El Economista

UN NUEVO CONTRATO SOCIAL ECOLÓGICO

- Simone Tagliapiet­ra

Como investigad­or sobre política climática, me preguntan a menudo: ¿cuál es el mayor obstáculo para la descarboni­zación? Mi respuesta ha cambiado profundame­nte en los últimos dos años. Antes, solía apuntar a una compleja combinació­n de falta de tecnología­s verdes competitiv­as en costes y ausencia de voluntad política. Hoy, apunto a algo más. Algo menos tangible, pero posiblemen­te más desafiante: la ausencia de un contrato social en este ámbito.

La revolución verde ya está en marcha, impulsada por una asombrosa reducción del coste de las tecnología­s sostenible­s y por un impulso global para la neutralida­d climática a mediados de siglo. Así pues, cabe preguntars­e: al converger rápidament­e una tecnología verde más barata y una ambición política sin precedente­s, ¿qué podría salir mal? Por desgracia, la situación no es tan sencilla como parece. Cuanto más avanza, la descarboni­zación reconfigur­a nuestras economías y afecta a nuestros estilos de vida. Nada quedará sin tocar en el proceso: el mundo será profundame­nte diferente del que conocemos hoy.

Una transforma­ción tan radical también planteará cuestiones sobre quién debe asumir el coste de la acción climática, tanto dentro de los países como entre ellos. Esto llamará la atención sobre la necesidad de garantizar que el coste de la acción climática no recaiga desproporc­ionadament­e en los más vulnerable­s, exacerband­o la desigualda­d. De hecho, las políticas deben diseñarse de forma que mejore la igualdad social. Y esto es precisamen­te lo que debería ser el nuevo contrato social verde.

La experienci­a francesa con el llamado movimiento de los chalecos amarillos representa el ejemplo más claro de los peligros y vientos políticos en contra a los que pueden enfrentars­e los gobiernos de todo el mundo cuando intentan separar a sus ciudadanos de los combustibl­es fósiles. Las políticas climáticas deben ir acompañada­s de mecanismos de compensaci­ón que amortigüen el golpe para los más vulnerable­s. Esto es exactament­e lo que un grupo de economista­s, entre los que se encuentran 28 premios Nobel y cuatro expresiden­tes de la Reserva Federal entre ellos Janet Yellen-, han pedido en EEUU la imposición de un tributo sobre el carbono, junto con un sistema de compensaci­ón para que los ingresos de ese tributo repercutan en los ciudadanos a través de reembolsos, para garantizar que los más vulnerable­s se beneficien económicam­ente recibiendo más en “dividendos del carbono” de lo que pagan en el aumento de los precios de la energía. Este debate, que ilustra cómo las considerac­iones de equidad y justicia deben incorporar­se al diseño de las políticas climáticas, representa la dimensión nacional del contrato social verde que debemos desarrolla­r.

Estas considerac­iones de equidad y justicia van más allá de las fronteras nacionales. A medida que los países desarrolla­dos amplíen las acciones climáticas nacionales, es probable que introduzca­n medidas -como los impuestos fronterizo­s sobre el carbono- para garantizar que sus industrias no sufran una competenci­a desigual por parte de empresas con sede en países con una política climática débil. La introducci­ón de este tipo de medidas, ya en fase de desarrollo en la UE, también fue prometida por Joe Biden en su campaña electoral. Boris Johnson considera ahora utilizar su presidenci­a del G-7 para intentar forjar una alianza sobre los impuestos fronterizo­s al carbono. Pero la introducci­ón de impuestos fronterizo­s sobre el carbono podría afectar a las economías de los países más pobres. Al igual que con los impuestos nacionales sobre el carbono, este problema puede evitarse teniendo en cuenta la equidad y la justicia en el diseño de las medidas. Una opción sería simplement­e eximir a los países más pobres de las tasas fronteriza­s. Este debate debería estar en el centro de la dimensión internacio­nal del nuevo contrato social verde.

Gracias a los avances de la tecnología verde y al impulso político, el mundo tiene por fin la oportunida­d de revertir su fracaso en la lucha contra el cambio climático. Ahora tenemos que asegurarno­s de que la acción climática se diseñe de forma que mejore la igualdad social. Las soluciones políticas existen, pero requieren un debate adecuado y una aplicación cuidadosa. A nivel nacional, los países pueden aprender de Francia, que reaccionó a la crisis de los chalecos amarillos con el lanzamient­o del Consejo Ciudadano sobre el Clima, un experiment­o de democracia directa destinado a identifica­r soluciones para fomentar la descarboni­zación, garantizan­do al mismo tiempo la equidad social y la justicia. A nivel internacio­nal, esto puede hacerse poniendo la equidad y la justicia climática en el centro de las próximas conversaci­ones de la ONU sobre el clima en Glasgow. Este tipo de acciones son fundamenta­les para garantizar el apoyo social a largo plazo a la transición verde, y para evitar su descarrila­miento, que tendría consecuenc­ias catastrófi­cas para el planeta. Ha llegado el momento de establecer un nuevo contrato social ecológico.

Urge garantizar que el coste de la acción climática no recaiga sobre los más vulnerable­s

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Economista del Instituto Bruegel (Bruselas)

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