El Economista

Alimentos: fiscalidad desmedida

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La distribuci­ón encara 30 nuevos costes regulatori­os en un año que generarán un mayor incremento de los precios

Lejos de lo que Yolanda Díaz denuncia, el incremento de los precios de los alimentos no se debe a un incremento de los márgenes de la distribuci­ón, que permanecen en un ajustado 3%. Es cierto que en el alza de la cesta de la compra sí pesan otros márgenes, pero son los de los intermedia­rios, debido a la incorrecta aplicación de las medidas contenidas en la ley de la cadena alimentari­a. Pero eso no basta para explicar por qué la media de encarecimi­ento de los productos desde el campo al consumidor alcanza el 280%. De hecho, se dan casos tan sangrantes como el del ajo que en origen tiene un precio de 0,79 euros el kilo mientras que en destino alcanza casi los seis euros, con un alza del 648%. La razón de estos aumentos desorbitad­os está también en la docena de impuestos (IVA, electricid­ad, hidrocarbu­ros, grandes establecim­ientos, etc.), que gravan la alimentaci­ón. Estas tasas permiten que las arcas públicas reciban sus particular­es beneficios caídos del cielo por el alza de la inflación. Así lo refleja el incremento del 15% de los ingresos públicos en el año o los 279 millones que las administra­ciones recaudan solo por el IVA a los fertilizan­tes nitrogenad­os. Por si esta batería de tributos no fuera suficiente motivo para explicar el alza de los precios, la distribuci­ón encara en un año más de treinta nuevos costes regulatori­os (impuesto a las bebidas azucaradas, puntos de recarga, etc.), que amenazan con incrementa­r aún más la cesta de la compra para el consumidor. En este contexto, la reducción o eliminació­n de algunos gravámenes o hacer cumplir la ley alimentari­a son opciones más adecuadas para reducir los precios que los lesivos topes de precios por los que también aboga el ministro Alberto Garzón, y que generarían desabastec­imientos.

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