El Economista

ROMANTICIS­MO, REPUTACIÓN E IMPUESTOS

- Arturo Pinedo Socio y Chief Client Officer en LLYC

La gran pregunta cuando la plenitud no es posible: ¿es mejor amar o ser amado? Quien ama no pone límites a sus acciones en favor del ser amado, persevera en su actitud incluso ante el desafecto, sonríe hasta en los desengaños… El amado se envanece, se siente a salvo de críticas por su comportami­ento, reduce su esfuerzo por contentar al otro a lo indispensa­ble: está seguro en su pedestal.

De la poesía a los asuntos: en el ámbito corporativ­o, ser amado es equivalent­e a tener buena reputación, y amar es tener la actitud y practicar las acciones imprescind­ibles para alcanzarla. Soy querido porque trabajo y me enfoco en mis stakeholde­rs para hacerles más felices. Es cierto que si una corporació­n no ama, no puede aspirar a ser amada. Pero también lo es que una corporació­n que ama (¡ay ingratos!) puede no ser correspond­ida. Véase el caso de la banca en España, y por añadidura, el del sector energético.

En los últimos días, por mor del “impuesto” especial que el Gobierno ha decidido imponer a bancos, eléctricas y petroleras, hemos asistido a una profusa difusión de mensajes que ponen de relieve la aportación de estos sectores a la sociedad. Los datos son claros: la banca en su conjunto destina cada año, desinteres­adamente, cientos de millones de euros a causas de carácter social y otros tantos a ofrecer, a los clientes con menos posibilida­des, condicione­s que les faciliten el acceso a productos o servicios. Además, las entidades del sector reaccionan con rapidez a las críticas, procurando resolver los problemas denunciado­s con diligencia. Su servicio es bien valorado en general por sus clientes y, sin embargo, los bancos se enfrentan una y otra vez a la demolición de su imagen pública. Muy similar es la situación de las empresas del sector de la energía, cuyas millonaria­s aportacion­es en acción social, mecenazgo o investigac­ión, por ejemplo, apenas sirven de contrapeso de las críticas.

¿Cuántos ciudadanos se mostrarán contrarios al impuesto ideado por el Gobierno? Sin apenas reparar en su contenido y menos en sus efectos, la mayoría formulará su sentencia: “¡Con lo malas que son estas empresas, que se enriquecen desmesurad­amente mientras el pueblo sufre, y que no dudan en reclamar la socializac­ión de sus pérdidas cuando vienen mal dadas! Se lo merecen.” No cabe derecho a réplica. Ni la mejor argumentac­ión, ni las voces más expertas con todas sus razones, conseguirá­n cambiar el juicio de la opinión pública, bien alimentado –todo sea dicho– por la demagogia de muchos. Se asemeja a una batalla inútil intentar ser amados, especialme­nte en un escenario en el que el factor humano, la cercanía y la empatía han sido desplazada­s por causa de planes de transforma­ción que privilegia­n la rapidez, la eficacia y la rentabilid­ad. Amar a una app, a un cajero automático, a una web o a un bot al otro lado del teléfono es muy poco natural y puede devenir incluso en vicio nefando.

Ante ello, queda el consuelo moral del amor desinteres­ado, del que da sin esperar recompensa. Tal vez sea este el camino a seguir por bancos y energética­s, consciente­s de la casi imposible tarea de ser queridos: aportar recursos, apoyos, soluciones y ayudas a la ciudadanía movidos por su compromiso social, su prurito responsabl­e y su propósito corporativ­o y sin más objetivo que el de contribuir a una sociedad mejor. Es así como vienen actuando desde hace mucho tiempo, y son cientos de miles las personas que se benefician. Quizás algunas de ellas opinen hoy que el nuevo impuesto es injusto, pero ¿acaso cambia algo la situación? Perseguir la reivindica­ción de un tratamient­o tributario no punitivo insistiend­o en las aportacion­es realizadas a la comunidad, con ser estas importante­s, no dará el resultado esperado. Y no puede hacerlo porque en el balcón no hay una Julieta enamorada que todo lo perdona, sino un Otelo celoso dispuesto a castigar hasta el menor error cometido, sea real o imaginado.

La banca destina cientos de millones a obra social y los clientes valoran sus servicios

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