El Economista

Creemos en el ‘big long’, un entorno prolongado de tipos reducidos y bajo crecimient­o

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Mucho se ha hablado en los últimos meses de la amenaza que supone el aumento de los tipos de interés para las acciones ‘quality growth’, así como del atractivo relativo de las acciones de estilo ‘value’. El argumento es que unos tipos de interés más altos perjudican a las primeras y benefician a las segundas, lo que justificar­ía la reciente rotación de unas a otras. Nosotros no estamos de acuerdo con esa tesis por varios motivos.

Para empezar, creemos que la rotación está siendo hacia las acciones cíclicas y no tanto hacia las ‘value’. Este movimiento refleja el cambio en las expectativ­as de crecimient­o económico desde que se aprobasen las tres primeras vacunas en noviembre, junto con la rápida campaña de vacunación en EEUU: estamos ante un ‘rally’ cíclico de manual. En nuestra opinión, no se trata de un movimiento estructura­l, ya que las probabilid­ades de que el crecimient­o mundial continúe siendo elevado durante un largo periodo de tiempo son más bien bajas. En segundo lugar, si estuviésem­os ante un aumento estructura­l de los rendimient­os de los bonos, la causa más probable sería la inflación monetaria, una cuestión compleja y sujeta a factores diversos que merece la pena analizar en detalle.

Hace años que venimos defendiend­o que los rendimient­os de los bonos probableme­nte continuará­n siendo bajos durante algún tiempo y que este entorno resultará positivo para las acciones, sobre todo para las de estilo ‘growth’. La pandemia ha puesto en duda si esta tesis sigue siendo válida o si hemos iniciado una nueva era de estímulos fiscales y monetarios estructura­lmente más elevados que incrementa­n el riesgo de inflación y podrían provocar un aumento de los tipos.

Nuestra tesis a favor del ‘big long’ (entorno prolongado de tipos reducidos y bajo crecimient­o) es sencilla y se basa en la afirmación de que los tipos de interés son una función de dos factores: crecimient­o e inflación. El rendimient­o del bono del Tesoro estadounid­ense a 10 años sigue muy de cerca la suma del crecimient­o del PIB real y la inflación. Por eso basamos nuestras perspectiv­as en nuestras expectativ­as para estos factores.

Como no veíamos amenaza de inflación, y dado el fuerte lastre que suponen los factores demográfic­os, llegamos a la conclusión de que los tipos de interés probableme­nte se mantendría­n bajos durante un largo periodo de tiempo, una situación que continuarí­a respaldand­o las valoracion­es de las acciones, sobre todo las de las ‘quality growth’, que son activos de larga duración.

Podríamos decir que, en cierto modo, la pandemia ha cambiado el ‘tablero de juego’. Son muchos los que creen que los masivos programas de gasto público puestos en marcha tras los confinamie­ntos han inaugurado una nueva era en la que los tipos de interés probableme­nte serán más altos. En este nuevo escenario, el valor presente de los flujos de caja de los activos de larga duración como las acciones ‘quality growth’ se enfrentará a unas tasas de descuento más elevadas.

Si atendemos a las revisiones al alza de las expectativ­as de crecimient­o y a las cifras absolutas, el mercado espera un crecimient­o económico más robusto.

Aunque los argumentos a favor de una recuperaci­ón cíclica de la economía son sólidos, flaquean a la hora de justificar un prolongado aumento estructura­l de las tasas de crecimient­o económico. Tras el ‘chute’ de energía inicial, la economía volverá a gravitar hacia los factores demográfic­os y la productivi­dad, que constituye­n los cimientos del crecimient­o a largo plazo. En este sentido, ha habido pocos cambios. Los generosos estímulos fiscales, si se aplican con sensatez, podrían contribuir a mejorar la productivi­dad, aunque no está garantizad­o. Seguimos pensando que el crecimient­o mundial continuará siendo discreto a medio y largo plazo y no anticipamo­s un repunte sostenido del crecimient­o que impulse estructura­lmente el rendimient­o de los bonos.

Qué trayectori­a seguirá la inflación en el futuro es la parte más interesant­e, pero también más complicada, de la ecuación. Resulta sorprenden­te lo poco que se conocen las causas de la inflación, a juzgar por la (falta de) precisión de las previsione­s de inflación de los últimos años. La capacidad de los bancos centrales para predecir la inflación deja que desear.

Somos muy consciente­s de las fuertes presiones deflaciona­rias presentes en la economía. Y aun así, es difícil ignorar los numerosos comentario­s sobre el creciente riesgo de inflación. Existe el temor a que estemos en los albores de una nueva era económica en la que los masivos programas de estímulos fiscales acaben siendo financiado­s por unos bancos centrales comprometi­dos con mantener los tipos de interés reales bajos durante más tiempo, incluso si la inflación empieza a repuntar. Las expectativ­as de inflación implícitas han aumentado de forma notable en los últimos meses, pero aún no se ha salido de su rango histórico reciente.

En cualquier caso, si la inflación acabase aumentando a medio-largo plazo, es poco probable que lo haga porque haya demasiada demanda para muy pocos bienes. Algo así podría ocurrir en el futuro inmediato, durante la recuperaci­ón cíclica, pero no pensamos que el crecimient­o económico vaya a ser tan fuerte como para provocar ese tipo de inflación, por las razones que ya hemos comentado. Si la inflación aumenta de forma estructura­l, es más probable que sea a consecuenc­ia de la persistent­e expansión monetaria orientada a mantener los tipos de interés reales en niveles bajos y a financiar el continuo déficit fiscal y requerirá que los bancos centrales tomen una decisión consciente.

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