Un premio Nobel a las subastas
Pero no se quedaron solamente en el campo teórico, sino que revolucionaron el mundo de las subastas con su diseño para la asignación de las frecuencias del espectro radioeléctrico para la telefonía móvil a comienzos de los años 90. Con ello se logró aunar de forma efectiva los objetivos de recaudar para la hacienda pública, evitar la maldición del ganador (de poco sirve recaudar mucho si luego la empresa ganadora quiebra por haber sobreestimado el valor de mercado de la nueva tecnología), y revelar la verdadera estimación del valor que la entonces incierta tecnología de datos móviles suponía para los distintos operadores de telefonía. Y lo hicieron con un sistema tan sencillo como eficaz (la sencillez es algo obligado en cualquier diseño de una subasta), a través de subastas de sobre cerrado, simultáneas, en rondas sucesivas con una serie de cláusulas que incentivaban la participación (evitaban que los agentes hiciesen una estrategia de “esperar y ver”).
La Teoría de Subastas traspasó las fronteras de los Estados Unidos y del sector de las telecomunicaciones, para convertirse en el instrumental necesario para realizar todo tipo de asignaciones complejas. Así, durante la etapa en la que me correspondió la responsabilidad del Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital, hubo dos momentos en los que se recurrió intensamente a las guías e intuiciones de este marco teórico.
El primero de ellos en las subastas de la garantía de rentabilidad de la nueva potencia de energía eléctrica de origen renovable. Entonces se realizó una subasta en dos rondas, separadas entre ellas por un tiempo no conocido a priori por los postores, mediante una asignación marginalista a sobre cerrado y con pujas simultáneas y con todas las tecnologías a la vez. A su vez, se estableció una cláusula confidencial de asignación adicional de cantidades, desconocida por los postores. Se buscaba con ello
Pocas veces un marco teórico suma elegancia, rigor y efecto práctico como este lo hace
aunar lograr el mejor precio posible para el consumidor eléctrico, junto con conocer por parte del regulador los verdaderos costes de cada planta y tecnología (es decir, que no hubiera incentivos a inflar los precios de puja por encima de los costes de inversión), dar una garantía de precio que permitiese entrar a productores pequeños, y a su vez generar la energía renovable con las tecnologías más eficientes y baratas del momento. El resultado fue una asignación bajo este sistema de 8.000 Mw de energía renovable (la gran mayoría entró en funcionamiento antes de 2020), con una garantía de precio algo superior a los 30 /Mwh, muy por debajo de los precios habituales del mercado (que suelen quedar bien por encima de los 50 /Mwh, y, por lo tanto, no se pagarán primas), y con una idea clara de los costes de inversión asociados a cada planta y tecnología.
El otro caso fue la subasta del espectro radioeléctrico de 3.600 a 3.800 MHz para la telefonía 5G. Se realizó de una forma muy similar a la propuesta por Milgron y Wilson, mediante rondas sucesivas a sobre cerrado, cláusulas de actividad, junto con unas limitaciones para evitar el acaparamiento de espectro por unos pocos operadores. El resultado (la resolución de la subasta se realizó en julio de 2018, ya pasada la Moción de Censura), fue una recaudación en valor presente de unos 1.400 millones de euros y un reparto equilibrado del espectro entre todos los operadores.
Pocas veces un marco teórico en economía suma la elegancia de su lógica, el rigor formal de su formulación matemática y un efecto práctico tan claro. Por eso, el premio Nobel de Economía de 2020 ha suscitado una total unanimidad en cuanto a su merecimiento y yo me sumo a ella con todo el agradecimiento que este esfuerzo intelectual ha supuesto para hacer mejor la política económica.