¿CÓMO SALDREMOS DE ÉSTA?
Alo largo de estos días nos ha caído una lluvia de previsiones económicas procedente de distintos organismos y organizaciones, internacionales, supranacionales, nacionales y gubernamentales, que provocan una auténtica empanada mental. Los pronósticos apuntan a crecimientos y contracciones del PIB, al sesgo de las tasas de paro y del empleo, a la tendencia del déficit público, a la evolución de la deuda pública y a un largo etcétera de referencias que, al no ser coincidentes entre ellas, nos colocan en situaciones dubitativas acerca de cuál será nuestra suerte. Por consiguiente, intuimos dónde estamos, pero se hace difícil concretar dónde estamos.
De lo que sí somos conscientes es que de ésta – por la crisis derivada de la pandemia – vamos a salir trasquilados todos, unos en mayor medida y otros en menor. Los efectos y las secuelas de la pandemia se agregan a conflictos precedentes en el orden internacional y a vulnerabilidades previas de nuestro país, a las flaquezas de políticas fiscales frívolas y a gestiones desacertadas.
¿Cómo saldremos de ésta? No nos engañemos ydigám os lo sin ambages. Vamos as alir achuchados, sobreendeudados, los países se están volviendo más proteccionistas y los instintos más desglobalizadores van calando. La dimensión de las cicatrices económicas predispone más a una depresión que no a hablar de recesión. Costará lo suyo, y años, salir del pozo en el que la crisis actual nos ha metido y los cambios en nuestros planteamientos de vida van tomando forma. A las empresas, motor indiscutible de la economía, no se las ha protegido como debiera en algunos países, entre ellos España.
Muchos países saldrán muy endeudados, sobre todo aquellos que ya arrastraban unas deudas monumentales, y junto a sus insoportables déficits públicos, agravados ahora por las circunstancias, conducen a sus finanzas públicas a penetrar en zona de riesgo de insolvencia. Pertenecer a la Unión Europea, en tal encrucijada, constituye un salvavidas, aunque en determinados países habrá que comprobar a qué precio.
Varios bancos centrales, entre ellos el Banco Central Europeo, se están embadurnando de deuda soberana y sus balances acumulan unos volúmenes de activos impensables tiempo atrás. En determinados países, quizás los riesgos de gasto público desorbitado se compliquen por irresponsabilidades y ligerezas gubernamentales. No se trata de subir sin más los impuestos, sino de actuar con mano dura y control férreo sobre esas tendencias alcistas y peligrosas de darle a la alegre manivela del gasto público. La situación que vivimos favorece heridas en la educación y en la formación poniendo en jaque el crecimiento futuro, un mayor producto y la cualificación de las personas, con lo que al final las desigualdades se agudizarían. No es lo mismo la educación presencial que la online, por más que se glosen sus proezas. Pisar el aula y estar en contacto con los alumnos genera una atmósfera muy positiva, unas sinergias indudables y la cercanía física es determinante. Las ventajas de la presencialidad, como está ocurriendo con el teletrabajo, nunca podrán verse superadas por las frías conexiones online a través de la pantalla.
De lo dicho se infiere la incidencia duradera de esta crisis sobre la capacidad productiva. Empezamos a vivir y viviremos en los próximos meses y años cambios estructurales, con una recuperación en forma de K que implicará países, sectores y empleos en progresión y otros en regresión. Eso exige preparar el terreno y abonarlo para hacer posible que se desarrollen todas las capacidades del crecimiento potencial de la economía, evitando, al precio que sea, la fragilidad empresarial y estar atentos a los repliegues económicos patrióticos que se están gestando. España, en este sentido, al contar con un sector industrial que en buena parte es propiedad de capitales foráneos, es muy sensible a lo que podrían ser procesos de deslocalización y desindustrialización que, de hecho, ya se están dando en algunos
A las empresas, motor de la economía, no se las ha protegido como debiera en España
No se trata de subir sin más los impuestos, sino de controlar el gasto público
sitios, como en Cataluña. Cuando estalló la pandemia y creíamos que la perturbación sería temporal y pasajera, no fuimos conscientes de la magnitud y velocidad de la crisis ni tampoco de cómo ésta afectaría a una parte considerable de nuestro tejido productivo, en el que las industrias sociales y los servicios copan el protagonismo de nuestra economía.
Por ello, es preciso insistir en la cualificación de los trabajadores, en la imperiosa necesidad de educar y formar a la población española, en ajustar los contradictorios y coincidentes fenómenos entre la sobrecualificación y la infracualificación de nuestra juventud, en suma, en invertir en capital humano y, a la par, en reconocer, en esta hora, la importancia del capital tecnológico.
En fin, más que lamentarnos por nuestra suerte y afligirnos es el momento de reaccionar, admitiendo las cosas que no se han hecho bien, los errores que hemos cometido, aprendiendo de las experiencias, asimilando las enseñanzas de los fracasos y sabiendo vislumbrar en el horizonte cómo es el futuro. No se trata de que simplemente esperemos a que llegue ese futuro a nuestras vidas, sino que seamos nosotros quienes lo escribamos y construyamos. Para ello, conviene fijarse en los líderes económicos, en las empresas que en plena tormenta siguen navegando con firmeza y en los países que van superando los escollos y manejan un eficiente cuaderno de bitácora.