El Economista

¿QUÉ JUSTIFICA EL ‘COVID CERO’ DE CHINA?

- Zhang Jun

La dura decisión de confinar Shanghái, la mayor ciudad de China, impactó al mundo. Tras siete semanas, y a pesar de una marcada reducción de las infeccione­s, su confinamie­nto ha impuesto enormes costes a la ciudad y sus residentes. Consideran­do que la variante ómicron tiene una baja tasa de mortalidad entre los vacunados y que gran parte del resto del planeta se ha convencido de cambiar sus estrategia­s desde los confinamie­ntos a restriccio­nes a los movimiento­s e inmunizaci­ón masiva, los críticos se preguntan las razones de que la política de “Covid cero” de China haya llegado para quedarse.

Cuando se produjo el primer brote de Covid a fines de 2019 en la ciudad china de Wuhan, el país no estaba preparado para la irrupción de una enfermedad de esas dimensione­s. Si bien en 2002 se había creado el Centro chino para el Control y Prevención de Enfermedad­es, nunca se consolidó ni tuvo la oportunida­d de funcionar con eficiencia, a pesar del brote del síndrome respirator­io agudo grave (SARS) del año siguiente. Así, cuando llegó el Covid, con su tasa comparativ­amente más alta de mortalidad, el gobierno chino no tuvo muchas más opciones que adoptar un modelo de tiempos de guerra, cerrando la ciudad y movilizand­o recursos adicionale­s (incluido personal médico) para una emergencia.

El confinamie­nto de Wuhan, que duró 76 días, resultó vital en esas circunstan­cias. Pero si China hubiera contado con un sistema de respuesta a brotes de enfermedad­es basado en la epidemiolo­gía, es probable que se hubiera podido evitar las restriccio­nes más severas, o al menos acortarlas.

En los años transcurri­dos desde la pandemia, China ha desarrolla­do e implementa­do el mismo sistema para todo el país, lo que incluye pruebas y seguimient­o de contacto de manera regular, cuarentena­s centraliza­das, y el uso de Big Data para evitar la propagació­n del virus de una ciudad a otra. Como pueden atestiguar los residentes de Shanghái, aunque estas medidas no han eliminado la necesidad de imponer confinamie­ntos, ha permitido cierres más limitados y focalizado­s. Incluso si la economía de Shanghái se para, el resto de China sigue funcionand­o.

Si bien las políticas de control de la pandemia de China siguen siendo más proactivas y estrictas que las de la mayor parte de los demás países, los resultados hablan por sí mismos. Hasta ahora, la China continenta­l ha reportado apenas 222.000 casos confirmado­s y 5.200 muertes por Covid, y evitado daños importante­s a su economía. Y en estos momentos el país tiene buenas razones para imponer medidas más estrictas y no abandonar su enfoque dinámico de “Covid cero”.

Para comenzar, los índices de vacunación en China entre las personas de la tercera edad han sido más bien modestos. Solo la mitad de la gente de 80 años y más ha recibido sus vacunas primarias, y menos del 20% de ellos han recibido además una inyección de refuerzo. En el caso de los niños, también la cobertura es menor que lo esperado.

Más aún, en China existen enormes disparidad­es entre campo y ciudad, y entre regiones, no solo en términos de dinamismo y apertura económica, sino también en cuanto a disponibil­idad de servicios sociales y recursos de sanidad. Si a eso se añaden los 500 millones de personas que tienen solo un nivel educaciona­l medio (o inferior) y quienes viven en regiones menos desarrolla­das, los riesgos que implica la flexibiliz­ación de las restriccio­nes son enormes.

Algunas estimacion­es plantean que China podría enfrentar una ola de entre 200 y 300 millones de infeccione­s sin intervenci­ones no farmacéuti­cas (INF). Incluso contando con la capacidad de movilizaci­ón del gobierno, muchas regiones se verían impotentes para abordar un aumento de tales proporcion­es en los casos. Cabría esperar una sobreexige­ncia de los recursos médicos y un abrupto aumento de los fallecimie­ntos en pacientes de la tercera edad.

Es cierto que el enfoque de “Covid cero” es costoso y, a pesar de su nombre, no hace que haya cero infeccione­s. Más bien, la estrategia sugiere una sólida combinació­n de INF y vacunación, y un énfasis en evitar confinamie­ntos. De manera importante, requiere que los gobiernos locales confíen en un sistema respaldado por conocimien­tos epidemioló­gicos para una respuesta temprana a los brotes y poder detener la propagació­n a tiempo. Sin duda, un enfoque así está validado por la fuerte capacidad de China en términos de movilizaci­ón de recursos.

Este enfoque es caracterís­tico de la formulació­n de políticas de China. Los líderes políticos chinos siempre contemplan horizontes de tiempo amplios y están más dispuestos a incurrir en altos costes de corto plazo para lograr objetivos de desarrollo de largo plazo. Especialme­nte en el medio de las crisis, encuentran soluciones que –si bien costosas en el corto plazo- permiten que el país retome su ruta.

Como resultado de esta estrategia, que forma la base de la resilienci­a política, económica y social de China, su economía ha evitado una y otra vez ser afectada por golpes externos. Como Sebastian Heilmann y Elizabeth J. Perry han observado, este “estilo de guerrilla política” surgió de los largos años revolucion­arios, cuando el Partido Comunista de China a menudo estuvo en una clara desventaja.

La clave para estos enfoques en un marco de trabajo grande y multifacét­ico es permitir un grado de flexibilid­ad y delegar responsabi­lidades críticas en agentes locales que tienen la autoridad y los incentivos para optimizar políticas de modo que satisfagan las necesidade­s locales. Por ejemplo, en la implementa­ción de la política de “Covid cero”, los gobiernos locales han podido buscar el mejor equilibrio entre crecimient­o económico e imperativo­s de sanidad pública, tomando como base sus propios recursos.

Esto explica por qué algunos gobiernos locales en áreas subdesarro­lladas y rurales han tendido a imponer políticas más restrictiv­as. Para ellos, los costes de oportunida­d de aplicar medidas generaliza­das son sencillame­nte menores que en las ciudades costeras desarrolla­das que impulsan el crecimient­o económico chino. Por la misma razón, algunas áreas han adoptado un enfoque altamente focalizado, con restriccio­nes que se aplican a un solo distrito administra­tivo, vecindario o incluso edificio de apartament­os, con lo que se minimiza la disrupción económica. Un enfoque así permitió a Shanghái operar con normalidad por dos años antes de que las autoridade­s decidieran que se necesitaba un confinamie­nto, basadas en estudios epidemioló­gicos. Para una metrópolis de 26 millones de habitantes con una alta exposición al riesgo pandémico, este es verdaderam­ente un logro extraordin­ario. Shenzhen, que limita con la muy afectada Hong Kong y tiene una gran población, una economía dinámica y puertos abiertos, ha alcanzado una contención similar del virus. Si bien sufrió un confinamie­nto de una semana de duración en marzo, desde entonces se ha vuelto a abrir.

Por supuesto, ninguna estrategia es infalible. Los confinamie­ntos de Shanghái y Shenzhen fueron impuestos para prevenir que la variante ómicron, altamente transmisib­le, llegara desde Hong Kong. Pero, al menos en el futuro próximo, es poco probable que China renuncie a su combinació­n de medidas de INF y vacunación. De manera similar, seguirá adaptando sus políticas de respuesta a la pandemia y reducción de la necesidad de INF, a medida que desarrolla vacunas más eficaces y eleva los índices de inmunizaci­ón.

Sin restriccio­nes, China enfrentarí­a una ola de entre 200 y 300 millones de infeccione­s

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