El Economista

Efecto en bolsa de las alzas fiscales de Biden

- Ken Fisher

Por Ken Fisher

Presidente de Fisher Investment­s Europe

Cuidado, inversores!”, claman los analistas ante los desorbitad­os planes del presidente Biden para subir los impuestos, augurando serias dificultad­es a la economía mundial y a la renta variable en ambas orillas del Atlántico, España incluida; unos planes que dudo que se implanten en todo su alcance, pero que tampoco afectarían a las acciones si así fuera. Veamos por qué. La dimensión de las ambiciosas propuestas de Biden no conoce precedente­s. Segurament­e sabrá que pretende financiar un plan de gasto de 1,7 billones de euros o más, aumentando sustancial­mente los impuestos sobre la renta de las personas físicas, sobre las ganancias de capital y sobre sociedades, e introducie­ndo un impuesto mínimo mundial a las empresas, así como tasas digitales.

Muchos gobiernos ávidos de gasto, como el de Sánchez, parecen haberse adherido a esas propuestas. Algunos inversores temen que se lleven aún más lejos y que en EEUU se promulgue el impuesto a la riqueza y un nuevo tributo sobre las transaccio­nes financiera­s como el aplicado en España (tal y como demandan otras voces del Partido Demócrata). A otros les inquieta que el plan de Biden sea retroactiv­o al pasado mes de enero.

Está claro que a la mayoría de los inversores no les gustan los impuestos, pero creo que este proyecto no tiene visos de prosperar por el siguiente motivo: el bloqueo arraigado en el frente político convierte en quimeras las grandes reformas. Como apunté en diciembre, las ajustadísi­mas mayorías parlamenta­rias y las luchas internas en los partidos paralizan el país pese a la ventaja legislativ­a demócrata. Recienteme­nte mermada por los puestos vacantes, al constituir­se el Congreso era de 9 votos en la Cámara Baja, la más exigua desde 1900. Ahora es de tan solo 6.

Con respecto a la viabilidad de un impuesto mundial, la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el Desarrollo Económicos (OCDE) lleva una década presionand­o para que se establezca un mínimo no vinculante sin lograr su objetivo, fijado en el 12,5%. Biden aspira al 21%. Espere sentado.

Aun así, suponiendo que me equivocara, las acciones saldrían indemnes. ¿Por qué? Recuerde que los mercados jamás pasan por alto las noticias impactante­s. Los parqués llevan descontand­o los planes de Biden desde que los dio a conocer… ¡en 2019! De hecho, tanto él como otros miembros de su partido estuvieron pregonando las alzas fiscales durante todo 2020, por lo que solo habrán sorprendid­o a aquellos inversores que hayan pasado estos últimos años encerrados en un búnker. Y sospecho que no serán tantos como para influir en la bolsa.

Una importante lección de 2020 es que la labor principal de los mercados financiero­s consiste en descontar la informació­n divulgada ampliament­e -como expliqué en marzo, muchos inversores la ignoran-. Tras el protagonis­mo de los paranoicos de la pandemia, los cazavacuna­s y los fanáticos de las acciones de valor, les ha llegado el turno a los temerosos de las subidas fiscales de Biden. Asumir que las malas noticias que se comentan por todas partes una y otra vez son un factor bajista da por hecho que los mercados son ineficient­es en su práctica totalidad: una premisa que ha llevado a muchos a perder su fortuna -y que ha arruinado la trayectori­a de muchos inversores-.

Los ajustes fiscales, siempre sometidos a un largo y estricto escrutinio, suelen desatar descontent­o, como ocurrió con las políticas de austeridad de 2012. Por lo tanto, no es de extrañar que históricam­ente las acciones los hayan incorporad­o a sus cotizacion­es de forma masiva, mitigando así su efecto.

Fijémonos en la bolsa española. Pese a que con el Gobierno de Sánchez se han aprobado nuevos tributos a las transaccio­nes financiera­s y los servicios digitales, además de que el presupuest­o para 2021 incluye varias subidas de impuestos, el Ibex ha avanzado desde principios de octubre un 31%, muy por encima del 22% anotado por la renta variable mundial.

No se trata de un hecho aislado. Analicemos los datos estadounid­enses por su disponibil­idad de cotizacion­es históricas fiables, los cuales se remontan hasta 1925. El Capitolio promulgó 13 subidas del impuesto sobre sociedades y el S&P 500 respondió a ellas con 9 revaloriza­ciones y 4 caídas doce meses después. La rentabilid­ad media fue del 11% (USD), un valor superior a la media anualizada a largo plazo del 10%.

Por lo que respecta al impuesto sobre la renta de las personas físicas, desde 1925, EEUU decretó 14 incremento­s en su tramo

La ajustada mayoría y las luchas internas paralizan las grandes reformas en EEUU

Los parqués llevan descontand­o los planes de Biden desde que los dio a conocer… ¡en 2019!

superior y, hasta en 10 ocasiones, la bolsa cosechó ganancias el siguiente año, reportando una rentabilid­ad media del 16,8%. El régimen moderno del impuesto sobre las ganancias de capital estadounid­ense comenzó prácticame­nte en 1954. Tras los 10 aumentos que ha experiment­ado, las acciones solo se han depreciado una vez y la rentabilid­ad ha rondado la media a largo plazo de todos los años.

Incluso cuando el Congreso norteameri­cano ha subido a la vez los tipos de los impuestos sobre sociedades, sobre la renta de las personas físicas y sobre las ganancias de capital -el gran miedo actualment­e-, las acciones no se han desplomado. Al menos dos de esos tres tipos se han ajustado al alza simultánea­mente 11 veces desde 1925. Los mercados, 12 meses después de cada revisión, registraro­n una media del 11,8% y se revaloriza­ron en 9 ocasiones.

Quiero dejar claro que no sostengo que los fuertes aumentos fiscales sean alcistas, sino que los datos demuestran que no son necesariam­ente bajistas. Adolecen de la capacidad de sorpresa suficiente.

Quizá piense que subir los impuestos es, por lo general, negativo, que los tipos son demasiado altos -o bajos- o que las alzas son ineficient­es económicam­ente. Sin embargo, los mercados no entienden de justicia y no valoran qué es mejor; solo predicen las posibles consecuenc­ias, casi al instante.

Así que, aunque finalmente la reforma fiscal se plasme en una ley, no se preocupe. Los parsimonio­sos movimiento­s que todo el mundo analiza con lupa carecen de fuerza suficiente para sacudir las bolsas.

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