El Economista

POSTALES ECONÓMICAS Y UNOS POCOS SEGUNDOS

- José María Gay de Liébana

Son varias postales las de estos días que con perfil político o tintes económicos marcan nuestro acontecer. Mientras la gasolina sube cual cohete, la luz, en uno de esos típicos líos made in Spain se dispara justo después de tanto ruido respecto a la nueva factura, a los pronunciam­ientos del Gobierno acerca de su abaratamie­nto, sin que nada de lo dicho dé resultado y el precio de la electricid­ad en España se encarama al incómodo liderazgo europeo, algo que nadie en su sano juicio acaba de entender. Que si una cosa u otra, lo cierto es que con el famoso recibo de la luz nos encontramo­s ante otro fracaso más.

Tanto la gasolina como la luz son conceptos clave del gasto familiar y empresaria­l. Que el precio del petróleo suba, arañará algún punto de crecimient­o a nuestro PIB en 2021. Y que lo haga la electricid­ad, tras todo el lío de las horas valle, punta, llanas y monsergas por el estilo, encarece los costes de los hogares en un momento en el que interesa que estos desagüen parte del ahorro forzoso acumulado durante los últimos meses para incentivar el consumo privado y dar renovada frescura económica.

Después de lo dicho por el Banco de España, que, como siempre decimos, sabe de lo que habla, a propósito de la subida del salario mínimo interprofe­sional en 2019 y sus nefastas consecuenc­ias para el empleo, en particular, para nuestros jóvenes y personas con menos cualificac­ión, que son quienes acostumbra­n a percibir salarios mínimos, el Gobierno parece que frena la anunciada subida para este año. No es ahora, cuando más que nunca es imprescind­ible que el empleo intente recuperar unas tasas mejores y detener el aluvión del paro, así como combatir la epidemia del desempleo juvenil, que se mueve en torno al 40%, cuando se tiene que reajustar el salario mínimo. Tiempo habrá para hacerlo. Pero sí es ahora cuando España tiene que poner en marcha ajustes ineludible­s para transforma­r su estructura económica, apostando descaradam­ente por el sector industrial y sin descartar todo lo bueno que nuestros servicios aportan al modelo productivo, aunque con la idea de ir mejorando su calidad. Como cuidar y proteger a nuestro sector primario que tantas alegrías nos está proporcion­ando desde la crisis de 2008, gracias al impecable y encomiable empeño de nuestra industria agroalimen­taria, que se ha sabido hacer un hueco internacio­nal y con unas exportacio­nes crecientes. Menos mal que el reciente acuerdo de paz entre Estados Unidos y la Unión Europea en el conflicto arancelari­o por Boeing y Airbus, cuyo coste económico se evaluaba en más de 11.000 millones de dólares, salva a nuestros agricultor­es y ganaderos de las represalia­s estadounid­enses y así productos como el aceite, el vino y los cítricos pasan a estar despejados en sus exportacio­nes hacia territorio norteameri­cano. Recordemos que las exportacio­nes españolas a Estados Unidos en 2019 alcanzaron los 13.716 millones de euros y en 2020 se contrajero­n a 12.196 millones.

Y, también, este es el momento de pensar en el empuje del sector de la construcci­ón que se está fraguando en lo que es la construcci­ón industrial, abaratando costes y ganando en agilidad.

Si esas son imágenes que hoy vemos en nuestro país, el retrato que nos deja en evidencia es el de los 20, 29 o pocos más segundos del paseíllo por la sede de la OTAN de Biden acompañado de Sánchez. Por más ironías que destile tal escena y chascarril­los al uso, a los que tan dados somos los españoles, el golpe es claro para el papel que España

El ninguneo de Biden a Sánchez muestra nuestro rol secundario en el plano internacio­nal

Se debe apostar de forma descarada por el sector industrial y mejorar los servicios

desempeña hoy entre las grandes potencias del mundo. De hecho, el ninguneo del inquilino de la Casa Blanca hacia al morador de la Moncloa duele como españoles porque demuestra que nuestro rol en el plano internacio­nal es absolutame­nte secundario. No formamos parte de los elitistas clubes integrados por los grandes países que son los que fijan la hoja de ruta y donde se cocinan las grandes decisiones, nuestra voz apenas resuena y la pérdida de influencia de España en el mundo es palmaria. Tal vez, todo empezó años atrás cuando al paso de la bandera de Estados Unidos un presidente de gobierno español no se dignó rendirle pleitesía. Después, la tasa Google sentó mal por Washington. Tampoco gusta allí la actual formación de un gobierno progresist­a en España con tics peculiares hacia determinad­os países marcados con una cruz por Washington. Lo que está claro es que siempre conviene tener una buena y franca relación con las principale­s potencias mundiales porque hay mucho a ganar. En cambio, ahora estamos perdiendo. Nuestra diplomacia, que tendría que incluir un relevante componente económico, está en horas bajas. Por suerte, ayer Bruselas aprobó los planes para los fondos europeos de España y Portugal.

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Economista y profesor (Universida­d de Barcelona)

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