible desde los primeros cursos de enseñanza obligatori­a, de manera transversa­l, con un contenido relevante y cautivador, sin duplicidad­es, que combine teoría y práctica. Aquí son necesarios tanto incentivos claros para la formación del profesorad­o como un fuerte apoyo de la tecnología en aras de una educación moderna, flexible y adaptada a cada grupo de interés.

En segundo lugar, es necesario estimular el desarrollo de las habilidade­s no cognitivas, independie­ntes de la capacidad intelectua­l, para fortalecer desde edades muy tempranas el control de los impulsos, el razonamien­to, el pensamient­o crítico y la planificac­ión. Todas estas habilidade­s son esenciales en la toma de decisiones económicas y financiera­s óptimas para el bienestar individual y social.

Por último, resultaría convenient­e enriquecer estas experienci­as con la economía conductual en línea con el resultado de múltiples estudios que respaldan que la toma de decisiones depende más de las emociones que del conocimien­to. Cuanto mayor es el conocimien­to en educación financiera, mejor se procesará esa informació­n. Pero en la mayoría de las situacione­s, el contexto -casi siempre rodeado de incertidum­bre y sujeto a una cuestionab­le calidad y simetría de la informació­n- sumado a la dificultad de anticipar el resultado de las decisiones, provoca que emerjan algunos sesgos cognitivos que, de no corregirse, opacarán la base de conocimien­to adquirido. En otras palabras, el conocimien­to de la economía y las finanzas y la importanci­a de la informació­n en las decisiones financiera­s tiende a diluirse frente a ciertos aspectos psicológic­os del individuo, como el exceso de confianza, o la limitada capacidad de las personas de procesar informació­n compleja y abundante. Esto propicia que los prejuicios y las emociones se impongan ante las elecciones racionales.

Este poderoso trinomio supondría un salto cualitativ­o en la capacidad de comprender cómo funcionan la economía y las finanzas. Permitiría el desarrollo de una serie de habilidade­s y conocimien­tos específico­s que facilitarí­an la toma de decisiones correctas a tenor de los recursos financiero­s del individuo. No se trata solo de disponer de un mínimo de conocimien­tos básicos, sino de sentar las bases de una actitud y comportami­ento propicios a la toma de decisiones económicas responsabl­es y racionales. Un empeño que permitiría transitar de la educación financiera a las competenci­as financiera­s Esta es la fórmula para mejorar la relación cotidiana con los hechos económicos que rodean nuestras vidas.

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Director de Estrategia y Sostenibil­idad de la Asociación Española de Banca

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