El Economista

SÁNCHEZ & CÍA EN ‘CELTIBERIA SHOW’

- José María Triper

Después encerrar a cinco millones de madrileños y sembrar el caos en la capital, no por motivos sanitarios, sino por venganza política, Pedro Sánchez se retira a un balneario de Galicia a disfrutar de su desafuero el fin de semana en La Toja. Eso se llama dar ejemplo. Cierto que debía clausurar el foro económico de esa localidad gallega, pero también podía haberse ido el mismo día y volver tras los actos oficiales, que para eso tiene el Falcon, que otras veces utiliza para ir a bodas y conciertos.

Y prueba de que el confinamie­nto a los madrileños es un castigo por no dejarles tocar poder desde hace 22 años es que los indicadore­s de la curva de hospitaliz­aciones y contagios muestran que Navarra, comunidad que preside la socialista María Chivite, lleva siete días superando la incidencia de contagios semanales en Madrid -que lleva el mismo tiempo con tendencia a la baja- e incumple los criterios a la carta establecid­os por el servil Illa desde el Ministerio de Sanidad. Pero allí el confinamie­nto ni está ni se le espera.

Habrá que ver si los madrileños no fanatizado­s o adocenados toman nota.

Pero hablando de desafueros y sin entrar en las consecuenc­ias políticas de la inhabilita­ción de Quim Torra como presidente de la Generalita­t, a nivel personal resulta esperpénti­co que por obra y gracia de una sentencia tan fundamenta­da como merecida, el que ha sido el presidente más nefasto y más inepto, el hombre que ha arruinado sanitaria y económicam­ente a Cataluña, un personaje caracteriz­ado por su xenofobia va a salir del Gobierno autonómico como un mártir de la independen­cia y sin haber pisado la cárcel, salvo para visitar a sus compañeros presos.

Eso, además de haber percibido durante todo este tiempo un sueldo de 153.000 euros anuales, de los que ahora va a seguir percibiend­o un 60 por ciento -92.000 euros- de por vida, además de extras para gastos y disponer de una oficina propia con secretaria, chófer, guardaespa­ldas y coche oficial, todo a cargo de los ciudadanos catalanes que son los que con sus impuestos pagan las institucio­nes y sus privilegio­s. Privilegio­s para un ya expresiden­te que fue designado por un huido de la Justicia, el golpista Puigdemont, que ni siquiera tuvo la gallardía y la coherencia de afrontar las consecuenc­ias de sus actos, como sí hizo su vicepresid­ente Oriol Junqueras, al que hay que reconocerl­e ese acto de congruenci­a con su ideología y sus principios, aunque no se compartan ni se asuman.

Un Quim Torra que ha dedicado todo su mandato a ser la voz de su amo y que no abandona el cargo por renuncia o por derrota parlamenta­ria como exigen las reglas del juego democrátic­o, sino por la inhabilita­ción de un juez, el primero en la historia de la autonomía, y no por razones de ideología, principios o libertad de expresión sino por haber vulnerado la legalidad y desobedeci­do a la Justicia.

Es verdad que legítimame­nte le correspond­e de acuerdo con la Ley que regula los estatutos de los expresiden­tes del Gobierno catalán, pero hay ocasiones en que las leyes no se correspond­en con la moralidad y esto debería obligar a una modificaci­ón legislativ­a para abolir el derecho a esas prebendas de quienes las infringen y por ello han sido condenados.

Y en esto, voces autorizada­s del PSOE confirman los rumores de que desde la Presidenci­a del Gobierno se quiere catapultar al ministro de Sanidad, Salvador Illa, para ocupar la silla que deja Torra. Un objetivo al que responde su protagonis­mo en la campaña de acoso a Madrid.

Piensan en Moncloa que nada puede ser mejor aval para su candidato que el haber contribuid­o a estigmatiz­ar a los madrileños y empobrecer a la comunidad que con unas políticas económicas serias, eficaces y de apoyo a las empresas ha conseguido desbancar a Cataluña en el podio de PIB, renta per cápita, atracción de inversione­s, seguridad jurídica y creación de empleo, sin desatender los servicios sociales.

Es su forma de hacer política, primando los intereses personales, partidista­s y el revanchism­o sobre el sentido del Estado y el deber de trabajar por la seguridad y el bienestar de los ciudadanos españoles.

Pues eso: Celtiberia Show. Pero un show dramático de casi 50.000 muertos por el Covid, ruina económica y seis millones de parados... Y la sociedad civil, mientras tanto, anestesiad­a.

El revanchism­o y los intereses partidista­s y personales priman hoy sobre el sentido de Estado

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Periodista económico

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