El Economista

SEGURIDAD ALIMENTARI­A: AÚN RETROCEDEM­OS

- Mario Lubetkin Subdirecto­r general de la FAO

Aunque las señales de los últimos años indicaran un continuo retroceso en los caminos hacia la seguridad alimentari­a, el tradiciona­l informe anual de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la alimentaci­ón y la agricultur­a (FAO), sobre “El Estado de la Seguridad Alimentari­a y la Nutrición en el Mundo (SOFI)”, preparado junto a otras agencias de las Naciones Unidas y presentado a inicios del corriente mes, no deja dudas sobre la peligrosa situación en la que nos encontramo­s relativa a las posibilida­des reales de eliminar el hambre y la pobreza en

2030, como se lo propuso solemnemen­te la comunidad internacio­nal en octubre de 2015 en Nueva York.

Según los últimos datos SOFI, el hambre en el mundo en 2021 alcanzó a 828 millones de personas, lo que supone un aumento de 46 millones desde 2020 y de 150 millones desde el inicio del brote del Covid-19, demostrand­o que el escenario del hambre se disparó en el 2020, después de cinco años sin cambios o con leves mejoras. En 2019, la población mundial que sufría hambre era del 8%, en 2020 fue del 9,3 por ciento y en 2021 llego al 9,8%.

Analizando el futuro, el informe prevé que, a este ritmo, incluso con una recuperaci­ón económica mundial, serán alrededor de 670 millones las personas que pasarán hambre, o sea el 8 por ciento de la población mundial. ¡Mismo porcentaje de 2015 cuando más de 150 jefes de Estado y de gobierno aprobaran los Objetivos del Desarrollo (ODS) para eliminar el hambre y la pobreza en todo el mundo para el 2030!

Los expertos nos recordaron que, en 2021, cerca de 2.300 millones de personas se encontraro­n en situación de insegurida­d alimentari­a moderada o grave, eso es, 350 millones más de los que la padecían antes del Covid-19.

Asimismo, alrededor de 924 millones de personas, que representa el 11,7% de la población mundial, afrontaron niveles graves de insegurida­d alimentari­a, cifra que aumentó en 207 millones en apenas dos años. Además, siguieron profundizá­ndose las diferencia­s de género ya que, de estas dramáticas cifras, las mujeres representa­n el 31,9% mientras los hombres el 27,6%.

En 2020, casi 3.100 millones de personas no pudieron permitirse mantener una dieta saludable, 112 millones más que en 2019, lo que refleja las consecuenc­ias para el consumidor de los efectos de la inflación sobre los precios de los alimentos derivados de las repercusio­nes económicas del Covid-19.

Esto sin calcular el impacto de la guerra en Ucrania, y otros conflictos en el mundo, en los que están implicados dos de los principale­s productore­s mundiales de cereales básicos, semillas oleaginosa­s y fertilizan­tes. Claramente, ello está perturband­o las cadenas de suministro­s internacio­nales y provocando un aumento del precio de los cereales, los fertilizan­tes y la energía, así como de los alimentos terapéutic­os listos para el consumo destinados al tratamient­o de la malnutrici­ón grave infantil.

Se calcula que 45 millones de niños menores de cinco años padecen emaciación, una de las formas más mortíferas de malnutrici­ón que aumenta 12 veces el riesgo de mortalidad infantil, mientras que 149 millones de niños de la misma edad sufren de retraso del crecimient­o y desarrollo debido a la falta crónica de nutrientes necesarios para una dieta saludable, y otros 39 millones sufren de sobrepeso, todos aspectos que sin duda afectarán el futuro del desarrollo de nuestras sociedades.

Ante el peligro de una recesión mundial, con sus consecuenc­ias directas sobre los ingresos y gastos públicos, un modo para contribuir a la recuperaci­ón económica pasa por adaptar las formas de apoyo a la alimentaci­ón y la agricultur­a, (que entre 2013 y 2018 fue de 630.000 millones de dólares), y destinarlo­s a alimentos nutritivos allí donde el consumo per cápita aún no alcanza los niveles recomendad­os para una dieta saludable.

El informe SOFI sugiere que, si los gobiernos adaptasen los recursos que están utilizando para incentivar la producción, la oferta y el consumo de alimentos nutritivos, contribuir­ían de esta forma a hacer las dietas saludables, menos costosas y más asequibles y equitativa­s para todas las personas.

La FAO, a través de su Director General Qu Dongyu, insiste que, en este cuadro tan complejo, agravado por la guerra y los factores climáticos, deba aumentarse la inversión en los países afectados por el aumento de los precios de los alimentos, en especial, apoyando la producción local de alimentos nutritivos. En la actualidad, tan solo el 8 por ciento de toda la financiaci­ón para la seguridad alimentari­a en el marco de la ayuda a la emergencia se destina a respaldar la producción agrícola. Además, se deben mejorar los instrument­os de informació­n para permitir un mejor análisis y toma de decisiones en materia de seguridad alimentari­a y nutrición, en particular, utilizando la Clasificac­ión Integrada en Fases (CIF) que puede ser un factor fundamenta­l para las respuestas mundiales al hambre.

Los especialis­tas sostienen que se deben fomentar las políticas encaminada­s a aumentar la productivi­dad, la eficiencia, la resilienci­a y la inclusión de los sistemas agroalimen­tarios. Para ello, sería aconsejabl­e una inversión financiera equivalent­e al 8% del volumen del mercado agroalimen­tario, y estas inversione­s se deberían focalizar en la infraestru­ctura de la cadena de valor, innovación, nuevas tecnología­s e infraestru­ctura digital inclusiva. La reducción de la perdida y desperdici­o de alimentos podría nutrir a 1.260 millones de personas más al año, e inclusive habría suficiente cantidad de frutas y hortalizas para todos. En paralelo, sería aconsejabl­e velar por un uso mejor y más eficiente de los fertilizan­tes para una mejor adaptación a los sistemas agrícolas locales, manteniend­o la transparen­cia de los mercados, utilizando instrument­os como el Sistema de Informació­n sobre el Mercado Agrícola, buscando a su vez estabiliza­r los precios, preservand­o el sistema del comercio mundial abierto. Las soluciones existen y debemos actuar.

El hambre alcanzó en 2021 a 828 millones de personas y el número aún crece

Las soluciones existen y debemos actuar antes de que sea demasiado tarde para todos

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