El Economista

LA ESTANFLACI­ÓN Y LA ORQUESTA DEL TITANIC

- Tomás Gómez Franco

Desde la caída del Sistema Monetario Internacio­nal en 1975, hemos vivido ocho crisis mundiales, una cada seis años de media. Es una de las consecuenc­ias de la globalizac­ión. Bien podríamos decir que vivimos en crisis permanente con cortos periodos de recuperaci­ón.

La pandemia cayó como un jarro de agua fría cuando se empezaba a ver la luz después del túnel de la crisis financiera de 2008. Las autoridade­s monetarias pulsando el botón de la impresión de billetes, siguiendo el manual de teoría económica, adoptaron medidas de estímulo entendiend­o que el crecimient­o del PIB estaba por debajo de su nivel potencial y se necesitaba un revulsivo.

En realidad, fue un problema de percepción del BCE. Con la crisis del Covid, los precios bajaron porque disminuyó el consumo debido a las medidas de confinamie­nto, la demanda no necesitaba más estímulo que la vuelta a la libertad de consumo en condicione­s de seguridad para la salud.

El encarecimi­ento de las materias primas causado por las tensiones en la cadena de suministro­s y el exceso de oferta monetaria se han ocupado del resto.

En cuanto al crecimient­o económico, los datos hacen saltar las alarmas. EEUU ha tenido un trimestre de crecimient­o negativo del 0,4% en el primer trimestre de 2022. Más allá de si es consecuenc­ia de la variable ómicron o si se trata de algo más irreversib­le, la economía siempre tiene un componente especulati­vo y se mueve según las expectativ­as y los datos norteameri­canos tienen efectos mundiales.

Pero la región más vulnerable es la zona euro. Se ha producido una tormenta perfecta en la que la guerra de Ucrania y las sanciones a Rusia son factores determinan­tes. Han bloqueado el suministro de gran parte de las necesidade­s de materias primas satisfecha­s con importacio­nes energética­s rusas. La consecuenc­ia es una caída en la producción.

Los dos hechos sumados, política monetaria expansiva y la guerra, solo tienen una consecuenc­ia: estanflaci­ón.

Por otra parte, la duración de la guerra es incierta y, aunque las previsione­s de organismos, como el Banco Mundial, es que no durará mucho, el análisis de Fondos de Inversión,

como BlackRock que mueve un patrimonio equivalent­e a diez veces el PIB español, vaticinan un prolongami­ento que tendrá un efecto exponencia­l sobre los precios.

En este escenario, la disyuntiva a la que se enfrentan los Bancos Centrales es subir los tipos de interés de manera drástica y controlar la inflación o suavizar las medidas restrictiv­as para que la actividad económica recupere la inercia perdida desde el 2020.

Una subida importante de los tipos de interés produciría, sin duda, el cierre de numerosas empresas que no soportaría­n los costes financiero­s. Ni qué decir tiene que, por ejemplo en el caso español, los efectos sobre los intereses dejarían al Estado en una situación de crecimient­o de los pagos de deuda pública en varios miles de millones de euros que le obligaría a medias drásticas en lo que se refiere a gasto público y, probableme­nte, subida de impuestos.

Si la opción es la subida moderada de los tipos, se corre el riesgo de que sea insuficien­te.

Voces cualificad­as, como la del expresiden­te de la Fed, Bernanke, han predicho estanflaci­ón para 2023 y ha apuntado como un error la política de tapering gestionada por la autoridad monetaria por insuficien­te y tardía.

En España, la situación, a pesar de liderar el crecimient­o económico de la eurozona con un pírrico 0,1% por encima de Alemania que ha esquivado milagrosam­ente un crecimient­o negativo del PIB, se va a ver aderezada con los procesos de negociació­n colectiva entre sindicatos y patronal.

Desde 1973 es sabido que el control de la estanflaci­ón tiene como condición necesaria para su control la moderación salarial. Otra cuestión es si los sindicatos están en condicione­s de volver a hacer un agujero para apretar más el cinturón de los asalariado­s, que han perdido entre 2008 y 2019 algo más del 6% de capacidad adquisitiv­a y si el gobierno está dispuesto a un enfrentami­ento con los funcionari­os controland­o la subida salarial.

No hay que olvidar que estamos en un año electoral y que los aires de cambio agobian al Ejecutivo. La reticencia a reconocer el riesgo real de estanflaci­ón y a tomar medidas para paliarlo son evidentes.

Además, en política, el efecto Titanic es una tentación, esto es, que la orquesta siga tocando como si nada ocurriese. Ahora bien, tocar medidas correctas tarde equivale a que sean erróneas y esto vale para los gobiernos y para los Bancos Centrales.

Desde 1975, vivimos en crisis permanente con cortos periodos de recuperaci­ón

La moderación salarial es una condición necesaria para evitar más problemas

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