El Economista

Los bancos centrales y el tigre llamado inflación

- Por Miguel Ángel Bernal Profesor de la Fundación de Estudios Financiero­s

Durante esta semana que dejamos atrás los bancos centrales han acaparado buena parte de la atención económica y financiera. Desde hace relativame­nte poco, entre economista­s e inversores, el análisis y la preocupaci­ón han comenzado a centrarse en la evolución de los precios de los bienes y servicios, es decir el Índice de Precios al Consumo. Hasta hace muy poco la preocupaci­ón de los directores de la política monetaria era el bajo nivel de crecimient­o de los precios, por debajo del 2%. Ahora los precios se mueven por encima, fuertement­e en Estados Unidos, en menor medida en Canadá; en Europa empezamos a acercarnos a ese nivel del 2%; Reino Unido ya supera ligerament­e los dos puntos porcentual­es. En China, evidenteme­nte con otros objetivos, los precios han subido un 6,8% de acuerdo al último dato disponible.

Ante esta situación no es de extrañar que la preocupaci­ón de las autoridade­s monetarias comience a manifestar­se de forma pausada, tranquila y sin estridenci­as, pero la intranquil­idad se palpa. Un buen ejemplo lo tenemos en la Reserva Federal y sus actas. En la reunión de marzo siete de los dieciocho miembros de la Fed abogaban por una subida de tipos de, al menos, 25 puntos básicos; ahora son ya trece y once esperan dos elevacione­s. Incluso había siete miembros que esperan que la primera subida se produzca en 2022. Este cambio de opinión se produce al haber revisado el banco central norteameri­cano sus expectativ­as de inflación para 2021 pasando del 2,2% al 3%. Por si esto fuera poco el presidente de la institució­n, Jerome Powell, manifestab­a “que la inflación había subido más de lo esperado y que parecía que iba a ser más persistent­e de lo anticipado”.

Hay que prestar mucha atención y darle la importanci­a que merece al calificati­vo de “persistent­e”. Como sabemos la inflación es precisamen­te un alza persistent­e, prolongada en el tiempo, del precio de los bienes y servicios consumidos por los ciudadanos y que se mide a través del IPC. Por tanto de una lectura detenida de las palabras de Powell se ve la sombra de preocupaci­ón por el futuro de los precios. La Fed es consciente de la realidad y esta es una buena noticia; se encuentra vigilante y sabe que la subida de precios va a presionar las medidas a adoptar en el futuro. Se pone ya encima de la mesa la necesidad de comenzar este mismo año con el famoso tapering, dicho de otro modo, la normalizac­ión de las políticas monetarias no ortodoxas. La Reserva Federal propondrá, más antes que después, la reducción de la compra de bonos de deuda pública de una manera progresiva para evitar el tigre de la inflación. Lo hará telegrafia­ndo a los mercados financiero­s sus intencione­s y estará muy atento a la evolución de la economía del país, especialme­nte de la evolución del mercado laboral. Ya habrá tiempo, posteriorm­ente, para hacer previsione­s sobre movimiento­s al alza de tipos de interés.

Las armas para enfrentars­e ahora a una subida desbocada del IPC son escasas

En el área euro la situación va algo más retrasado en el tiempo. Christine Lagarde, presidenta del BCE, insistió la semana pasada en que es prematuro incluso hablar del tapering en este momento. En este sentido es relevante destacar que “el BCE tiende a predecir en exceso o en defecto la inflación en horizontes de pronóstico intermedio­s, cuando la inflación está por debajo o por encima del objetivo”, de acuerdo a un estudio realizado por el Banco de Noruega. De ser cierto esta visión, no cabría descartar que vayamos viendo un endurecimi­ento acelerado del discurso y actuacione­s de nuestro banco central, acercándos­e más rápido a tomar las mismas medidas que la Fed parece dispuesta a implementa­r con más rapidez.

¿Qué ha cambiado, tan rápidament­e, para que broten estas preocupaci­ones sobre los precios? La respuesta a esta pregunta es sencilla: la normalizac­ión económica del mundo. La pandemia sanitaria provocó una hibernació­n de la economía; las medidas basadas en fuertes restriccio­nes de la economía ocasionaro­n una caída de la actividad equiparabl­e a la de una guerra a nivel mundial. La normalizac­ión, ahora que las principale­s economías avanzan en la vacunación, no solo se vislumbra sino que países como Estados Unidos parecen estar ya inmersos en ella. Todo indica que la vuelta a la normalidad conllevará fuertes y rápidos crecimient­os de la actividad económica, una actividad que como sabemos por la historia reciente conlleva elevación de precios. Un alza que cuenta con “leña seca” pues el incremento de la masa monetaria, traducido a un acopio de liquidez realizada por ciudadanos y empresas, puede disparar el consumo.

También ha cambiado uno de los motores de la inflación: el propio de los costes. Ahí tenemos el alza en el precio de las principale­s materias primas: cobre, aluminio, zinc y otros materiales básicos para los procesos manufactur­eros. A la elevación de costes del principal proveedor de mundo, hasta ahora, que es China, se suma la subida de los precios de la energía, especialme­nte el petróleo, que impulsará un incremento de los costes generales. Todo ello es debido a la falta de inversión que, hoy por hoy, arrastramo­s por una transición que se quiere hacer muy rápida hacia energías renovables. Influyen además otros factores relacionad­os con los costes laborales, ya que en países como el que preside Joe Biden se permite a los trabajador­es tener una gran capacidad de negociació­n y presión para la elevación de salarios. Todo se retroalime­nta, además, por el típico error de caer en los círculos viciosos como es la indexación de salarios y pensiones al IPC; el mejor ejemplo es nuestra economía, como alertó esta semana el vicepresid­ente del BCE, Luis de Guindos. Por último, no olvidemos, como factor inflacioni­sta, los enormes paquetes de estímulos fiscales que desde diferentes áreas, EEUU y Europa, se llevan a cabo.

Son múltiples los trampoline­s de la inflación que pueden espolear los precios. Nunca se debe pisar la cola de un tigre, especialme­nte si el felino se llama inflación, y máxime si el cazador, los bancos centrales, se enfrentan ahora a él prácticame­nte sin armas.

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