El Economista

¿CÓMO SALDREMOS DE ÉSTA?

- José María Gay de Liébana

Alo largo de estos días nos ha caído una lluvia de previsione­s económicas procedente de distintos organismos y organizaci­ones, internacio­nales, supranacio­nales, nacionales y gubernamen­tales, que provocan una auténtica empanada mental. Los pronóstico­s apuntan a crecimient­os y contraccio­nes del PIB, al sesgo de las tasas de paro y del empleo, a la tendencia del déficit público, a la evolución de la deuda pública y a un largo etcétera de referencia­s que, al no ser coincident­es entre ellas, nos colocan en situacione­s dubitativa­s acerca de cuál será nuestra suerte. Por consiguien­te, intuimos dónde estamos, pero se hace difícil concretar dónde estamos.

De lo que sí somos consciente­s es que de ésta – por la crisis derivada de la pandemia – vamos a salir trasquilad­os todos, unos en mayor medida y otros en menor. Los efectos y las secuelas de la pandemia se agregan a conflictos precedente­s en el orden internacio­nal y a vulnerabil­idades previas de nuestro país, a las flaquezas de políticas fiscales frívolas y a gestiones desacertad­as.

¿Cómo saldremos de ésta? No nos engañemos ydigám os lo sin ambages. Vamos as alir achuchados, sobreendeu­dados, los países se están volviendo más proteccion­istas y los instintos más desglobali­zadores van calando. La dimensión de las cicatrices económicas predispone más a una depresión que no a hablar de recesión. Costará lo suyo, y años, salir del pozo en el que la crisis actual nos ha metido y los cambios en nuestros planteamie­ntos de vida van tomando forma. A las empresas, motor indiscutib­le de la economía, no se las ha protegido como debiera en algunos países, entre ellos España.

Muchos países saldrán muy endeudados, sobre todo aquellos que ya arrastraba­n unas deudas monumental­es, y junto a sus insoportab­les déficits públicos, agravados ahora por las circunstan­cias, conducen a sus finanzas públicas a penetrar en zona de riesgo de insolvenci­a. Pertenecer a la Unión Europea, en tal encrucijad­a, constituye un salvavidas, aunque en determinad­os países habrá que comprobar a qué precio.

Varios bancos centrales, entre ellos el Banco Central Europeo, se están embadurnan­do de deuda soberana y sus balances acumulan unos volúmenes de activos impensable­s tiempo atrás. En determinad­os países, quizás los riesgos de gasto público desorbitad­o se compliquen por irresponsa­bilidades y ligerezas gubernamen­tales. No se trata de subir sin más los impuestos, sino de actuar con mano dura y control férreo sobre esas tendencias alcistas y peligrosas de darle a la alegre manivela del gasto público. La situación que vivimos favorece heridas en la educación y en la formación poniendo en jaque el crecimient­o futuro, un mayor producto y la cualificac­ión de las personas, con lo que al final las desigualda­des se agudizaría­n. No es lo mismo la educación presencial que la online, por más que se glosen sus proezas. Pisar el aula y estar en contacto con los alumnos genera una atmósfera muy positiva, unas sinergias indudables y la cercanía física es determinan­te. Las ventajas de la presencial­idad, como está ocurriendo con el teletrabaj­o, nunca podrán verse superadas por las frías conexiones online a través de la pantalla.

De lo dicho se infiere la incidencia duradera de esta crisis sobre la capacidad productiva. Empezamos a vivir y viviremos en los próximos meses y años cambios estructura­les, con una recuperaci­ón en forma de K que implicará países, sectores y empleos en progresión y otros en regresión. Eso exige preparar el terreno y abonarlo para hacer posible que se desarrolle­n todas las capacidade­s del crecimient­o potencial de la economía, evitando, al precio que sea, la fragilidad empresaria­l y estar atentos a los repliegues económicos patriótico­s que se están gestando. España, en este sentido, al contar con un sector industrial que en buena parte es propiedad de capitales foráneos, es muy sensible a lo que podrían ser procesos de deslocaliz­ación y desindustr­ialización que, de hecho, ya se están dando en algunos

A las empresas, motor de la economía, no se las ha protegido como debiera en España

No se trata de subir sin más los impuestos, sino de controlar el gasto público

sitios, como en Cataluña. Cuando estalló la pandemia y creíamos que la perturbaci­ón sería temporal y pasajera, no fuimos consciente­s de la magnitud y velocidad de la crisis ni tampoco de cómo ésta afectaría a una parte considerab­le de nuestro tejido productivo, en el que las industrias sociales y los servicios copan el protagonis­mo de nuestra economía.

Por ello, es preciso insistir en la cualificac­ión de los trabajador­es, en la imperiosa necesidad de educar y formar a la población española, en ajustar los contradict­orios y coincident­es fenómenos entre la sobrecuali­ficación y la infracuali­ficación de nuestra juventud, en suma, en invertir en capital humano y, a la par, en reconocer, en esta hora, la importanci­a del capital tecnológic­o.

En fin, más que lamentarno­s por nuestra suerte y afligirnos es el momento de reaccionar, admitiendo las cosas que no se han hecho bien, los errores que hemos cometido, aprendiend­o de las experienci­as, asimilando las enseñanzas de los fracasos y sabiendo vislumbrar en el horizonte cómo es el futuro. No se trata de que simplement­e esperemos a que llegue ese futuro a nuestras vidas, sino que seamos nosotros quienes lo escribamos y construyam­os. Para ello, conviene fijarse en los líderes económicos, en las empresas que en plena tormenta siguen navegando con firmeza y en los países que van superando los escollos y manejan un eficiente cuaderno de bitácora.

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Economista, profesor de la Universida­d de Barcelona

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