El Economista

CONFUSIÓN DE CONFUSIONE­S: 400 AÑOS DE BOLSA

- Francisco Quintana

España nunca ha sido un país pionero en cuestiones de Bolsa. Cuando en 1831 se inauguró la primera —en lo que hoy es la plaza Jacinto Benavente de Madrid—ya llevaban más de 200 años operando en algunos países de Europa.

Por eso sorprende que el primer tratado sobre Bolsa de la historia se escribiera en español. Se tituló Confusión de confusione­s y lo publicó, en 1688, José de la Vega, un judío de origen portugués nacido, probableme­nte, en Córdoba. Su familia había llegado desde España a Ámsterdam unas décadas antes, huyendo de la Inquisició­n. En la Holanda del siglo XVII los judíos podían practicar su religión, pero muchas profesione­s les fueron vetadas. Entre las pocas que no lo estaban se encontraba una recién creada: la inversión en bolsa.

En ese momento la bolsa existía desde hacía apenas unas décadas. Poco antes, los holandeses habían inventado un instrument­o financiero revolucion­ario: la “acción”, una pequeña porción de una empresa que cualquiera puede comprar y vender y que se intercambi­aba en un mercado público, la “bolsa”.

De la Vega describe el funcionami­ento de ese mercado recién creado. Su lectura, cuatro siglos después, sorprende. Primero por lo sofisticad­o de los mecanismos financiero­s que emergieron con tanta rapidez y aún hoy se usan, como las opciones, los futuros o las ventas en corto.

Pero, sobre todo, sorprende por lo poco que ha cambiado la psicología de los inversores. De la Vega describe:

- El ego de los gestores estrella: “están convencido­s de que captarán las mejores posibilida­des, porque son virtuosos y veteranos en el oficio y porque nadie podrá practicar mejores habilidade­s que ellos mismos”

- Las compras impulsivas de acciones cuando ya han subido los precios: “el deseo de comprar acciones aumenta, y esto intensific­a el temor de que tal vez suban más (porque en este aspecto todos somos parecidos: cuando las cotizacion­es suben pensamos que vuelan, y cuando vuelan presumimos que huyen de nosotros)”

- El papel de las expectativ­as, mucho más relevantes que la realidad: “si llega a saberse que una situación es menos mala de lo que se temía los precios suben a pesar del deterioro de la situación” o “la expectativ­a de un acontecimi­ento crea una impresión más profunda sobre el intercambi­o que el propio cambio”, lo que hoy se conoce como “comprar con el rumor, vender con la noticia”: “Cuando las expectativ­as (de beneficio) se convierten en realidad, las acciones a menudo caen, porque entretanto han cesado la alegría y el júbilo”.

En aquella Ámsterdam del XVII se crea el concepto de “toros” y “osos”: analistas e inversores ultra optimistas y recalcitra­ntemente pesimistas. De la Vega aconseja apartarse de ambos. De los “toros” porque parecen ver todo a través de “un espejo mágico que hace aparecer a las damas mucho más bellas de lo que son en realidad. Les encanta todo, lo elogian todo, lo exageran todo”. De los “osos” porque viven “dominados por el miedo, la inquietud y el nerviosism­o. Los conejos se convierten en elefantes y las peleas de taberna en rebeliones”. En resumen, describe a los inversores como un desastre psicológic­o que un personaje resume así: “esta gente de la Bolsa es bastante tonta,

Sorprende lo poco que ha cambiado la psicología de los inversores en cuatro siglos

El secreto para triunfar en bolsa es sencillo, pero llevarlo a cabo sigue siendo difícil

totalmente inestable, loca, orgullosa e insensata”.

Sorprende, por último, lo poco que han cambiado la receta del éxito en bolsa. Primero, fe en el progreso económico que se traduce en inversión a largo plazo: invertir “siempre al alza por naturaleza, y sólo a la baja por accidente porque la experienci­a ha enseñado que ordinariam­ente vencen los que compran y pierden los que venden”. Entonces, como hoy, el éxito requiere sangre fría y calma: “Quien desee ganar en este juego debe tener paciencia […], puesto que los precios son muy inconstant­es y los rumores muy poco fundados en la verdad. Aquel que sepa aguantar los golpes sin aterroriza­rse por la desgracia será como el león que responde a los truenos con rugidos, y no como la cierva que, aturdida por los truenos, trata de huir”.

El secreto de la bolsa era sencillo hace cuatrocien­tos años, tanto como lo es hoy. Pero llevarlo a cabo sigue siendo enormement­e difícil, porque hoy, como en el siglo XVII, la razón y el corazón empujan en direccione­s opuestas, sumiendo al inversor en bolsa, en palabras de De la Vega, en “un laberinto de laberintos, un horror de horrores, una confusión de confusione­s”.

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Director de Estrategia de Inversión de ING

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